Eugenio Domingo Solans, en el prólogo al libro Economía a vuelapluma, puso por escrito esta confidencia personal:

Me contaba mi padre que Von Mises decía a sus amigos que para saber economía debían también estudiar sociología, psicología, matemáticas, derecho y demás disciplinas relacionadas. Uno de sus alumnos le replicó: “No pretenderá Ud. que yo me ponga a estudiar todas estas ciencias, cuando lo que quiero es ser economista”. A lo que el maestro austriaco contestó: “Claro que no, siempre que Ud. no pretenda ser un buen economista”.[1]

 

[1]   Eugenio Domingo Solans. Prólogo al libro de José Juan Franch, Economía a vuelapluma. Madrid, Ediciones Eilea, 1996, p. 19

«Se puede planear por anticipación cuando el plan se dirige hacia determinado fin (como la ganancia), pero no se puede planear con anticipación cuando no se sabe la finalidad perseguida». 

Hicks, Valor y Capital, FCE, México 1974, p. 275.

Todos nuestros doctores estuvieron por el libre mercado y, en especial y de manera explícita, Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Luis de Molina y Tomás de Mercado declararon que el precio moralmente justo no es el precio de coste, sino el formado de acuerdo con la oferta y la demanda, con exclusión de violencia, engaño o dolo, y siempre que haya suficiente número de compradores y vendedores, es decir, en ausencia de situaciones de monopolio, que estos doctores tenían por un crimen.

Rafael Termes Carreró, “Humanismo y ética para el mercado europeo”,en Europa, ¿mercado o comunidad? De la Escuela de Salamanca a la Europa del futuro. Publicaciones Universidad Pontificia, Salamanca, 1999, p. 33.

Lo singular precede y funda, en la realidad, a lo universal. Respecto al mundo que se nos muestra ante nosotros, la realidad verdadera no hay que buscarla «fuera» de él, sino dentro de él, en las sustancias singulares como las piedras, las plantas, los hombres… que cada uno encuentra en la vida cotidiana.[1]

[1] Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 297.

Por lo tanto, según nuestros autores, siempre y en todos los ámbitos del actuar humano –también lógicamente en el jurídico y en el económico- las valoraciones en cada instante y circunstancia se realizan a través de las conciencia personal de cada cual que consiste en esa facultad humana de unificar la compleja variedad de datos que son aportados por los diferentes sentidos en cada momento actual –lo que da lugar al sentido común en el actuar presente- o, también, en la facultad de interrelacionar y unificar el cúmulo de datos pasados que forman la memoria sensitiva. Así mismo, la conciencia intelectiva es capaz de unificar ideas y conceptos así como reflexionar en el nivel puramente intelectual. Todo ello es ese mundo espiritual y de las ideas -muchas veces olvidado- que –además- ha estado y está continuamente creándose y recreándose.

Así pues, Soto y también Vitoria y Mercado, tal y como también se vio en el capítulo II, afirman que los principios de la ley natural se manifiestan y actúan a través de la visión interior personal  de todos y cada uno de los habitantes concretos diseminados por toda la geografía mundial sin distinción de razas y que existen, viven y actúan en cada instante temporal de cada época histórica. La ley moral se manifiesta siempre a través de la conciencia de las distintas personas.  Se puede decir entonces que en el ámbito de la bondad o maldad del actuar humano, cuando el sujeto juzga con su conciencia cierta –es decir, sin ningún prudente temor a errar- determinados actos como lícitos o ilícitos, convenientes o nocivos, buenos o malos, ese juicio tiene valor de norma actual para el sujeto en tanto en cuanto que la conciencia concreta y actualiza en las circunstancias presentes los principios generales y, en definitiva, el principal y radical principio universal: “Haz el bien y evita el mal.”

José Juan Franch Meneu

Los límites de esta escuela son, naturalmente, vagos. Es posible fijarse preferentemente en sus aportaciones a la ciencia jurídica o en las que hicieron a la ciencia económica. Siguiendo al profesor Nicolás Sánchez Albornoz, en su prólogo a la moderna edición de la ‘Suma de tratos y contratos’ de Tomás de Mercado, podríamos entender por Escuela de Salamanca solamente a un grupo de autores que profesaron en aquella Universidad, o incluir además en ella a círculos de pensadores de otras ciudades que fueron influidos por aquéllos. En el primer sentido, la escuela estaría constituida por Francisco de Vitoria (al que podemos considerar fundador), Tomás de Mercado, Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta y Diego de Covarrubias. En sentido un poco más amplio, podríamos añadir a ellos a Bartolomé Medina, Miguel de Palacios y José Anglés. Un poco más alejados estuvieron Domingo de Báñez, Luis de Molina, Pedro de Ledesma, Juan de Salas y el portugués Manuel Rodrigues. Con un criterio más amplio todavía, haríamos entrar en la Escuela de Salamanca a los castellanos Cristóbal de Villalón, Luis de Alcalá, Luis Saravia de la Calle, Juan de Medina, Bartolomé de Albornoz y Luis López, y a los valencianos Francisco García, dominico, y Miguel Salón, agustino.

Lucas Beltrán, cp. XIX Sobre los orígenes hispanos de la economía de mercado. Ensayos de Economía Política, nº 14, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1996.

El fundador reconocido de la Escuela de Salamanca fue Francisco de Vitoria (ca. 1485-1546), gran teórico del derecho y pionero en la disciplina del derecho internacional. Vasco de nacimiento, de familia próspera, criado en Burgos, al norte de España, Vitoria se hizo dominico y marchó a estudiar, y luego a enseñar, a París. Allí, en una de las ironías de la historia del pensamiento, fue discípulo de un flamenco que había sido alumno de uno de los últimos ockhamitas, John Mahor. Este hombre, Pierre Crockaert (ca. 1450-15143), había estudiado y luego enseñado teología siendo ya de edad madura, Crockaert, apartándose de su maestro Major, abandonó el nominalismo y se aproximó al tomismo, entrando en la Orden dominica y llegando a impartir docencia en el Colegio dominico de Saint-Jacques, en París. Después de pasar unos diecisiete años en París, embebiéndose de tomismo y enseñándolo, Vitoria regresó a España para impartir teología en Valladolid, acabando finalmente, en 1526, en Salamanca –reina entonces de la universidad española- como principal profesor de teología.

Murray N. Rothbard,  Historia del Pensamiento Económico. El pensamiento Económico hasta Adam Smith. Vol. I. Clásicos de la Libertad. Madrid, Unión Editorial, S.A. Madrid 1999, pp 132-136.

Entre los temas de carácter económico que examinaron los doctores españoles podemos incluir la naturaleza de la propiedad privada; las cargas impositivas; la ayuda a los pobres, es decir, los sistemas “asistenciales”; el comercio; el “justiprecio” y la usura; y el dinero, la banca y el intercambio exterior. 

Grice-Hutchinson, El pensamiento económico en España (1177-1740) Barcelona, Editorial Crítica,1983, p .107.

Schumpeter se dio cuenta de que las raíces del análisis económico descansan en la filosofía moral más que en el mercantilismo, como la mayoría de los historiadores anteriores habían sostenido. La principal corriente, en opinión de Schumpeter, se originó con Aristóteles y la escolástica medieval, incluidos los doctores de los siglos XVI y XVII

Grice-Hutchinson, El pensamiento económico en España (1177-1740) Barcelona, Editorial Crítica, 1983, p. 17.