Todos nuestros doctores estuvieron por el libre mercado y, en especial y de manera explícita, Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Luis de Molina y Tomás de Mercado declararon que el precio moralmente justo no es el precio de coste, sino el formado de acuerdo con la oferta y la demanda, con exclusión de violencia, engaño o dolo, y siempre que haya suficiente número de compradores y vendedores, es decir, en ausencia de situaciones de monopolio, que estos doctores tenían por un crimen.

Rafael Termes Carreró, “Humanismo y ética para el mercado europeo”,en Europa, ¿mercado o comunidad? De la Escuela de Salamanca a la Europa del futuro. Publicaciones Universidad Pontificia, Salamanca, 1999, p. 33.

      

   La ética en general, como la virtud ética de la justicia, no consiste en dar, cumplir obligaciones, tomar decisiones de ahorro, realizar inversiones o repartir cosas en base a los fríos datos impersonales que nos transmiten los índices o los innumerables conjuntos funcionales. La responsabilidad ética, por ejemplo, de quienes toman determinadas decisiones en una entidad financiera tiene que mirar por las consecuencias concretas sobre los accionistas, sobre los trabajadores específicos, sobre los depositantes o clientes con  sus originales peculiaridades. Para considerar el comportamiento ético en los mercados financieros el capital debe ser tratado no como una simple cosa neutral sino como algo cuya concreción depende de la decisión responsable de determinadas personas que lo aportan al logro de distintos objetivos empresariales. Detrás de todo índice y detrás de cada activo financiero y de toda concreción del capital hay que ver personas.

JJ Franch

El cálculo económico de individuos, empresas e instituciones se realiza a través del dinero. A través del dinero se canalizan las necesidades y objetivos de los consumidores finales, estableciéndose determinados coeficientes de precios relativos entre los bienes. Cuando aumenta la cantidad de dinero disponible, el poder adquisitivo de la unidad monetaria decrece o, dicho más claramente, significa que con los mismos euros o dólares se pueden adquirir menos cosas que antes. Algunos estudiosos de la Economía prefieren por eso llamar inflación a ese aumento de la cantidad de dinero disponible en vez de la acepción más común y extendida que se refiere a la generalizada subida de los precios. Esta es, en efecto, la consecuencia necesaria y aquélla, la causa que lo produce. El objetivo básico, tanto económico como financiero, y también laboral, es, por lo tanto, controlar y hacer que la inflación disminuya. Los grandes desastres históricos han estado habitualmente precedidos de distorsiones y crisis económicas consecuencia de los procesos inflacionistas. La peor enfermedad monetaria y económica es la inflación.

Entre los temas de carácter económico que examinaron los doctores españoles podemos incluir la naturaleza de la propiedad privada; las cargas impositivas; la ayuda a los pobres, es decir, los sistemas “asistenciales”; el comercio; el “justiprecio” y la usura; y el dinero, la banca y el intercambio exterior. 

Grice-Hutchinson, El pensamiento económico en España (1177-1740) Barcelona, Editorial Crítica,1983, p .107.

Ricardo, al referirse al contenido de su teoría del valor, afirmaba: «Es una doctrina de la mayor importancia en economía política y de ninguna otra fuente proceden tantos errores y tantas diferencias de opinión como de las ideas vagas que se conectan con la palabra valor».

Ricardo, Principios de Economía Política y Tributación, Ayuso, Madrid 1973.

La problemática del valor tiene repercusiones prácticas impor­tantes en todo el ámbito del actuar económico. No es una cuestión meramente nominalista; no es algo puramente especulativo. El pro­blema del valor afecta necesariamente a la conducta humana e impli­ca incluso el problema de la felicidad del hombre y, por consiguien­te, el de la sociedad.

La teoría del valor ocupaba entre los clásicos un lugar prominen­te y tanto sus aciertos como sus errores tuvieron una influencia defi­nitiva sobre la actividad económica práctica. Hoy en día apenas se reflexiona sobre estos problemas. Es más fácil encontrar filósofos que se inmiscuyan en el campo eco­nómico -a veces con notable ingenuidad- que economistas que estudien los problemas básicos de su materia con cierta perspectiva filosófica.

Para seguir investigando sobre la variedad complementaria en competencia dinámica que es el objeto e hilo conductor de este ensayo económico, conviene recordar de nuevo que –tal y como se estudió en el primer apartado de este trabajo de investigación- la problemática del valor[2] se encuentra en el centro de toda explicación y comprensión de la actividad económica. Si la economía es la ciencia del valor[3], a éste habrá que referirse siempre en todo análisis fundamental. Por ello, y dado que el valor[4] económico[5] lo hemos definido como una relación real de conveniencia última, complementaria, concreta y futura de los  bienes  valorados a los  objetivos –también complementarios, presentes y futuros-   de los  usuarios finales, en economía –que muchos autores definieron como la ciencia de la riqueza[6]– todo gira en torno a la persona humana. La economía, o es humana o no es economía. Y si es humana quiere decir que la economía es libre. Podemos decir que la economía es la Ciencia del valor porque siempre valoramos en libertad[7] desde el interior de nuestra propia subjetividad no aleatoria.

Jose Juan Franch Meneu

Si bien la inflación es un fenómeno fundamentalmente de carácter monetario, también se debe señalar que, no obstante, puede ser afectada  también por el respeto a la competencia y la concurrencia en los diferentes mercados. Incidir sobre la competencia en los comercios, subastas  o concesiones administrativas por ejemplo, es incidir de forma importante sobre la estabilidad y el control inflacionario, finalidad primordial del interés público económico.

Jose Juan Franch Meneu

Véndese una piedra que demás de su precio común, según su claridad y resplandor, y cantidad, tiene alguna particular virtud para la hijada, o para la sangre, o para la vista, como sea virtud, que no suelen tener otras de su misma especie, y natura, no hay mucho escrúpulo en callarlo, cuando la compre. Basta dar por ella lo que comúnmente suele valer. Todo esto se ha dicho en declaración de aquella partícula, que no haya engaño en la venta, el cual podría haber principalmente en la ropa. Deste hemos hablado hasta agora, fuera del cual suele haber otro (conviene a saber) que se conciertan los mercaderes, de no abajar de tanto (que llamamos los Castellanos monipodio) vicio abominable, y aborrecible a todo género de gente, porque es muy perjudicial, tirano, y dañoso, y por tal condenado en todas leyes.

Tomás de Mercado, Suma Tratos y Contratos. Madrid, Editora Nacional,  [194] p. 182.