El Estado reivindica que la legitimidad de las vastas incursiones que emprende contra las libertades y haciendas de sus súbditos estriba en su carácter democrático. Pero en realidad, la democracia actual no es un idílico gobierno del pueblo sino una lucha cruda por el poder protagonizada fundamentalmente por los políticos, una lucha en la que parece convenirles la demagogia, el engaño, las medidas verdades y las promesas irrealizables. De lado de los votantes, el peso de cada uno en el resultado final es tan pequeño que para ellos lo racional es despreocuparse, descansar en ideologías y abstenerse de cualquier tipo de contacto desinteresado con la política. El mercado de la política, estudiado por otra nueva y fértil rama de las ciencias económicas, la “elección pública”, tiene también fallos, y muy considerables. Los votantes, por ejemplo, no podemos discriminar entre las decisiones de nuestros gobernantes, que nos parecen acertadas y las otras. Votamos y estamos encadenados a nuestro voto hasta las próximas elecciones. En el mercado económico solemos discriminar, y no nos vemos forzados a adquirir lo que no deseamos.

 La posibilidad de expansión del Estado deriva de que ha trasladado a campos económicos un criterio fundamental de su funcionamiento político, el de la mayoría. Hoy no solo se decide por mayoría quien va a gobernar sino también cuántos impuestos nos va a cobrar. Esto abre muchas posibilidades de crecimiento y abuso del poder, de modo que los políticos jueguen con los ganadores y los perdedores a que dicho sistema inevitablemente da lugar, destacando a los primeros y ocultando a los segundo.

Carlos Rodríguez Braun, Estado contra mercado, Madrid,  Grupo Santillana de Ediciones, S.A. 2000, pp. 78-79

La visión del mercado personalizado en agentes identificables es un error: ninguna persona es el mercado. En las sociedades modernas, los mercados son redes complejas necesariamente impersonales, que fomentan y aprovechan la especialización, y consiguen así la cooperación eficiente de un número de personas que jamás habrían unido sus esfuerzos si ello hubiese requerido el conocimiento y la identificación individual de cada uno.

 A los socialistas (de todos los partidos, que diría Hayek) les repugna la idea de algo no controlado, y por eso gustan de fantasear con teorías conspirativas sobre unos malos que mandan. Es la gran excusa para intervenir, porque, después de todo, si los mercados están manejados por las multinacionales o por los especuladores, entonces será mejor que los controlen “democráticamente” las benéficas autoridades. 

Carlos Rodríguez Braun, A pesar del gobierno. 100 críticas al intervencionismo con nombres y apellidos, Madrid, Unión Editorial, S.A. 1999, pp.  222-223

En un sistema liberal el nivel de vida de la mayoría sube, mientras que en los demás sistemas solamente progresan los poderosos o quienes de ellos viven. En el mercado hay competencia y la competencia es por definición la ausencia de privilegios petrificados e injustificados: un capitalista solamente es rico en el mercado si invierte bien su capital, es decir, si produce bienes o servicios buenos y baratos, con lo cual debe en primer lugar preocuparse de beneficiar al público, respondiendo a sus demandas con prontitud y economía.

En cambio, los sistemas antiliberales o anticapitalistas, esos sí que son estructuras de privilegio. Allí si que los trabajadores son meros instrumentos. Toda la experiencia de los países comunistas prueba la profunda injusticia de los regímenes que aniquilan la libertad económica y la propiedad privada. En los países capitalistas también ocurre que si los estados son muy grandes, aparecen privilegiados que medran a su socaire y que convierten al pueblo en mero instrumento de producción, o de pago de impuestos.

Carlos Rodríguez Braun, A pesar del gobierno. 100 críticas al intervencionismo con nombres y apellidos, Madrid, Unión Editorial, S.A. 1999, pp. 149-150

La visión del mercado personalizado en agentes identificables es un error: ninguna persona es el mercado. En las sociedades modernas, los mercados son redes complejas necesariamente impersonales, que fomentan y aprovechan la especialización, y consiguen así la cooperación eficiente de un número de personas que jamás habrían unido sus esfuerzos si ello hubiese requerido el conocimiento y la identificación individual de cada uno.

 A los socialistas (de todos los partidos, que diría Hayek) les repugna la idea de algo no controlado, y por eso gustan de fantasear con teorías conspirativas sobre unos malos que mandan. Es la gran excusa para intervenir, porque, después de todo, si los mercados están manejados por las multinacionales o por los especuladores, entonces será mejor que los controlen “democráticamente” las benéficas autoridades. 

Carlos Rodríguez Braun, A pesar del gobierno. 100 críticas al intervencionismo con nombres y apellidos, Madrid, Unión Editorial, S.A. 1999, pp.  222-223