Capítulo I –  Economía política en libertad. Principios. – Apartado 1 – Economía Política

CRISIS ECONÓMICAS Y FINANCIERAS.  CAUSAS PROFUNDAS Y SOLUCIONES

 Capítulo I

ECONOMÍA POLÍTICA EN LIBERTAD. PRINCIPIOS.

 APARTADO 1 

Economía Política

  El nombre de Economía Política es empleado por primera vez en 1615 por Antoyne de Montchrétien para referirse a una ciencia eminentemente normativa encaminada a dar un criterio de actuación al hombre de Estado, y en el tomo V de la «Enciclopedia» (1755) aparecía el artículo «Economía Política» escrito por Rousseau y en él recordaba que Economía o bien Oeconomía significaba originariamente el sabio y legítimo gobierno de la casa, y que el sentido de este término se había extendido a continuación al gobierno de la gran familia que es el Estado. En estas definiciones la Economía Política no es una expresión restringida a la materia estrictamente económica sino que se amplía para designar todo un estilo de «gobierno» por parte del ejecutivo.   

          La conjunción entre economía y política perdura largo tiempo en el pensamiento y la práctica económica. La mezcla de recetas políticas con el análisis económico es muy estrecha,  y ello era así tanto en los inicios de la autonomía de la ciencia económica como así lo sigue siendo actualmente. Lionel Robbins, como otros, afirmaba que no podía haber duda de que, a lo largo de la historia, los economistas de todas las escuelas han tenido la concepción de que su trabajo tenía una gran influencia sobre la política. Y viceversa podíamos añadir: las distintas filosofías políticas tienen un decisivo influjo en la economía. No se puede separar la política de la economía como no se pueden separar las estrategias y políticas personales, familiares o empresariales de la consecución de los objetivos económicos. En las ciencias sociales -y la economía es una de ellas-, por ser ciencias del hombre, aparece toda la fuerza y la riqueza del subjetivismo y del mundo interior imaginativo y creativo de cada cual.

          Los objetivos económicos se consiguen no al margen de la política sino orientando ésta en la dirección de garantizar la convivencia pacífica y la consecución de los fines personales y familiares en el ámbito ciudadano. Como indicaba Stigler[1] quizás seamos los profesionales de la enseñanza de esta ciencia los culpables del intento de separar drásticamente la economía de la política convirtiendo aquella en mero arsenal de tecnicismos abstractos y deterministas. Así como al principio la economía fue una ciencia  creada, dirigida y orientada por no académicos cuyos principales objetivos de estudio estaban directamente relacionados con las implicaciones y relaciones políticas de esta ciencia, fue a partir de las últimas décadas del siglo XIX cuando la economía se convirtió en una disciplina académica.

A medida que la ciencia se convertía más exclusivamente en una profesión universitaria menguó la importancia vital de las cuestiones de política ya  que en el mundo académico predomina una cierta abstracción e independencia respecto a la escena contemporánea del momento  buscando el rigor formal un tanto obtuso y la elegancia aparente  que dan los instrumentos de trabajo distinguidos entre los que ejercen una poderosa influencia los sofisticados métodos matemáticos con su lógica pitagórica muchas veces engreída.

El cultivo de técnicas académicas especializadas se vio reforzado por los importantes triunfos de las ciencias físicas y biológicas del siglo XIX ya que las estructuras teóricas newtoniana y darwiniana obtuvieron una profunda unidad que influyó sobre la consideración de cualquier trabajo científico como correcto. La física y la astronomía especialmente sugerían que una ciencia verdaderamente avanzada debería sustentarse sobre una formalización matemática que permitiría deducciones y aplicaciones extensas y acertadas.

La crítica a esta visión cientifista y matemática se ha hecho notar desde diversos ángulos en nuestro siglo XX. Ramiro de Maeztu por ejemplo escribió: Nadie duda ya de que el plano de la vida se ordena con arreglo a principios fundamentalmente distintos de los físico-químicos. Es verdad que las leyes físicas valen también para los organismos, pero estos se desenvuelven con sus leyes propias. Lo mismo ocurre en la relación de lo psíquico a lo vital.[2] Una de esas críticas en  el ámbito económico hizo su aparición con la escuela de las expectativas racionales. La hipótesis de las expectativas racionales[3], en la que Robert Lucas[4] es uno de los pioneros más destacados, nos viene a decir que el hombre piensa y reacciona ante lo que subjetivamente descubre e imagina personalmente. Afirma que los individuos no cometemos errores sistemáticos al predecir el futuro. La formación de expectativas es un tema central tanto en macroeconomía como en microeconomía. El encasillamiento de varias suposiciones fijas sobre el proceso de formación de expectativas permitió en el pasado el desarrollo de modelos macroeconómicos un tanto toscos pero que hacían posible la utilización de las herramientas econométricas. Los econometristas empíricos se ofuscaron construyendo modelos matemáticos de las economías regionales, nacionales, e incluso internacionales, para utilizarlos tanto en la predicción como en la evaluación de políticas, y en los que la simulación informática de alternativas hipotéticas hacía caer a los políticos en el error de creer que podían comprender y controlar las probables consecuencias de tal o cual estrategia y planificación política.

          Pero si las expectativas son, como parece que son, racionales, es posible demostrar, como hace Lucas, que el uso ingenuo de tales modelos econométricos para evaluar políticas generará resultados por completo engañosos. Como nos dice Begg, un cambio en la política alteraría las expectativas de los individuos acerca del futuro y, a menos que las ecuaciones se corrijan para que reflejen esa modificación de las expectativas, es probable que la simulación de políticas sea bastante inútil. Para tomar decisiones inter-temporales sensatas y provechosas es esencial no mirar tanto al pasado y formarse opiniones acerca del futuro más o menos inmediato. Puesto que en la formación de cada expectativa individual confluye un calidoscopio prácticamente infinito de circunstancias, no pueden ser directamente observables, y mucho menos podemos predecir el comportamiento de agregados económicos que forman las piedras angulares de la macroeconomía. El futuro humano no es una continuación lineal del pasado y no se puede sostener, por mucho que se vista y esconda con un gran boato matemático, que las expectativas sean necesariamente invariantes en períodos un poco largos en el tiempo. Con la creciente variabilidad de nuestra compleja sociedad actual, ni siquiera podemos admitir esas previsiones rígidas para períodos cortos.

          La crítica de Lucas se dirige hacia el fracaso de la evaluación de políticas por no querer considerar la naturaleza de la extrapolación humana concreta en millones de decisiones tomadas por seres libres y con un conocimiento económico, ético y financiero cada vez mayor que responde con inteligencia lógica a las medidas tomadas por los gobiernos y las autoridades monetarias. La gran fuerza de la hipótesis de Lucas se basa en la importancia dada al principio de optimización según el cual los individuos hacen las cosas lo mejor que pueden y asumiendo los riesgos connaturales a toda decisión libre y responsable. Tanto el análisis macroeconómico de las políticas de estabilización, como incluso los análisis microeconómicos, deben reconocer que las expectativas del sector privado dependen de la percepción que tienen los ciudadanos de las políticas gubernamentales en vigor. Los agentes económicos últimos no permanecen satisfechos con reglas que generan errores perceptibles y los economistas tenemos que volver a reconsiderar el estudio de problemas más complejos como es el de la creación de pautas de comportamiento humano que tengan en cuenta la presencia del riesgo en toda decisión.

          Por ello, pese a la presión e insistencia en potenciar la economía positiva tratando de dejar de lado las expectativas y la parte más política y normativa de la ciencia, nunca se ha conseguido plenamente este objetivo. El resurgir de las preocupaciones éticas desde  los distintos ángulos del acontecer económico es una prueba más de la esterilidad de aquellos intentos de reducir el hombre económico a una vulgar, aunque complicada, tabla de logaritmos. Creo que no puede haber comprensión seria y plenaria, ni interpretación justa del problema económico, hasta tanto los aspectos económicos de las relaciones y objetivos humanos no sean  analizados en el marco político general del proceso social, ético, individual, empresarial, jurídico y global de toma de decisiones del que son parte integral; y hasta tanto no se expliciten ni se reflexione sobre las finalidades últimas de la naturaleza humana. La Economía estrictamente neutral que se queda simplemente en simple Economía no es ni siquiera eso que pretende ser. Se puede quedar en mero ejercicio de juegos malabares y podemos caer en la tentación de introducirnos en los vericuetos absurdos y cuantitativistas de los grafismos numéricos y en la problemática económica desnuda de ideas y de Política con mayúscula. Creo que esa actitud es un craso error inicial.  Hace falta un renacimiento de la Economía Política. No me extrañaría nada que sea esta visión «apolítica» de la Economía una de las causas importantes de las crisis económicas y una de las dificultades a superar para salir de ellas.

[1] Stigler, George J., El economista como predicador y otros ensayos (Barcelona, Ediciones Folio, 1987).
[2] Ramiro de Maeztu, Defensa del espíritu (Madrid, Rialp, 1958), p. 146
[3] Begg, David K.H., La revolución de las expectativas racionales en la macroeconomía (México: Fondo de Cultura Económica, 1989).
[4] Lucas, Robert E. Jr. Y Sargent, T.J., eds, Racional Expectations and Econometric Practice (University of Minnesota Press, 1980).