2.4 Obsesión macroeconómica

2.4 Obsesión macroeconómica

Si un error de graves consecuencias, y que he tratado con profusión en otras ocasiones, consiste en identificar el valor en cuanto relación con el objeto origen de la relación, también se debe denunciar otro error consistente en desligar totalmente dicha relación, de los bienes concretos existentes y reales.

Böhm Bawerk se expresaba así en su obra Capital e interés: Los economistas somos muy aficionados a desligar nuestras categorías científicas de la vulgar base material sobre la que se revelan en la realidad para elevarlas al rango de ideales libres y con existencia propia. El «valor» de los bienes, por ejemplo, se nos antoja algo demasiado noble para estar adherido siempre a bienes materiales, como encarnación suya. En vista de ello, libramos al valor de esa envoltura indigna y lo convertimos en un ser con existencia propia, que sigue sus propios caminos, independiente y hasta contrario a la suerte de su vil portador. Hacemos que el «valor» perviva y, por el contrario, que los «valores» perezcan sin que sus portadores sufran detrimento alguno. Y consideramos también algo demasiado simple aplicar la categoría de capital a un montón de bienes materiales. En vista de ello, desligamos esa categoría de estos bienes y convertimos el capital en algo que flota sobre los bienes y que sobrevive aunque las cosas que lo forman desaparezcan[1].

Hemos afirmado que la valía de algo es una relación de conveniencia del objeto valorado a los fines del sujeto término. Debemos añadir ahora que esa relación es una relación real. En el mundo económico no basta con idear, hay que «materializar». No nos podemos quedar en meras abstracciones, sino que hay que descender al terreno de lo concreto. Los valores económicos no son sustancias autóctonas que fluyan a su antojo en el universo. Si la valía de los bienes es una relación, necesita de una sustancia sobre la que apoyarse, necesita de algún sujeto que le sustente. No nos podemos mover en el terreno de las imaginaciones. El valor es una propiedad de los bienes, tiene una dependencia radical respecto a la sustancia. Si no existe el objeto valorado, el valor no tiene existencia real.

Por ser el hombre un ser perfectamente compenetrado de cuerpo material y alma racional necesita de los bienes materiales. Una relación es real cuando tanto el sujeto origen de la relación como el sujeto término son reales y no imaginarios. Para que se produzca un auténtico valor tienen que ser reales tanto el objeto que valoramos como los fines del sujeto término al cual se dirige la ordenación. Si una de las dos condiciones no se cumple no existe auténtica relación real, estamos en el mundo de los bienes imaginarios. Carl Menger también dejó escrito que se observa una peculiar relación cuando se les atribuyen erróneamente a las cosas propiedades y, por tanto, causalidades que, en realidad, no poseen, o donde, también erróneamente, se presuponen unas necesidades humanas que en realidad no existen. (…) A estos objetos, que derivan su cualidad de bien únicamente de unas propiedades imaginadas o de unas imaginadas necesidades humanas, puede calificárseles también de bienes imaginarios[2].

Para mostrar la posibilidad de un tratamiento meramente empírico, el economista llamado «científico» tiende a colocarse fuera del alcance del «vulgo», refugiándose en el ámbito de las abstracciones. Los modelos, las ecuaciones y la compleja terminología especializada, conforman un medio de comunicación con patente exclusiva para expertos, alejando de este modo cualquier atisbo  de consideración ético-filosófica respecto a los auténticos fines de la naturaleza humana. No sólo los diferentes productos, con  sus peculiaridades, sino incluso las personas, con su variopinta y rica originalidad, quedan homogeneizados y reducidos a meros números, como cuando aparecen en el denominador para calcular la «Renta per cápita». La reducción a cifras abstractas y monetarias deja de lado y difumina la compenetración entre los distintos bienes y entre éstos y las diferentes aptitudes,  características y finalidades de las personas concretas. Detrás de los conceptos económicos están los hombres vivos y concretos por lo que hay que tratar de evitar manejarlos como realidades fantasmagóricas y como fuerzas anónimas.

No conviene olvidar en definitiva que la variable a incrementar en todo proceso de desarrollo económico es esa relación u ordenación real de los recursos naturales a los auténticos fines de la naturaleza humana. Hay que vencer la tentación de confundirlo con crecimiento cuantitativo e indiscriminado de mercancías; y la de desligar el valor económico, mediante abstracciones, de las  peculiaridades de los distintos bienes y de las determinadas condiciones, necesidades y auténticas finalidades últimas de las personas concretas.

Las corrientes que defienden el racionalismo social, tanto los socialistas como los ingenieros de la economía, tienden a pasar por alto esta significación funda­mental de la propiedad privada y cargan todo el acento de sus políticas sobre los agregados macroeconómicos, sobre las corrientes financieras de la economía nacional, perdiendo el sentido de unidad creativa consustancial a los patrimonios. Con estas actuaciones se oscurece la aparición en el mercado de precios acordes con los auténticos valores económicos. Los precios ya no son manifestación de las preferencias subjetivas de los distintos agentes económicos, sino construcciones planificadas con un racionalismo impuesto desde arriba y, por lo tanto, los cimientos sobre los que se apoya todo el sencillo sistema humano del mercado se agrietan. La agregación de variables, problema constante en la literatura económica, olvida y distorsiona la compenetración entre los distintos componentes de la riqueza rompiendo su unidad consustancial. Un microscopio electrónico en manos de un albañil vale mucho menos que el mismo microscopio en manos de un investigador  en ciencias biológicas. Una hectárea de tierra en manos  de un agricultor vale mucho más que en las solas manos de un abogado. Si agregamos sus precios monetarios no nos enteramos y caemos en un despiste monumental. Al agregar hacemos abstracción de la propiedad, de a qué patri­monio pertenece  lo que agregamos, e imposibilitamos la valo­ración efectiva de esos conjuntos.

Decía Von Mises que las personas de carne y hueso, con sus vestimentas económicas de empresarios, capitalistas, terratenientes, trabajadores o consumidores de la teoría económica  son meras personificaciones de las distintas funciones con las que se manifiestan en los mercados. Esta ruptura funcional de la unidad de actuación y la tendencia a diseccionar la unidad de la riqueza en varios componentes es la causante de numerosos errores en el desarrollo de la economía política pura y fundamentalmente en su concreción en la economía aplicada. La complementarie­dad es consustancial a la riqueza económica. Si se rompe, se desvirtúa. La homogeneidad de los bienes se da solo por abstracción de la propiedad. El valor económico, que tiene una referencia definitiva a lo real y concreto, no puede hacer abstracción de la propiedad a la que pertenece el objeto valorado. Todo el cálculo económico arranca de esta realidad. No es lo mismo sumar la producción de 2 unidades de tierra y 1 de trabajo, cuyo producto puede ser 7, y la de 3 unidades de tierra y 10 de trabajo cuyo producto puede ser 50. La producción agregada de las 5 unidades de tierra y 11 de traba­jo difícilmente será igual a 57.La agregación de variables trae consigo problemas insolubles ya que al agregar perdemos el componente de complementariedad consustancial al valor de las cosas. Las unidades económicas a considerar no son única­mente las personas físicas. Las unidades económicas se constituyen y se dividen en orden a las responsabilidades de satisfacer necesidades de todos los miembros  y sus capacidades futuras de creación de riqueza. La unidad de decisión decide sobre qué producir y en qué cantidades. Esa producción futura, que a su vez inten­tará mantener la capacidad de producción más futura, puede dedicarse a unos u otros artículos, a artículos de consumo o de producción propios o artículos de consumo o de producción ajenos. Con éstos, intercambiándolos por dinero, puede comprar otros bienes de consumo o de producción propios para mantener o aumentar la capacidad de generar más trabajo futuro, para así aumentar el beneficio (diferencia entre la capacidad de generar riqueza en un momento y otro del tiempo).

Es indudable que las distinciones terminológicas son importantes para el desarrollo de una ciencia, pero hay que procurar no perder la visión de conjunto y la unidad compenetrada con que se nos presenta la realidad. La diferenciación de funciones económicas de los agentes econó­micos ha permitido y facilitado, desde luego, la profundiza­ción en la economía política mediante la creación de modelos ideales estáticos o dinámicos de la actividad económica. Véase el modelo Walrasiano creado  en  sus Elementos de Economía Política Pura, en los que distingue tres tipos de mercados: el de productos, servicios y bienes  de capital; cinco tipos de agentes económicos: terratenientes, trabaja­dores, capitalistas, empresarios y consumidores;  y trece tipos distintos de riqueza social. A cada uno de los agentes le asigna un tipo de cliché de funcionamiento y  actuación. Los consumidores actúan bajo el cliché de la maximiza­ción  de  su utilidad entendida como maximización de su satis­facción  de necesidades, los empresarios bajo la norma de maximización del beneficio y los propietarios de tierra, trabajo y capital bajo el influjo de la maximización de sus rentas. Todas estas distinciones, clasificaciones y crite­rios de actuación  diversos permiten efectivamente la elabo­ración de entramados  ideales de funcionamiento de la activi­dad económica más o menos adecuados a la realidad, pero a su vez influyen sobre dicha  realidad económica adaptándola y forzándola consciente o inconscientemente a nuestros patrones interpretativos.

Los  empresarios,  capitalistas,  terratenientes, trabajadores o consumidores de  la teoría económica no  son seres reales y vivientes como los que pueblan el mundo y aparecen en la historia. Constituyen, por el contrario, meras personificaciones de las distintas funciones que en el mercado se aprecian[3]. Tales distinciones  funcionales  oscurecen  la realidad fundamental  de que  los  intercambios  no  se  realizan  entre empresarios  y trabajadores,  empresarios  y  consumidores, empresarios y terratenientes, …etc. sino que en la realidad una misma persona,  que  es  a  la  vez  aunque  en  distinta medida terrateniente,  trabajador,  capitalista, empresario y consumidor intercambia bienes en otras medidas con otra persona que a su  vez también  lo es.  Esa unidad esencial que se  da  en los reales agentes económicos  queda enmascarada  y  por  influencia  de los modelos ideales construidos, tiende a romperse. Esta ruptura de la unidad de actuación y la tendencia a diseccionar la unidad de la riqueza en varios componentes es la causante, en mi opinión, de numerosos errores en el desarrollo de la economía política pura y fundamentalmente en su concreción en la economía aplicada. La complementarie­dad es consustancial a la riqueza económica. Conviene por lo tanto hacer un  esfuerzo  para tratar de reconducir hacia  la  cordura  las  obsesiones  macroeconómicas de nuestros políticos  y de muchos de  mis colegas economistas.

Podemos concluir diciendo que si la libertad responsable lleva a la propiedad,  y ésta tiene tal eficacia en el crecimiento económico,  a la libertad se pueden atribuir también todas estas virtualidades.

[1] Böhm-Bawerk, Capital e interés (México: Fondo de Cultura Económica, 1986), p. 529.
[2] Menger, Carl, op. Cit., pp. 105-106.
[3] Mises, Lugwig von, La acción humana. Tratado de Economía (Madrid: Unión Editorial, 5ª. Ed., 1995), p. 306.