2.- La persona humana y el patrimonio personal

2.- La persona humana y el patrimonio personal

Toda aquella variopinta y aparente anarquía del universo exterior (digo aparente porque percibimos que en el fondo está ordenada) -de la que la humanidad se sirve diariamente para cumplimentar sus apremios y satisfacer sus anhelos- es dominada y ha sido apropiada[1] por unos y otros a lo largo de la historia. No todo es de todos sino que cada quien tiene determinados ámbitos de dominio sobre los que ejerce su influencia transformándolos a su buen entender. Ligado a  cada persona –física o jurídica- o a cada institución siempre hay un determinado patrimonio del que aquella se responsabiliza y administra. El derecho delimita el campo sobre el que,  no solo intencionalmente, sino de hecho, podemos aplicar nuestras facultades para desarrollar nuestros proyectos y alcanzar nuestros objetivos.

Como hecho natural, Crusoe es dueño y propietario de sí mismo y de la extensión de sí mismo dentro del mundo material. Nada más y nada menos[2].

Cualquier  conjunto  de recursos y de bienes y servicios deslavazados no tiene mucho sentido económico mientras esté disperso sin dueño y sin rumbo. Ese o aquel calidoscopio material sólo cobra valor y sentido auténtico cuando queda vivificado por la presencia unificadora de su propietario[3] que lo vivifica y que dispone de todo aquello según sus preferencias y, lógicamente, tratará de hacer que rinda lo más cumplidamente que pueda. Ese título de dominio y responsabilidad sobre algo hace posible y da lugar a una proyección y ampliación de la libertad y responsabilidad personal independiente que potencia la acción humana que transforma la materia sobre la que actúa. Toda persona está siempre anhelando algo y en continua tensión de mejora[4]. Teniendo en cuenta esto no es difícil darse cuenta entonces que en aquellas regiones geográficas y en esos tiempos en que preponderó ese sistema de intercambios en red cuyos puntos neurálgicos diversificados y diseminados eran las personas y las familias –a las que siempre van ligados indisolublemente sus patrimonios grandes o pequeños sobre los que podían ejercer sus acciones innovadoras- el desarrollo económico fue patente si a los resultados nos atenemos.

El patrimonio personal, familiar, empresarial o institucional se presenta por lo tanto como parte importante en la consideración de la riqueza real en la sociedad al englobar todo un conjunto de cosas, capital humano y variado capital físico, con un destino común que confiere unidad de valor  a todas las partes. Ese fin conjunto y esa finalidad común es la que confiere sentido económico y unidad en la diversidad a toda aquella pluralidad asimétrica. La libre y responsable disposición por parte del propietario de ese conjunto de realidades confiere    a todas y cada una la necesaria y conveniente unidad intrínseca complementaria. En esa unidad relacional de lo distinto que le da quien puede disponer de aquel patrimonio, cuando se pretende valorar alguna parte grande o minúscula del conjunto necesariamente se tiene que hacer considerando todo el resto de realidades con las cuales está en conexión ese objeto que se está intentando  estimar su valor desde una cierta perspectiva. Como señala Ortega y Gasset:

Cuando una realidad entra en choque con ese otro objeto que denominamos “sujeto consciente”, la realidad responde apareciéndole. La apariencia es una cualidad objetiva de lo real, es su respuesta a un sujeto. Esta respuesta es, además, diferente según la condición del contemplador; por ejemplo, según sea el lugar desde que mira. Véase cómo la perspectiva, el punto de vista, adquieren un valor objetivo, mientras hasta ahora se los consideraba como deformaciones que el sujeto imponía a la realidad.Tiempo y espacio vuelven, contra la tesis kantiana, a ser formas de lo real.[5]

El mismo objeto no vale lo mismo si se encuentra situado en el campo de interconexiones de un patrimonio o si está localizado en otra trama patrimonial, o –si se trata de bienes intermedios[6]– si está en una fase de un determinado proceso de producción o en otra[7],  o en otro proceso de producción. Los problemas que trae consigo la complementariedad han sido tratados extensa y minuciosamente en el análisis económico, especialmente entre los componentes principales de la Escuela  Austriaca de Economía, así por ejemplo:

«Menger señala como característica de los bienes de orden más elevado la de que no pueden producir bienes de orden inferior sin la cooperación de otros bienes “complementarios”, del mismo or­den. De lo cual se deduce que si faltan los bienes complementarios de orden más elevado, el “bien” en cuestión no puede satisfacer las necesidades ni siquiera indirectamente, y carece de utilidad; es decir, deja de ser un bien»[8].

En este sentido y desde el punto de vista de la realidad –y también de la realidad patrimonial- no existe ningún bien numerable y sustitutivo. Menos numerable y sustitutivo aún si no abstraemos sus cualidades, en concreto por ejemplo si no abstraemos su  tiempo y su espacio. Todos los bienes son distintos unos de otros, todos son irrepetibles. Bien podemos decir entonces que ningún bien estrictamente hablando tiene sustitutivos[9], todos son complementarios. Todos, por lo tanto, tienen un valor distinto aunque sólo sea considerando en un mismo momento la referencia espacial entre el objeto valorado y el sujeto término que efectúa la valoración. También tienen un valor diferente[10] en distintos momentos aun  manteniendo fija la variable espacial.

Si sustituimos el concepto de utilidad por el de idoneidad, bien podemos decir que la idoneidad de cualquier bien tiene mucho que ver con su capacidad de complementarse horizontalmente con otros bienes y verticalmente de cara a los usuarios finales. Y así, algo es idóneo para conseguir tal o cual fin en conjunción con otras cosas que complementan esa idoneidad y que a su vez la fundamentan. Una rueda es una pieza idónea en orden a construir y poner en marcha una bicicleta si existen otras piezas: pedales, manillar, frenos, etc., cuyas idoneidades se complementan. La idoneidad[11] de una parte sólo tiene sentido si es posible complementarla para formar una unidad sujeto de una nueva idoneidad que transmite a las idoneidades de las piezas que la componen.

«Aristóteles afirma en sus Tópicos -un libro raramente leído por los economistas- que se puede juzgar mejor el valor de un bien si lo añadimos a un grupo de mercancías o lo sustraemos del mismo. Cuanto mayor es la pérdida que experimentamos con la destrucción de ese bien tanto más “deseable” es esa mercancía»[12].

Es muy importante tener todo esto presente a la hora de la aplicabilidad de los modelos matemáticos  a la vida real. En la puridad matemática necesariamente hacemos abstracción de multitud de cualidades y características complementarias de los bienes, en numerosas ocasiones también del espacio y del tiempo. La tendencia a razonar exclusivamente en términos de la abstracción matemática nos aparta de esa concreción consustancial a toda realidad económica. En la vida real no hay bienes sustitutivos y siempre hay que considerar el tiempo y el espacio[13]. Además, y de forma todavía más mollar, el sujeto económico término –es decir la persona en cuya referencia valoramos y valora- siempre es cualitativamente distinto en tantas y tantas cualidades y características. Entre todas las demás diferencias vive también en  un tiempo y ocupa siempre un espacio determinado[14]. Si distinto es siempre lo que valoramos, y diferente a su vez es la persona humana (de tal o cual raza, nación[15] o cultura divergente o convergente) que se toma como referencia final en la valoración, la graduación de la variedad complementaria crece de forma exponencial. Y sin embargo toda esa caótica variedad está orientada y tiene sentido. En cada patrimonio –todos distintos- la aparente anarquía está ordenada[16], el posible caos está sincronizado y la armonía prevalece. Alguien la está ordenando. La persona humana en cuanto inteligente y con toda su riqueza inabarcable en libertad responsable le da sentido[17].

[1] Hayek –entre otros muchos- consideró la propiedad un aspecto vital y de carácter universal. Llamaba a esa capacidad de dominio propiedad plural, en vez del término más usado de propiedad privada quizás más cerrado y ensimismado.
[2] Murray N. Rothbard La ética de la libertad p. 67.
[3] Tras comprobar que para que se dé el valor económico se necesi­ta un sujeto origen que es lo que se valora  y un sujeto término al que aquello que valoramos está referido; observamos que esa relación, además de hacer referencia al sujeto término, hace también referen­cia a otras cosas con las cuales la cosa valorada se conjuga para hacer surgir la relación última. Aparece en nuestro estudio la necesi­dad de considerar la complementariedad entre los distintos bienes con referencia última a los bienes finales o de primer orden en la terminología de Menger.
[4] El hombre es un animal que desea y que raramente alcanza un estado de completa satisfacción, excepto durante un corto tiempo. A medida que se satisface un deseo, sobreviene otro que quiere ocupar su sitio. Cuando éste se satisface, pugna otro todavía en el fondo, etc. Es una característica del ser humano, a lo largo de toda su vida, el hecho de que prácticamente esté siempre deseando algo. Nos encontramos, entonces, con la necesidad de estudiar las relaciones de todas las motivaciones en particular, de modo que nos hallamos enfrentados concomitantemente con la necesidad de renunciar a las unidades motivacionales aisladas, en el caso de que queramos establecer el amplio entendimiento que andamos buscando.  Maslow, A.H.,  Motivación y personalidad, Flamma, Sagitario, 1975, p. 73.
[5] Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo,  Madrid, Alianza Editorial,  1987, p. 190.
[6] Por lo tanto en el valor económico de los productos intermedios, de los factores de producción, además de la relación principal del sujeto origen al sujeto término, aparece también la relación a otros productos que son complementarios del primero en la producción.
[7] «Resulta ahora completamente cierto que disponemos de canti­dades sobrantes de bienes de orden inferior sólo mediante cantida­des complementarias de bienes de orden superior; pero es también igualmente cierto que pueden incorporarse a la producción no sólo cantidades fijas de bienes de orden superior, a la manera como suce­de en las combinaciones químicas…La experiencia general nos ense­ña más bien que toda cantidad definida de un bien de orden inferior es obtenida de bienes de orden superior que se hallan en una rela­ción cuantitativa muy diferente entre sí» Menger, op. cit., p. 98.
[8] Stigler: «El pensamiento económico en Carl Menger», The Journal Politi­cal Economy, abril 1937, en El pensamiento económico….
[9] Para que se dé valor a una cosa, es decir, para que tenga utilidad siendo idónea, se requiere, además del sujeto origen y del sujeto término, un con­junto de riqueza al cual la cosa valorada se incorpora y con el cual se conjuga. Los bienes de tal conjunto de riqueza se dividen en com­plementarios y sustitutivos del sujeto origen.
[10] El valor de una mercancía aumenta:
      1) con el incremento de valor de la riqueza total, del producto final;
      2) con la importancia de esa mercancía en el conjunto de la ri­queza;
      3) con la disminución de la cantidad de sus sustitutivos;
      4) con el incremento de la cantidad e importancia de sus complementarios.
[11] Hay una utilidad «primaria» en la cosa que es múltiple y que consiste en las múltiples virtualidades que por su naturaleza tiene la cosa. Esa utilidad primaria la tiene todo ser por el hecho de ser lo que es.
La utilidad secundaria sería una utilidad de orden pragmático, aquella para la que es utilizado ese objeto entre las múltiples primarias que tenía él mismo. Esta utilidad secundaria se refiere a la idoneidad con respecto al fin que le compete como parte de un nuevo conjunto de seres. Fin que en último término es un determinado servicio al hombre.
La utilidad terciaria vendría dada por la idoneidad’ de los fines intermedios {terciarios} de ese conjunto de cosas, y asimismo vendría la cuaternaria,  etc. La utilidad última vendrá dada por la idoneidad del fin último de ese conjunto de objetos. Esa idoneidad última se la da, al producto terminado, el consumo, el uso último que se hace de él.
Podemos distinguir una utilidad última de producción que es marcada por la intencionalidad última del proceso de producción, es decir, por aquello que el productor deseaba en último término producir, y una idoneidad última de uso, que puede o no coincidir con la de producción y que está marcada por el uso efectivo que el consumidor o usuario da al producto final.
[12] Kauder: «Génesis de la teoría de la utilidad marginal, desde Aristóteles hasta finales del siglo XVIII», The Economic Journal, septiembre 1953, en El pensamiento económico..
[13] La primera característica para que algo sea útil para algo es precisamente eso: que sea, que exista, que sea accesible, que esté disponible aquí y ahora, en tal lugar y en tal momento.
[14] Por lo que se refiere al ser humano, el orden no intencionado social sería el fruto de una serie de regulaciones (hábitos, costumbres), surgidas de los intentos de adaptación de los individuos que integran la sociedad a las circunstancias que les afectan en cada momento y lugar, y que posibilitan la realización de proyecciones de futuro extraídas de dicha ordenación. Después de dilatados procesos de prueba y error se van alcanzando soluciones cada vez más adecuadas a los problemas. Dichas soluciones que demuestran ser las más apropiadas se aprenden y se transmiten a futuras generaciones por los individuos y grupos que las adoptan, favoreciéndose, de esta manera, que preponderen sobre otros grupos que eligen soluciones equivocadas.  Martínez Meseguer, César, La teoría evolutiva de las instituciones. La perspectiva austriaca. Madrid: Unión Editorial, 2006; pp. 195-196.
[15] Kramen cita al historiador  William L. Schurz quien en un estudio publicado en 1939 “describía las riquezas del galeón de Manila, solitario bajel que durante más de dos siglos surcó las aguas del Pacífico entre Asia y Acapulco llevando en sus bodegas las fortunas y esperanzas de españoles, mexicanos, chinos, japoneses y portugueses, y auténtico símbolo del alcance internacional de los intereses ibéricos. El imperio, como el incansable galeón, sobrevivió durante siglos y sirvió a muchos pueblos. Muchos de ellos eran, inevitablemente, españoles, pero otros provenían de todos los rincones del globo.” Imperio p 13
[16] El atribuir al sujeto integral, a la persona, la percepción o la aprehensión inmediata de la realidad, quiere decir por lo menos esto: a) que la percepción de la realidad es el «efecto» inmediato de la puesta en acto de todas las facultades aprehensivas, sensitivas e intelectivas a la vez; b) que tal aprehensión conjunta apunta a un principio de orden y organización que, en última instancia, sólo puede provenir del entendimiento; c) en fin, que es el entendimiento el que aprehende propiamente la realidad y la sustancia concreta: pero no el entendimiento abstracto que atiende a los inteligibles puros, sino un entendimiento que puede aplicarse y continuarse, en sus funciones, con los sentidos.  Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 33.
[17] Los estratos o planos perceptivos, heterogéneos en sus respectivos contenidos, se muestran en el acto y en el objeto de la percepción no sólo como «relativos»,  sino más íntimamente todavía, como interdependientes los unos de los otros bajo la supremacía definitiva de las funciones y de los contenidos de la inteligencia. Lo que precisamente constituye el «desarrollo» de la percepción es el realizarse de esta interdependencia de objetos y funciones, desde las formas primitivas y globales a las formas cada vez más diferenciadas y pregnantes.  Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 34.