2.- El reduccionismo de los números índices y de los agregados que induce a errores.

2.- El reduccionismo de los números índices y de los agregados que induce a errores.

Otro reduccionismo[1], casi siempre inconsistente en muchos aspectos induciendo a errores y que ya podemos analizar después de que en los capítulos anteriores se han resaltado las intrínsecas diferencias de la realidad –si bien remitiendo unas a otras y posibilitando así su transformación y la generación de nuevos seres-, es el que se refiere a la simplificación y abstracción homogénea de la utilización del número y de las variables agregadas.[2] La cantidad es un accidente importante junto con la dimensión y la magnitud, pero, al serlo, siempre será inherente a las substancias que son las que auténticamente son en unidad armónica consistente.

No existe armonía social posible a la sombra del signo más. El orden y la continuidad de la ciudad reposan en la calidad de sus miembros.[3]

Si buscamos la raíz de los males y de las amenazas que pesan sobre nuestra época, la encontraremos en el número (y en la explotación del número por parte de los tecnócratas de la opinión y la política).[4]

Tal y como se ha explicado, bienes supuestamente idénticos son de hecho totalmente distintos desde el punto de vista económico según se incluyan en un patrimonio o en otro, e incluso distintos también si se ubican en este lugar o en aquel otro, o diferentes a su vez si nos referimos a él con referencia al pasado, al presente o al futuro.

También vimos que por la complementariedad intrínseca a toda realidad singular no debemos separar ningún recurso del resto de bienes con los que más fácilmente se puede complementar al pertenecer a un mismo patrimonio. Seccionarlo para separarlo es empobrecerlo y empobrecer al conjunto. Es la persona -como también se argumentó- la que transmite y confiere unidad integradora de valor a toda aquella pluralidad interconexionada.

Es ella la que unifica toda esa variada gama de bienes y recursos inconfundibles[5] que configuran  la originalidad irrepetible de cada patrimonio dándole sentido mediante la orientación por él pensada hacia unos determinados fines por ella proyectados. Al encorsetar todo aquello en un simple  número[6] se pierde la visión real de toda la riqueza económica abierta a lo demás con sus entrelazamientos posibles que tiene cada patrimonio. Y si agregamos patrimonios singulares inconfundibles numerando su suma desaparece también de la escena de la información necesaria esa característica fundamental desde la perspectiva económica de la variedad complementada. Y si actuamos tomando decisiones sólo con esas valoraciones cuantitativas y en base a puras estadísticas con números índices se puede incurrir en equivocaciones no desdeñables a la hora del cálculo económico real, el que al fin y a la postre tiene entidad práctica en las relaciones socioeconómicas.

Hasta ahora, todos los esfuerzos desplegados para resolver el problema teórico de los números índice han sido totalmente infructuosos. Probablemente, incluso es posible demostrar que el concepto es fundamentalmente irracional. [7]

Induce a error, por lo tanto, el considerar monotemáticamente todo lo relativo a la cantidad como en abstracto, es decir, como si aquella estructura pitagórica estuviera flotando de forma subsistente. Ese dar carta de soberanía imperial y entidad propia al accidente cantidad y a la numerología es una consecuencia del materialismo, determinismo y positivismo de nuestra ciencia. Quizás por este motivo puede llegar a dejar de ser ciencia.  En este sentido el mismo Wassily Leontief señala lo siguiente  a propósito del significado de los números índices[8] y  de  las curvas de indiferencia:

En la medida en que dichos números índice representan un cociente entre dos precios o cantidades compuestos, su significación económica, si existe, sólo puede presentarse en términos de uno de los tres signos: >1,  < 1 ó =1 (usando porcentajes: >100%, <100%, =100%). Cualquier otra precisión numérica que pueda llevar consigo un número índice está desprovista de significado económico. No hay que extrañarse pues de que toda tentativa encaminada a una interpretación numérica no haga sino confundir.[9]

Parecidas inducciones al error producen –incluso con mayor alcance práctico- la tendencia llamada científica a idolatrar los modelos econométricos y la utilización indiscriminada y sin matizaciones  de índices[10], variables agregadas[11] y ponderaciones[12] macroeconómicas –también las probabilísticas-  manejándolas al antojo de los intereses más o menos confesables de quienes los utilizan y difunden.

Algunos de estos modelos pretenden describir el funcionamiento del sistema económico en términos de cinco, cuatro e incluso solamente tres variables agregadas. En tanto que sustitutivos del análisis teórico y la generalización, dichos artificios simplificadores no tienen evidentemente ningún valor. En la medida en que estos agregados no son directamente observables (en efecto, muy pocos lo son), sino que deben calcularse a partir de las mediciones de cada una de sus variables componentes, su utilización no supone ningún ahorro significativo en el uso de datos primarios observados.[13]

Ligado a ello también induce a errores graves la fácil conversión de variables agregadas abstractas en realidades antropomórficas[14] actuantes[15] favoreciendo el colectivismo y el enfrentamiento entre grupos, así como la tiranía de las mayorías[16]. Se puede decir que las empresas, grupos, Estados, instituciones, colectivos, razas…etc.   -en algún sentido bastante cierto-  no existen porque lo que existen son las personas originales que en el nivel institucional pueden o no coordinarse.

Y si la utilización de las variables matemáticas y de la abstracción numérica en el caso de las mercancías y en la utilización de grandes agregados induce errores que pueden ser graves desde el punto de vista de la teoría y desde luego de su aplicación práctica, la utilización del número –con su frialdad intrínseca y estereotipada- al referirnos a la población, es decir a las personas[17] concretas[18] en sus circunstancias y que llamamos con frialdad  recursos humanos, resulta ya de una gravedad inquietante si no se es consciente de tantas matizaciones que se deben hacer.

[1] Se puede sostener que ateniéndose al criterio de prescindir de datos no relevantes y por un procedimiento reductivo, se llega a lo relevante, a lo sencillo, a lo simple. La ciencia moderna ha procedido siempre así. Pero decir que el mejor método para resolver problemas es el método analítico presupone una condición que no siempre se cumple. Se pretende que basta considerar unos cuantos aspectos, porque otros no son relevantes. Pero ¿y si todos los elementos son relevantes?, ¿y si prescindir de alguno configura una situación distinta de la situación completa, que es la real? En ese caso vamos en contra de la solución del problema si nos empeñamos en emplear solamente el método analítico. Polo, Leonardo, Quién es el hombre, (Madrid: Ediciones Rialp, 1991), p. 44.
 
[2] De ahí por ejemplo la  continua tendencia de Hayek a explicar los fenómenos de la vida económica desde el ámbito microeconómico desestimando los planteamientos macro: La aparición y crecimiento del paro en un período inflacionista (es decir, recesión con inflación, lo que llamamos ahora “estagflación”) demuestra con total evidencia que la ocupación no es sólo función de la demanda total, sino que está determinada por la estructura de los precios y de la producción, que sólo la teoría microeconómica nos puede ayudar a entender. Hayek,  Las vicisitudes del liberalismo. Ensayos sobre economía Austriaca y el ideal de la libertad,  Obras Completas,  V. IV, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1996, p. 115.
[3] Thibon, Gustave, El equilibrio y la armonía, Madrid, Ediciones Rialp, 1981, pp .31-32.
[4] Thibon, Gustave, El equilibrio y la armonía, Madrid, Ediciones Rialp, 1981, p. 30.
[5] Al hablar, en general, de “electrodomésticos en lugar de “bienes de consumo duradero”, excluimos los automóviles, pero dejamos sin concretar si nos estamos refiriendo a refrigeradores, lavadoras o televisores; y al hablar de refrigeradores, seguimos omitiendo la distinción entre los eléctricos y los de gas. Sólo un sistema teórico ideal podría considerar todas las distinciones observables y explicarlas hasta el último detalle. En cada estadio de su desarrollo, el análisis económico —como el análisis teórico en cualquier otra disciplina empírica— puede operar eficazmente a cierto nivel de diferenciación cualitativa, pro no a una mayor profundidad. Leontief, Wassily, Ensayos sobre economía, Barcelona: Planeta-Agostini, 1986, p.83.
[6] Este contraste me llevó a meditar una vez más sobre el desconcertante misterio del número. Tal misterio tiene su lado positivo: la exuberancia, la prodigalidad, la diversidad inagotables de la creación, y ello desde los miles de millones de seres que cubren la tierra hasta los miles de millones de estrellas que pueblan el cielo. Pero, por desgracia, también tiene su lado negativo: el anonimato unido a la multitud, la disolución del individuo en la muchedumbre, la originalidad velada por el parecido.
En la civilización moderna es este segundo aspecto el que la inspira cada vez más. Ya se trate de la demografía llamada galopante, de las concentraciones urbanas con sus masas indiferenciadas manipuladas por los “mass media”, del crecimiento vertiginoso de la producción y del consumo, ya de la acumulación y del derroche, asistimos por todas partes a la erosión de la calidad por la cantidad, estamos lanzados en una carrera sin freno en la que lo “más” sustituye a lo “mejor”. Thibon, Gustave, El equilibrio y la armonía, Madrid, Ediciones Rialp, 1981, p. 29.
[7] Leontief, Wassily, Ensayos sobre economía, Barcelona: Planeta-Agostini, 1986, p.98.
[8] Todo el sistema económico puede describirse con pocas palabras si se habla de la “producción de bienes de consumo” en vez de la de pan, zapatos y libros, o del “precio de los productos agrícolas” en lugar del precio del trigo. Sin embargo, el coste de reducir la variedad cualitativa consiste en el aumento de la indeterminación cuantitativa; según hemos visto, cuanto más general sea el contenido de un número índice, más imprecisa y arbitraria será su medida. Leontief, Wassily, Ensayos sobre economía, Barcelona: Planeta-Agostini, 1986, p. 82.
[9] La cita completa es la siguiente: El mapa de curvas de indiferencia es un ejemplo típico de este tipo de interrelación. El orden creciente o decreciente de sus magnitudes (niveles de utilidad mayores o menores) está perfectamente establecido, pero no tiene sentido preguntar cuánto mayor o menor es una que otra. Un método de cálculo de números índice basado únicamente en un “sistema de gustos” dado, representado por una sucesión de curvas de indiferencia, en modo alguno puede conducir a otro resultado que una serie de magnitudes no mensurables. Si, a pesar de todo, los resultados se dan en forma de números definidos, debemos prescindir totalmente de su significación numérica para tener en cuenta tan sólo el orden respectivo de sus magnitudes. En la medida en que dichos números índice representan un cociente entre dos precios o cantidades compuestos, su significación económica, si existe, sólo puede presentarse en términos de uno de los tres signos: >1,  < 1 ó =1 (usando porcentajes: >100%, <100%, =100%). Cualquier otra precisión numérica que pueda llevar consigo un número índice está desprovista de significado económico. No hay que extrañarse pues de que toda tentativa encaminada a una interpretación numérica no haga sino confundir. Leontief, Wassily, Ensayos sobre economía, Barcelona: Planeta-Agostini, 1986, pp. 185-186
[10] Los partidarios de este enfoque expresamente positivista forjan, sin embargo, nuevos conceptos científicos o adoptan algunos de los ya utilizados. Las cifras, regularmente publicadas, de la “renta nacional de los EE.UU.”, de la “producción de bienes de consumo de EE.UU.” o  del “nivel de precios de los productos agrícolas” son ejemplos típicos de ellos. Ninguna de estas expresiones se refiere a un objeto concreto que resulte familiar a los participantes directos en las  transacciones económicas prácticas diarias. Cada una de ellas se refiere, sin embargo, a un grupo de objetos definidos de un modo bastante simple, por no decir simplista. Leontief, Wassily, Ensayos sobre economía, Barcelona: Planeta-Agostini, 1986, pp. 81-82.
[11] La “producción de bienes de consumo” significa obviamente una combinación del conjunto de cantidades producidas de pan, zapatos, trajes, aparatos de TV, etc.; el “nivel medio de precios de productos agrícolas”, el precio promedio del trigo, algodón, naranjas, carne, etc. Los componentes de cada uno de estos grupos tienen alguna propiedad común —la de ser utilizados por los consumidores o ser precios de todos los productos de la empresa agrícola—, pero también difieren entre sí en muchas de sus características. En ningún caso existe una unidad común que pueda utilizarse sin ambigüedad para medir la magnitud de todos los elementos de este grupo antes de proceder a resumirlos y promediarlos. La determinación de la magnitud de estos entes agregados artificiales —los estadísticos económicos los llaman números índice— supone, en otras palabras, la suma de kilos o toneladas de acero con metros o yardas de tela. El resultado final depende, pues de la elección arbitraria de las unidades en las que se vaya a medir cada uno de los componentes. Leontief, Wassily, Ensayos sobre economía, Barcelona: Planeta-Agostini, 1986, p.82.
[12] La escuela empirista incluso llegó a desarrollar su propia técnica cuantitativo-descriptiva. Sus principales y únicos instrumentos son simplemente el promedio y la agregación (un agregado de un conjunto de magnitudes se define como la suma ponderada de sus elementos). Y así, mientras que el economista teórico descubre, o mejor dicho ordena, la compleja multiplicidad de fenómenos económicos mensurables reduciéndolos  a un sistema de ecuaciones, el empirista radical simplifica la realidad cuantitativa describiéndola en términos de unos pocos promedios y agregados. De este modo se sustituye la tabulación detallada de los distintos tipos de bienes y servicios que en el curso de un año dado han sido consumidos por una sencilla cifra llamada la  renta nacional neta anual. Esta cifra representa la suma total del valor en dólares de todos los bienes y servicios anteriormente mencionados. Análogamente, el vector multidimensional de los precios correspondientes se sustituye por un solo número —media ponderada de sus componentes individuales— que se llama nivel general de precios. Leontief, Wassily, Ensayos sobre economía, Barcelona: Planeta-Agostini, 1986, p. 62.
[13] Leontief, Wassily, Ensayos sobre economía, Barcelona: Planeta-Agostini, 1986, pp. 62-63.
 
[14] Y así, Hayek juzgaba el enfoque metodológico de Keynes basado en la utilización y en el idolatramiento de los agregados como la contribución o aportación más peligrosa de éste ya que estas variables agregadas enmascaran las variaciones de los precios relativos impidiendo que estos ejerzan su función informativa y coordinadora para los distintos agentes económicos.
[15] Contribuyó a que se llegara a este resultado la generalizada aceptación del infundado supuesto según el cual las gentes pueden actuar colectivamente. A modo de ingenua fábula fue adquiriendo popularidad la idea de que el «pueblo» es capaz de actuar. Friedrich A. Hayek. Derecho, Legislación y Libertad. El orden político de una sociedad libre, V. III, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1982,   p. 76.
[16] Aquel dotar de personalidad propia a los colectivos y en concreto al colectivo del “pueblo”, unido a la toma de decisiones por las mayorías –decisiones que pueden ser cada vez sobre materias más amplias- puede llegar a ser muy perjudicial para la convivencia en libertad y –en consecuencia- para la mejora económica generalizada. En ese antropomorfismo del colectivo, la “voluntad” del “pueblo” significa, en realidad, la voluntad de la «porción» más numerosa y activa del pueblo, de la mayoría, o de aquellos que consiguieron hacerse aceptar como tal mayoría partidaria. Si se idolatra el colectivo del “pueblo” y se idolatra a su vez la decisión de la mayoría –en aquella teórica división de poderes- sobre cualquier aspecto de la vida de los ciudadanos dejando que ese poder del partido  mayoritario sea ilimitado, el “pueblo” puede desear oprimir a una parte de sí mismo. Se puede así  caer en la tentación de obstruir el desarrollo e impedir, en lo posible, la formación de individualidades diferentes, moldeando, en fin, los caracteres con el troquel colectivo ideológico de aquella mayoría.
[17] Y Bernanos: “Habláis de justicia social. ¡Imbéciles! Rehaced primero una sociedad”. Una sociedad que lleve consigo en todos los niveles lo que antiguamente se llamaba hombres “de calidad”, donde los privilegios correspondan a talentos reales y a responsabilidades concretas, donde las desigualdades encuentren su sentido y su fin esta justicia superior que es la producción de una armonía.
A este precio podremos superar la prueba del número. Puesto que si el mandamiento divino es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, la condición más favorable para responder a ello es que el prójimo no esté absorbido en el anonimato de las masas, que se nos aparezca con su cada y con su alma; en una palabra, que sea para nosotros una presencia y no una cifra. Thibon, Gustave, El equilibrio y la armonía, Madrid, Ediciones Rialp, 1981, pp. 32-33.
 
[18] En el ámbito de la teoría del salario nos encontramos con la desacreditada «teoría del fondo de salarios», según la cual el salario se determina por la relación entre la población y el capital disponible como «fondo de salarios», y la no menos desacreditada «ley de bronce de los salarios», en virtud de la cual el salario del trabajador debe tender siempre hacia el mínimo existencial. En la teoría de la renta se afirma que ésta deriva de la diferencia entre el rendimiento de dos terrenos con distinta fertilidad, por lo que la renta estará siempre ausente de las tierras de peor calidad. En la doctrina del dinero se estableció la «teoría cuantitativa» y la teoría de Curney, etc.
Todas estas teorías son falsas; todas han conducido a resultados falsos y algunas a resultados prácticos incluso fatales, como es concretamente el caso de la falsa teoría del salario, que se utilizó con el fin de impedir que se adoptaran medidas efectivas para la subida salarial. Y la culpa de todo siempre la tiene el dichoso operar con hombres abstractos en lugar de con hombres reales. Von Böhm-Bawerk, Eugen. Ensayos de Teoría Económica, Volumen I, La Teoría Económica. Madrid, Unión Editorial, S.A., 1999, pp. 146-147. Lo subrayado es nuestro.