LA DEMOCRACIA EN LA ESPAÑA ACTUAL

 LA DEMOCRACIA EN LA ESPAÑA ACTUAL

Agradezco al Ateneo de Madrid –en mi nombre y en nombre de Innovación Democrática- haber sido invitado a esta casa para explicar mi visión de la Democracia.

Verdaderamente es un honor para mí poder participar en este acto y en un marco tan incomparable donde el afán de  libertad -y la creatividad innovadora que siempre conlleva- se encuentra en todos y cada uno de los entresijos de este salón principal.

Dicho esto debo decir que soy un rebelde y que no he hecho caso a lo que me han indicado. Me dijeron que tenía que hablar sobre  “La democracia en la España actual” y no voy a hablar de la democracia en la España actual.

Mejor dicho voy a disertar sobre ella sin citarla para nada. Dejo a su imaginación y a su conocimiento de la realidad democrática actual en España descubrir cuándo hablo de la democracia en esta última legislatura y cuando no. Cuando hablo de la realidad democrática española actual y cuándo hablo de su contraria.

Voy a exponer dos formas contrapuestas –aunque en muchas ocasiones conviven ambas en grados distintos- de entender la democracia.

A una la podíamos llamar democracia personal, democracia abierta, democracia humilde, democracia auténtica, democracia integradora  o simplemente DEMOCRACIA con mayúsculas.

A la otra la podemos llamar democracia artificial, democracia aparente, democracia sectaria, democracia manipulada, democracia absolutista, democracia totalitaria o simplemente –como explicaba José María Montoto- DEMOCRATISMO.

Quiero desde el principio mirar al futuro. El pasado ya no es, el futuro todavía no es pero depende de lo que hagamos ustedes y yo en el presente.  Innovación Democrática es un partido político con futuro y que mira con esperanza hacia el futuro.  En la política –en los sistemas políticos-,  como también en la economía o en el derecho hay que crear el futuro, y ello es algo imaginativo e imposible de determinar con el simple empirismo o con el simple mirar al pasado. La realidad futura se crea quijotescamente, no está dada con anterioridad. Por eso no sirven de mucho las estadísticas ni la hiperinflación de datos ya ocurridos. El pasado nos sirve de poco, sólo de experiencia. El futuro en cambio no está predeterminado. El futuro se ha de crear.

El democratismo cae en el grave error del constructivismo que a su vez concentra en su visión deformada de la realidad otra catarata de errores metodológicos.

Se entiende por constructivismo toda aquella postura que tiene por fundamento considerar que se es capaz de reorganizar la sociedad a nuestro antojo de una manera más eficiente y  de forma voluntarista. Se califica de constructivista a toda aquella forma de pensamiento que considera que sólo la razón puede llegar a edificar una sociedad nueva y mejor,  al sostener que es posible adquirir, a través de diferentes medios, toda la información necesaria para llevar a cabo dicha tarea. El político se ve convertido así en un ingeniero social, con el poder de rehacer la sociedad desde cero, pudiendo, por tanto, reelaborar las normas y reglas concretas que determinarán el futuro de la sociedad. Llega incluso a considerar las instituciones ya existentes como fruto de la creación deliberada de alguien, por lo menos en todos los aspectos que racionalmente se consideran positivos.  Postura que podríamos denominar creacionismo social.

En esa aparente democracia surgen toda una serie de problemas derivados de este erróneo planteamiento: por un lado la creencia de que como todos los poderes habrían pasado a pertenecer al pueblo (incluido el de crear las leyes), las medidas de cautela contra los abusos del poder político son innecesarias. Se considera que la democracia sería suficiente para impedir hipotéticos abusos. No considera necesario ponerle límites al poder surgido de la ciudadanía, por lo que el ideal de “Soberanía popular” se impone al de “Imperio de la Ley”. De esta manera, el concepto tradicional de ley se vacía de su contenido. Si la ley era más bien una norma general y abstracta, emanada de las interacciones humanas, ahora se convierte en la expresión determinada de la “Voluntad  General”, quedando en manos de los representantes de los ciudadanos sin que se vean estos verdaderamente limitados.

Nos encontramos ante una situación verdaderamente aberrante desde el punto de vista jurídico donde todo se confunde, donde todos los conceptos se ven vaciados de su contenido: el Derecho Civil y el Mercantil (normas reguladoras del orden espontáneo, de las relaciones entre los individuos), se confunde con el Derecho Público (normas en principio reguladoras de la organización política, del Estado, es decir, mandatos). Ya no existe la diferencia, de radical importancia, entre los dos distintos tipos de órdenes existentes (los órdenes espontáneos y las organizaciones deliberadas) ni entre las distintas normas que deben regular unos y otros (leyes y mandatos)[1].

En la democracia artificial se proclama a veces la separación de poderes, pero en realidad la misma jamás se lleva a cabo de verdad. La Asamblea Legislativa se convierte en una Asamblea Gubernativa, produciéndose una fusión inevitable con el Poder Ejecutivo. El Poder Judicial por otro lado termina por convertirse en una simple rama de la Administración, dedicada a aplicar las normas dictadas desde la Asamblea Legislativa y el Gobierno, quedando olvidadas en la historia la figura de los jurisconsultos, el sentido común  y los Principios Generales del Derecho.

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En la democracia abierta en cambio la libertad personal juega un papel preponderante para alcanzar los objetivos: Debido a que la libertad significa la renuncia al control directo de los esfuerzos individuales, la sociedad libre puede hacer uso de mucho más conocimiento del que la mente del más sabio de los legisladores pudiera abarcar.[i]Porque la mente de un solo hombre[ii] era incapaz de saber y controlar[iii] todo aquel mare mágnum. Afirmar lo contrario era propio de un estado de soberbia grandilocuente que linda con la locura.

Estamos  en la era de la informática y las telecomunicaciones que potencian el ámbito de las elecciones autónomas personales desde el despliegue de su interioridad. La sincronía interpersonal es muy llamativa en nuestra era. La informática personal ha potenciado y extendido aún más la sociedad abierta y el orden extenso[iv]. Los que tienen intereses mutuos necesitan comunicarse entre sí. Y de una forma u otra todos tenemos intereses comunes. Y es importante darnos cuenta que hasta el individuo más ignorante tiene un conocimiento de sus propias circunstancias que quizás resulte a otros valioso. La evolución en democracia de los medios de organización social —resultado de la acción humana pero no de su intención— es la respuesta tanto teórica como práctica al problema de cómo coordinar las necesidades y planes de millones de participantes dispersos. Hayek remonta los orígenes de esta idea a través de Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson hasta Bemard Mandeville: «El peor de toda la multitud, ese también hizo algo por el bien común.»[v]

Innovación Democrática es un partido que no apuesta por los líderes carismáticos que dicen tener la solución a todos los problemas. Que saben de todo y más que los demás. En Innovación democrática confiamos en la gente, pensamos que cada problema tiene diversas soluciones posibles y que los que están más cerca del problema conocen mejor su solución. La democracia auténtica y verdadera es humilde. Porque la humildad es la verdad de nuestra ignorancia.

Ya en Séneca se realza ese hecho con aquel sólo sé que no sé nada. También en Hayek –y con una intensidad y claridad meridianas- queda patente en toda su obra esa ignorancia personal sobre nosotros, los otros y sobre todo lo demás, así como  esa confianza en el orden espontáneo de la sociedad abierta.

Miguel de Cervantes, en la carta al Duque de Béjar habla del  juicio de algunos que no conteniéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos.

Y Unamuno:

¡Cosa honda y difícil esta de conocer el hecho vivo! Cosa la única importante de la ciencia humana, que se reduce a conocer hechos en su contenido total.. Porque toda cosa conocible es hecho (factum), algo que se ha hecho. El universo todo es un tejido de hechos en el mar de lo indistinto e indeterminado, mar etéreo y eterno e infinito, un mar que se refleja en el cielo inmenso de nuestra mente, cuyo fondo es la ignorancia. Un mar sin orillas, pero con su abismo insondable, las entrañas desconocidas de lo conocido, abismo cuyo reflejo se pierde en el abismo de la mente[vi].

Ser conscientes de todo el abismo de ignorancia omnipresente en el que nos movemos y en el que se ha desarrollado la vida humana durante tantos miles y miles de años, lleva a la humildad intelectual y práctica. La ignorancia se convertía en una compañera de viaje de la que difícilmente nos podíamos separar. Y en  la ignorancia, curiosamente, se fundamenta toda la teoría hayekiana del conocimiento y la información dispersa: La sentencia socrática de que el reconocimiento de la ignorancia es el comienzo de la sabiduría, tiene profunda significación para nuestra comprensión de la sociedad. El primer requisito en relación con esto último es que nos percatemos de lo mucho que la necesaria ignorancia del hombre le ayuda en la consecución de sus fines[vii]. Cuanto más civilizados somos, más ignorancia acusamos de las realidades en que se basa el funcionamiento de la civilización.

La misma división del conocimiento aumenta la necesaria ignorancia del individuo sobre la mayor parte de tal conocimiento.[viii] Y Peter Klein señala magistralmente, y expresando su sorpresa ante aquel genial descubrimiento paradójico, que Hayek basa su defensa de la economía libre  no sobre la racionalidad humana, sino ¡sobre la ignorancia humana!.

“El argumento que justifica la libertad, o al menos su principal componente, reside en el hecho de nuestra ignorancia y no en el de nuestro conocimiento.” [ix]

Esas  interacciones cotidianas en la convivencia democrática permiten a todos captar información sobre las ideas personales subjetivas continuamente cambiantes pero dotadas de una cierta estabilidad de comportamiento porque sobre ellas siempre está latente la influencia libre -a través de la conciencia personal- de esos principios generales que son comunes a todas las razas y geografías. Y esa información captada de forma aparentemente anárquica coordina espontáneamente el sistema.

En la auténtica democracia nos encontramos con un proceso de descubrimiento de las normas a partir de ciertos materiales que les son proporcionados por la sociedad y que condicionan su propia producción, que en ningún caso puede ser arbitraria o interesada ya que son los juristas y los jueces los que hacen que prevalezcan el sentido común y los Principios Generales del Derecho. Ese Estado de Derecho es el que coordina el sistema complejo y espontáneo basado en la libertad personal.

En el democratismo en cambio, el proceso legislativo político es un proceso de creación de la Ley. El legislador puede elaborar la Ley libre de estos “condicionamientos”, pues prácticamente puede afirmarse que se atribuye el poder de crear la Ley de la nada (eso sí, influido por los deseos particulares de los votantes, cuando hablamos de una democracia, y de los grupos de presión que persiguen determinados fines concretos y que supeditan sus decisiones). Este procedimiento casi “mágico” provoca la sensación de poder alcanzar fines que nunca podrían lograrse mediante los otros sistemas. No obstante, las consecuencias reales negativas y los graves peligros que este sistema de producción de leyes entraña son enormes.

La sociedad, dotada de una especie de razón colectiva, decide crear un nuevo orden donde se entrega al Estado la autoridad suprema, convirtiéndose en el creador del Derecho[2]. Ese Estado Absoluto con apariencia de democracia generó la inmensa maquinaria de la ADMINISTRACIÓN (incluida la de justicia), lo que posibilita la posterior aparición del Estado Despótico[3].

Por todo ello resultó inevitable la llegada de los Estados Totalitarios y fue igualmente el motivo por el cual “el socialismo vio en el Estado el instrumento ideal para transformar las sociedades y realizar el ideal de la comunidad mediante el logro del bienestar general, sustituyendo la política por la economía (Política Económica en lugar de Economía Política), destinada a convertirse en el contenido esencial de lo público”[4].

Personalmente, creo que este racionalismo excesivo[x], que adquirió influencia en la Revolución Francesa y que durante los cien últimos años ha ejercido principalmente su influencia a través de los movimientos gemelos del positivismo y del hegelianismo, es la expresión de una soberbia intelectual que es lo contrario de la humildad intelectual que constituye la esencia del verdadero liberalismo, que considera con respeto aquellas fuerzas sociales espontáneas a través de las cuales los individuos crean cosas más importantes que las que podrían crear intencionadamente.[xi]

 

Vemos con claridad el gran peligro del abuso de la razón que tiende a convertirse en medida y legisladora de todo llegando a convertirse en monstruo desbocado. Ese monstruo de la soberbia que había que dominarlo con ese constante tener presente la nimiedad de la inteligencia humana. Ante la tentación del sobredimensionamiento de la razón humana se la debe embridar mediante el continuo ejercicio de la autorestricción personal. Conviene siempre moderar y templar los excesos de la razón humana que pretende y cree saberlo todo y abarcarlo todo. Porque de lo contrario, la voluntad, espoleada a su vez por esa razón monstruosa y aparentemente omnicomprensiva, cree poderlo todo y actúa en consecuencia.

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En las democracias abiertas en cambio, ese sistema aparentemente caótico pero sincronizado espontáneamente a través de ese faro común de los principios generales  ha estado ejerciendo su influencia facilitando la captación de informaciones desde los  tiempos más remotos. La democracia se nos presenta como un proceso de descubrimiento de relaciones que genera información.  El simple fijarse en algo repercute en el descubrimiento de  una o múltiples relaciones  y en hacer posible una mejor proyección de mis fines sobre las realidades materiales y sociales para concatenarlas y hacerlas más ricas.

Esa  sincronía interpersonal que sobrepasa a todo conocimiento humano es explicado también magistralmente por Ortega y Gasset cuando explica que: “la peculiaridad de cada ser, su diferencia individual, lejos de estorbarle para captar la verdad, es precisamente el órgano por el cual puede ver la porción de realidad que le corresponde. De esta manera, aparece cada individuo, cada generación, cada época como un aparato de conocimiento insustituible. La verdad integral sólo se obtiene articulando lo que el prójimo ve con lo que yo veo, y así sucesivamente. Cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta. “[xii]

A través de los esfuerzos mutuamente ajustados de muchos individuos se utiliza más conocimiento del que cualquier persona posee o es posible que sintetice intelectualmente. A través de la unificación del conocimiento disperso se obtienen logros más elevados que los que cualquier inteligencia única pudiera prever y disponer.[xiii]

Así pues, hoy en día, se hace más patente aún que la democracia  es una cuestión que tiene que ver con  la elección personal a través del voto donde se pone en juego siempre aquella libertad y responsabilidad personal que está siempre interpelándonos. Surge la necesidad continuada de la elección ordenada ante el cúmulo creciente de hiperinflación de la información. Demagogia e  hiperinformación que bien podía ser descrita con aquella frase unamoniana: La palabra, que protege a la idea primero, la ahoga muchas veces después[xiv]. Y ante tantos caminos abiertos hay que elegir con hábitos que se van adquiriendo y consolidando.  Nadie se puede quedar en la indeterminación total. Siempre hay que  decidirse por algo con plena libertad y responsabilidad y poniendo en juego aquel poder creador del riesgo  que aducía Rafael Termes en un libro titulado así: El poder creador del riesgo. Ante la libertad no es bueno quedarse  pasmados sino que es preciso tomar partido y arriesgarnos a decidir.

Conviene huir constantemente de ese democratismo, de ese intelectualismo omniabarcante que quiere conocerlo todo y actuar siempre de acuerdo con los razonamientos conscientes. Tenemos nuevas ideas para discutir, diferentes puntos de vista que revisar, porque tales ideas y puntos de vista surgen de los esfuerzos de individuos en circunstancias siempre nuevas, que se aprovechan, en sus tareas concretas, de los nuevos instrumentos y formas de acción que han aprendido.[xv] La teoría hayekiana del conocimiento[xvi] es un continuo tratar de moderar el racionalismo excesivo sin negar las virtualidades y posibilidades inmensas de la inteligencia humana.

En INNOVACIÓN DEMOCRÁTICA sabemos que el proceso de la civilización se constituye en un diálogo con lo material y con los demás a través de aquella materialidad. Las ideas, surgiendo de la aparente simpleza materializada, lo renuevan, proyectan y transforman idealmente para volverlo a materializar ya renovado e idealizado.

Ese diálogo e interacción con el mundo sensible enriquece la libertad de pensamiento sin depauperarla rebajándola hacia lo material y hacia el interés propio. Al contrario, la aplicación perseverante de la inteligencia sobre lo material y desde la ética trasciende éste y lo eleva espiritualizándolo. La potencia de captación universal de esencias y su capacidad de relación hacen posible el descubrimiento y redescubrimiento imaginativo de nuevos mundos capaces de hacerse realidad con el quehacer renovado. La función que tiene la democracia abierta e integradora en definitiva es la de ser  medio que facilita la superación de nuestra inexorable ignorancia convirtiéndonos en pioneros esperanzados de un mundo nuevo por descubrir. A eso les animo esta tarde desde este foro privilegiado.

Muchas gracias.

[1] Tal y como analizamos en el Capítulo titulado, “Los Órdenes Espontáneos y Las Organizaciones (Dos tipos de Normas)”.
[2] Op. cit., pág. 152:
“El”.
[3] Op. cit., pág. 175:
“Tocqueville”.
[4] Op. cit., pág. 212.
[i]    F. A. Hayek, Los fundamentos de la libertad.  Madrid, Unión Editorial, S.A., 1998,   p. 57.
[ii]   Jesús Huerta de Soto,  Nuevos Estudios de Economía Política, Nueva Biblioteca de la Libertad, 30, Unión Editorial, S.A., Madrid, 2002,  pp. 44-45
[iii]   Carlos Rodríguez Braun, A pesar del gobierno. 100 críticas al intervencionismo con nombres y apellidos, Madrid, Unión Editorial, S.A. 1999, pp.  222-223
[iv]   Juan E. Iranzo, Globalización y Nueva Economía, Madrid, Instituto de Estudios Económicos, 2003, p. 129
[v]  Hayek,  Hayek sobre Hayek, Un diálogo autobiográfico, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1977, Introducción,    p.27.
[vi]   Unamuno. En torno al casticismo. p .84.
[vii]   F.A. Hayek. Los Fundamentos de la Libertad, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1998,  p. 47.
[viii]    F.A. Hayek, Ibid.,   p. 52.
[ix]   Hayek, Las vicisitudes del liberalismo, Ensayos sobre Economía Austriaca y el ideal de la libertad, Obras completas, V. IV, Madrid, Unión   Editorial, S.A., 1996,  p. 8.
[x]   Paloma de la Nuez, La Política de la Libertad.  Estudios del pensamiento político de F.A. Hayek. Nueva Biblioteca de la Libertad  7, Madrid, Unión Editorial, S.A. 1994. pp 77-78.
[xi]    F.A. Hayek. Los fundamentos de la libertad.  Madrid, Unión Editorial, S.A., 1998,   p. 49.
[xii]   Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo, Alianza Editorial, Madrid, 1987. p. 151.
[xiii]    F.A. Hayek, Los fundamentos de la libertad.  Madrid,Unión Editorial, S.A., 1998,  p. 57
[xiv]   Unamuno, Op. Cit., p. 15.
[xv]    Hayek, Ibid. pp. 61-62.
[xvi]   El orden sin plan. Las razones del individualismo metodológico. Madrid. Unión Editorial, S.A. 2000, pp. 23-24