3.- Complementariedad marginal creciente y  curvas de demanda crecientes

3.- Complementariedad marginal creciente y  curvas de demanda crecientes[1].

Al llegar a otro de los  puntos álgidos de la investigación al final de este capítulo III trataré de explicar una de las conclusiones más relevantes de lo que hasta ahora se ha venido razonando. Se trata de argumentar en este apartado y en el siguiente por qué -desde la lógica económica que rigurosamente tratamos de seguir- en las sociedades desarrolladas del actual siglo XXI las curvas de demanda de muchos bienes superiores que más adelante señalaremos (no nos referimos ahora a los bienes de Guiffen), pudieran ser crecientes si eliminamos algunas hipótesis restrictivas y si las definimos con la terminología de Marshall que relacionaba los precios que los usuarios o consumidores estarían dispuestos a pagar con  las nuevas cantidades incrementadas que pretenden adquirir. Y ello precisamente por esa característica fundamental en este trabajo que es la variedad complementaria de todo bien económico.

Sobre todo en la docencia –y también en los primeros estadios de cualquier conocimiento científico- explicamos muchas veces teorías y regularidades simples para empezar a comprender y que los demás comiencen a entender. Pero suele ocurrir que la misma reducción a lo sencillo de la realidad que tratamos de explicar es lo que precisamente distorsiona los resultados concluyendo datos, leyes y regularidades erróneas y contraproducentes en sus consecuencias y aplicaciones  prácticas al mundo real. Acaba resultando entonces que aquello enseñado rudimentariamente no explica los fenómenos de la vida real que tratábamos de comprender. Incluso pueden llegar a ser contradictorios.

El pensamiento contemporáneo, como se ha visto, siente viva la preocupación por mantener la solidaridad entre lo concreto y lo abstracto, el pensamiento vivido y el lógico: en esto vuelven los modernos, a pesar suyo, a Aristóteles, al que corresponde el honor y la responsabilidad de haber encaminado, por primera vez, el pensamiento en tal dirección.[2]

Esa discrepancia entre lo concreto y lo abstracto ocurre por ejemplo en tres grandes simplificaciones que ya hemos explicado en este trabajo entre otras: la condición ceteris paribus, las teorías estáticas y la que acabamos de reseñar del modelo estándar del homo economicus.

Ya hemos indicado anteriormente que toda la realidad en sus diversas manifestaciones y en las relaciones entre  los diversos seres entre sí tiene leyes dinámicas que interactúan continuamente y que en ese contexto general la variopinta realidad humana tiende a cumplir sus leyes de conducta –libres pero no aleatorias ni deshilachadas- dando lugar a que actúe de forma coherente y estable en todo el complicado entramado estructural del moderno sistema micro-económico.  Así ocurre desde luego con las actuaciones diarias en los mercados abiertos de los consumidores[3]. No actúan estos deslavazadamente de forma irracional sino que se puede entender de alguna forma sus rasgos generales, inercias y tendencias de sus comportamientos habituales. Investigar cómo valoran los consumidores desde su conciencia[4] personal aquello que acaban comprando o no, en razón de qué lo hacen y qué es lo que tienen en cuenta en esas decisiones, así como qué forma tienen de medir[5] la utilidad[6] de aquello que están valorando para poder compararlas con otras alternativas a su alcance resulta ser una problemática que incide en la parte más mollar de toda explicación y comprensión de la actividad económica.

En este ámbito de la conducta inercial del consumidor es donde se enmarca la explicación de la pendiente negativa de las curvas de demanda fundamentada en la ley de la utilidad marginal[7] decreciente que acaba resultando axiomática y que constituyó una revolución[8] en el pensamiento económico y en sus aplicaciones prácticas cotidianas. Dicho brevemente: el aumento del precio de cualquier mercancía o servicio reduce su consumo óptimo. Lo que indica que las curvas de demanda tienen pendiente negativa. Al aumentar el precio se reduce la cantidad demandada y viceversa: al disminuir aumenta. Y ello porque a medida que aumenta la cantidad poseída de una cosa, disminuye la utilidad marginal de la misma. El concepto cualitativo de utilidad[9] marginal suele ir unida a la expresión de la ley de la utilidad marginal decreciente a medida que aumentamos el número de unidades que se usan o consumen tal y como Menger, Jevons y Walras[10] –casi coetáneamente aunque cada uno con perspectivas diferentes (más hedonista[11] Jevons, más matemático y formalista Walras, y más realista Menger) sobre el concepto de utilidad[12]– y con anterioridad el entonces desconocido Gossen, e incluso aún antes Balmes, descubrieron. Todos los manuales de economía se hacen eco de esta ley de la utilidad marginal decreciente según la cual la cantidad de utilidad adicional o marginal disminuye a medida que una persona consume mayor cantidad de un bien. La utilidad total tiende a aumentar a medida que consumimos mayor cantidad de un bien. Sin embargo, a medida que adquirimos más, nuestra utilidad total aumenta en un porcentaje cada vez más bajo.

No se pueden poner en tela de juicio estas verdades tan fundamentales cuando miles y miles de manuales y millones de explicaciones en cursos de economía a lo largo y ancho de varios siglos y de toda la geografía mundial las avalan, Ahora bien, también se ha dicho –aunque de forma más minoritaria- que en determinados supuestos no precisamente excepcionales hay que introducir numerosas matizaciones[13]. Es decir que -profundizando ya en la cuestión- esas leyes se cumplen efectivamente siempre y cuando la realidad de las demandas y preferencias de los consumidores cumplan las siguientes hipótesis previas al razonamiento. Si esos supuestos se cumplen lo dicho hasta ahora se cumple lógicamente. Pero si en ocasiones o incluso numerosas veces esas restricciones previas a la libertad del razonamiento no se presentan en la realidad que pretendemos analizar[14], entonces aquellas conclusiones pudieran ser erróneas e incluso contradictorias. Con todo lo que ello conlleva.

  1. La primera hipótesis restrictiva que se debe cumplir para que el resultado sea el que se dice debe ser es lo referente a la estática[15], o sin ser tan rígidos, se supone que la ley se cumple en periodos más bien cortos, incluso generalmente en el muy corto plazo.

Sin embargo, ya dijimos en el capítulo II que toda acción económica está siempre expectante ante el futuro y que esas expectativas de cara al futuro más o menos inmediato se van materializando en estructuras temporales múltiples entrelazadas. Es por ello, dijimos también allí,  que para ser auténticamente científicos –ajustados a la realidad- los modelos económicos abstractos –tanto los de equilibrio como los que consideran desequilibrios asimétricos- tienen que tratar de incorporar las variables temporal y espacial si quieren aproximarse en sus predicciones a la verdad real de las estimaciones de los agentes. Ello implica por ejemplo que en la realidad nunca está presente la famosa condición ceteris paribus. Por eso podemos concluir también ahora que para acercarnos a la inmensa variedad complementaria -y siempre encadenada al tiempo- es preciso tener en cuenta que toda conducta económica se proyecta con una estructura temporal siempre diversa donde la incertidumbre es factor omnipresente. Es preciso recuperar el  énfasis en la dimensión temporal de la elección individual y más en concreto ahora en la del consumidor.

  1. Una segunda restricción necesaria para que efectivamente se cumpla la ley de la utilidad marginal decreciente y la pendiente negativa de las curvas de demanda es el de la homogeneidad. Este supuesto hipotético choca frontalmente con todo lo que desde el principio se está analizando exhaustivamente en este trabajo. En la formulación de estas leyes se consideran las diferentes unidades del bien en cuestión como exactamente iguales en sus características, totalmente homogéneas y perfectamente sustitutivas entre sí. Como si cada nueva unidad del mismo bien estuviese vacío de contenido entitativo y referencial. Si hablamos de ordenadores o de videojuegos suponemos que cada uno es exactamente idéntico al anterior y posterior que compramos, si nos referimos a naranjas, chirimoyas o manzanas todas deben ser idénticas.

Como también explicamos en el capítulo II y en los apartados anteriores de este mismo capítulo, en el análisis teórico estático y en el análisis metaespacial  abstraemos el espacio y el tiempo para observar el resto de complementariedades entre los bienes y su grado de sustitución, pero si no partiéramos del supuesto que considera irrelevantes esas variables espacio y tiempo la diversidad complementaria se multiplicaría enormemente. En esa realidad que estamos investigando desde el punto de vista económico, el tiempo y el espacio están completamente integrados con las demás características  de cada una de las realidades, todas distintas y todas a la vez concatenadas. Esto significa –decíamos allí- no sólo que cada una de esas realidades singulares tiene valores diferentes según esté en un lugar o  en otro,  o que da lugar a estimaciones diferentes según que se efectúe la valoración  en un  determinado  momento  o  en otro,  sino  que -llevando el razonamiento a su última conclusión lógica- incluso se puede decir que son de hecho bienes económicos diferentes y con valores distintos. Cualquier bien material y palpable se convierte, al considerar el espacio y el tiempo, en un bien inconfundible, no exactamen­te sustitutivo de otro. Un bien supuestamente idéntico se con­vierte en totalmente distinto a efectos valorativos si está aquí o allá y si se valora hoy, ayer o mañana.

  1. Otra hipótesis restrictiva –la tercera aunque el orden es indiferente- consiste en suponer utilidades independientes entre los distintos bienes descartando toda interrelación entre ellos. Es decir partimos del ensimismamiento encapsulado de cada mercancía al ser estimada. Con estas premisas se supone que la utilidad sólo es influida por la cantidad mayor o menor del bien considerado considerándose irrelevante el consumo o la posesión mayor o menor de otros bienes. En concreto se supone además constante la utilidad del dinero.

Sin embargo, como también se ha dicho antes siguiendo nuestro hilo conductor, el patrimonio personal es el que confiere sentido económico y unidad en la diversidad a toda aquella pluralidad asimétrica. En esa unidad relacional de lo distinto que le da quien puede disponer de aquel patrimonio, cuando se pretende valorar alguna parte grande o minúscula del conjunto necesariamente hay que hacerlo considerando todo el resto de realidades con las cuales entra  en conexión ese objeto que se está intentando  estimar su valor. Por lo que no se puede seccionar ningún recurso del resto de bienes con los que más fácilmente se puede complementar por pertenecer –o que puede acabar perteneciendo- a un mismo patrimonio. Por eso, me extraña que no se tenga en cuenta habitualmente el efecto atracción de cada bien respecto a sus complementarios[16]. Factor importante de los que influyen en las demandas de consumidores y empresas –decíamos- es ese precisamente: la cantidad de mercancías y servicios que ya poseemos y que continuamente reclaman la atención de más y más complementarios imantándolos. En cada unidad patrimonial lo que tenemos está en estado latente esperando y deseando ser fecundado por sus complementarios; y expulsa a su vez con energía competitiva a sus sustitutivos.

  1. Una cuarta hipótesis restrictiva consiste en considerar constante e invariable la escala de preferencias del consumidor cuando demanda las diferentes unidades del bien en cuestión.

Sin embargo, también se señaló -respecto a lo que tiene que ver directamente con la toma de decisiones según las diferentes escalas de preferencias de los agentes económicos- que toda actividad económica –al tratar de cumplir proyectos y alcanzar objetivos- se realiza con perspectiva de futuro y los actores de la trama microeconómica siempre tratan de estar en tensión para avizorar lo que se pueda avecinar más adelante. Es decir que en esa acción dinámica humana, el pasado ya no es y el futuro todavía no es. Sin embargo, ese futuro depende de lo que hagamos hoy en el presente concreto y circunstancial en el que nos encontramos, por lo que se está en  una continua tensión estimativa libremente querida. También con las decisiones de los consumidores que siguen a sus preferencias se crea  el futuro, y ello es algo imaginativo e imposible de determinar con pautas estandarizadas constantes. La realidad futura se crea quijotescamente y  no está dada con anterioridad. Toda escala de preferencias del consumidor está entrelazada de forma orgánica personal y tiene a su vez una cierta estructura temporal. Cada elección –aunque cierra puertas- abre también un abanico novedoso de posibilidades y condiciona las opciones disponibles en períodos subsiguientes de forma concatenada. Por lo que no sólo es preciso considerar la dimensión temporal de la elección individual, sino también los efectos que cada decisión ejerce sobre el comportamiento posterior. En ese nodo vivo que es cada persona existe una variedad de enfoques anudados en cruces calidoscópicos donde cada decisión es germen de multiplicaciones sucesivas.

Vemos por lo tanto que la realidad es compleja, interactúa en múltiples direcciones imposibles de predecir y en gran parte está viva orgánicamente. Por ello esas  restricciones hipotéticas nos alejan de la subjetividad real entrelazada de toda decisión del consumidor. Más cuanto más rígida sea la exigencia de esas hipótesis. Pero aún así, dado que la naturaleza humana -tal y como también se ha dicho antes- no es arbitraria[17] ni aleatoria, se han podido observar numerosas regularidades[18] en la conducta de diferentes grupos de consumidores según su renta.

En este sentido bien se puede decir por ejemplo y siguiendo a Röpke en su Teoría de la Economía que las necesidades apremiantes, como alimentación, bebida, vivienda, vestido, etc., de carácter básico, son escasamente elásticas[19] y que al poco tiempo se llega al punto de saturación. Sin embargo, cuanto mayor sea el nivel de renta de la unidad familiar tanto menor será la parte de sus gastos totales dedicada a las necesidades inelásticas, esto es, a las vitales. Esto significa que mientras estamos seguros que todos los hombres gastan siempre una parte de su renta en necesidades vitales, no podemos saber de antemano cómo distribuirán el resto de su renta entre las necesidades superiores. Si decimos que cuanto más inelástica es una necesidad más uniforme es, también  podemos decir que cuanto más elástica[20] sea, tanto más deciden las diferentes preferencias individuales y tanto más pronto queda sujeta a fluctuaciones. Las necesidades superiores tienen elasticidades mayores, lo que significa que la velocidad de descenso de la utilidad marginal[21] es menor.

Por otra parte, pero en este mismo sentido, si la sociedad, en conjunto, se hace más rica se manifiestan los mismos efectos que en el caso del individuo que se enriquece. La parte de los gastos básicos, inelásticos, retrocede, mientras las necesidades de orden más elevado cobran importancia cada vez mayor. Esto significa que la importancia relativa de la agricultura retrocederá y, dentro de la agricultura, la importancia relativa de la producción de trigo, en favor de la producción de alimentos de mayor valor añadido, como productos lácteos, carne, hortalizas o frutas. Con el aumento de bienestar y desarrollo de la sociedad, las ramas de la economía que sirven a las necesidades superiores (producción terciaria) adquieren cada vez más importancia. El comercio, el mundo financiero, el tráfico, el turismo, los medios de comunicación, la informática, la educación, la investigación, la sanidad, los hobbies y aficiones en general y otras varias, reclamarán una parte cada vez mayor de la renta nacional a medida que aumenta el bienestar general.

[1] Aunque aquí están ampliadas y actualizadas las ideas nucleares de este apartado y el siguiente, se encuentran de forma más rudimentaria e inacabadas en: Franch, José Juan “Revista de Derecho Financiero y Hacienda Pública” Volumen XLI Núm. 215 Septiembre-Octubre de 1991.
[2] Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 295.
[3] La vuelta al análisis personal y microeconómico es una de las tendencias  actuales más señaladas de la teoría económica. Se vuelve a ser consciente de que el proceso económico no es nada que se realice fuera de nosotros, a modo de algo objetivo y mecánico, sino que es un proceso al que todos contribuimos con la suma de nuestras deliberaciones y resoluciones. En el fondo son, pues, miles y miles de procesos subjetivos operados en todos y cada uno de nosotros lo que se esconde tras los fenómenos de la vida económica que aparecen objetivados en el precio, la cantidad, el dinero, el interés o la coyuntura. La importancia en definitiva de la microeconomía en general, y de la conducta del consumidor en particular queda resaltada en esta afirmación de Hicks en su libro «Valor y Capital»:»Lo primero que hay que hacer (en economía) es un estudio del comportamiento de la persona y de la empresa singulares.» (…) que se complementa y refuerza con esta otra: «Durante este siglo se ha estudiado poco la teoría pura de la demanda del consumidor, asunto que había ocupado mucho la atención de Marshall y sus contemporáneos.» Franch, José Juan “Revista de Derecho Financiero y Hacienda Pública” Volumen XLI Núm. 215 Septiembre-Octubre de 1991.
[4] Puesto que nuestra vida no se desenvuelve dentro de una experiencia única, sino a través de una gran variedad de formas y modos, la conciencia tiene reflejada en sí esta variedad, y no nos maravilla por tanto que también ella, cuando intenta discernir las fases que asume la existencia concreta en la reflexión espontánea, se encuentre no raramente frente a complejidades inaprensibles, a nuevos casos que se dejan analizar de modo ordinario y mucho menos se dejan describir.  Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 547.
[5] Una tendencia histórica que se produjo y que me parece importante resaltar en este tema es la de vaciar de contenido hedonístico el concepto de utilidad relacionada también con los intentos de medirla incluso numéricamente. Bajo la influencia de BENTHAM, JEVONS había identificado placer con utilidad y dolor con desutilidad, fundamentando así todo el razonamiento en una filosofía hedonista. Como indicaba HARSANYI, se observó que los enfoques que dan un contenido, hedonista, sensorial y psicológico al concepto de utilidad están sujetos a grandes márgenes de error. A medida que sean mayores las diferencias psicológicas, biológicas e incluso culturales que separan a dos individuos, mayor será el margen de error de las comparaciones de sus utilidades. FISHER abrió el camino a la aventura de construir una teoría de la demanda de los consumidores basada en el supuesto de una escala de preferencias y abandonando cualquier concepto que depende, en algún sentido, de la utilidad cuantitativa. SLUTSKY, en 1915, HICKS y ALLEN, en 1934, realizaron tal construcción. La conducta del individuo que hace una elección se puede describir a través de una escala de preferencias sin ninguna significación cardinal, ni individual, ni interpersonal.  Franch, José Juan “Revista de Derecho Financiero y Hacienda Pública” Volumen XLI Núm. 215 Septiembre-Octubre de 1991.
[6] Si la utilidad la definimos como la capacidad que poseen los bienes y servicios de satisfacer necesidades, vencer la escasez consiste en definitiva en incrementar la utilidad. La escala de valores de las cosas abarca e influye en toda la gama de utilidades, desde las negativas, pasando por el cero (serían los bienes libres), hasta los valores positivos (bienes propiamente económicos). La imposibilidad del cálculo cuantitativo de la utilidad no invalida su uso como instrumento de análisis económico, ya que la lógica de la acción de los ciudadanos puede derivarse de juicios cualitativos que no necesitan de precisión numérica. Resulta lógico por esto que una de las claves actuales para la comprensión de los procesos económicos pase por el estudio del comportamiento individual y familiar del consumidor. Franch, José Juan “Revista de Derecho Financiero y Hacienda Pública” Volumen XLI Núm. 215 Septiembre-Octubre de 1991.
[7] Siguiendo a RÖPKE en su Teoría de la economía, podemos resumir el concepto de utilidad marginal diciendo que, para situar el lugar de cualquier bien en nuestra escala de valores, es decisiva, desde luego, la utilidad, pero no una utilidad general, derivada del carácter vital del bien, sino la utilidad específica, concreta, de una determinada cantidad de un bien. La utilidad  de la última dosis determina la utilidad de cualquier otra dosis y por ello la de la totalidad de las existentes. El lugar del agua en nuestra escala de valores  no está determinado por la utilidad infinitamente grande de un vaso de agua, sino por la utilidad de la última  dosis que empleamos para regar las plantas, por ejemplo. A esta utilidad de la última dosis la denominamos  utilidad marginal. CFr. Röpke, Willhelm,  La Teoría de la Economía, T.O. (Die Lehre von Wirtschaft,) 4ª ed. Madrid, Unión Editorial, S.A. 1989
[8] Como indica LUCAS BELTRAN en su Historia de las doctrinas económicas, el nuevo concepto de utilidad marginal estuvo en la base de las modificaciones que la escuela clásica experimentó en la segunda mitad del siglo XIX y que determinaron su transformación en la escuela neoclásica. Para la escuela clásica el valor de una cosa depende de la cantidad de trabajo necesario para producirla, mientras que para la escuela neoclásica depende de su utilidad  marginal.
[9] La dificultad del cálculo cuantitativo de la utilidad  no invalida su uso como instrumento de análisis económico, ya que la lógica de la acción de los ciudadanos puede derivarse de juicios cualitativos que no necesitan de precisión numérica.
[10] La revitalización de la utilidad en la teoría económica en Viena con MENGER y toda la Escuela Austríaca, en Lausanne con WALRAS-PARETO y en algunas universidades angloamericanas con JEVONS-MARSHALL y CLARK como pioneros, estuvo unida a la aplicación del concepto de margen a varios campos de la investigación económica. Aplicado a la utilidad dio lugar a la idea de utilidad marginal, que resultó ser de gran provecho en el desarrollo de la ciencia económica. Cfr. Röpke, Willhelm,  La Teoría de la Economía, T.O. (Die Lehre von Wirtschaft,) 4ª ed. Madrid, Unión Editorial, S.A. 1989.
[11] Un cálculo hedonístico permite poner en dos platillos de la balanza la utilidad del consumo y la desutilidad del trabajo. El precio de la mercancía no viene determinado por su utilidad global, sino por la comparación entre la utilidad marginal de su consumo o, como aquí se expresa, «el coeficiente  de utilidad [que] es la relación entre el último incremento u oferta infinitamente pequeña del objeto y el incremento de placer que produce»,  y la desutilidad marginal de su producción, «el trabajo [siendo] realizado, en intensidad y en duración, hasta que un ulterior incremento haga más fatigoso que placentero el incremento de producto así obtenido.» Keynes, John Maynard, Ensayos biográficos. Políticos y economistas. Barcelona: crítica, 1992; p. 141.
[12] La solución de los problemas económicos no era para Marshall una aplicación del cálculo hedonista, sino una condición previa para el ejercicio de la facultad superior de la persona, con independencia de lo que se quiera entender por «superior». Keynes, John Maynard, Ensayos biográficos. Políticos y economistas. Barcelona: crítica, 1992; p. 182.
 
[13] Si la economía es una ciencia puente entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas, esto implica que es difícil generalizar completamente sus leyes como si de leyes deterministas se tratara. La ley de la utilidad marginal decreciente también está sujeta a este relativismo y conviene mantener un cierto espíritu crítico constructivo respecto a su aplicabilidad general, especialmente hoy en día en nuestras sociedades desarrolladas.
[14] La ley de la utilidad marginal decreciente está basada en una serie de hipótesis que restringen su aplicabilidad real a muchos hechos de la economía cotidiana, especialmente en nuestra sociedad postindustrial. Estas hipótesis permiten elaborar una teoría impecable desde el punto de vista de su coherencia interna, pero a su vez son supuestos que nos alejan de la complejidad e interdependencia de los fenómenos económicos cotidianos.
[15] A este alejamiento de la realidad, por ejemplo, responde el que esta teoría presente un carácter manifiestamente estático, que la hace menos aprovechable para algunos importantes problemas concretos. Conviene citar a BEGG en este sentido:
«Sólo al nivel más simple mantienen los economistas la ficción de que pueden diseñarse modelos de decisiones dentro del contexto de un período único de tiempo. Es típico que las preferencias de los que toman las decisiones se extiendan a perspectivas más largas: se interesen por el futuro». Cfr. Franch, José Juan “Revista de Derecho Financiero y Hacienda Pública” Volumen XLI Núm. 215 Septiembre-Octubre de 1991.
[16] Un factor fundamental que influye sobre la utilidad y demanda de una nueva unidad de un bien a incorporar a nuestro patrimonio, es no sólo el número de unidades de dicho bien que poseamos, sino el grado de complementariedad que ya posean los bienes de los que somos propietarios tanto en cuanto patrimonio físico como en cuanto patrimonio humano. Aunque tengamos muchas unidades de un mismo bien, es posible que la armonía de nuestro patrimonio esté todavía descompensada por la falta de esa nueva unidad. Todo bien atrae hacia sí a sus complementarios y rechaza sus sustitutivos. Cfr. Franch, José Juan “Revista de Derecho Financiero y Hacienda Pública” Volumen XLI Núm. 215 Septiembre-Octubre de 1991.
[17] La transición, por ejemplo, de las pautas de comportamiento en la demanda de los consumidores desde los productos de primera necesidad a los secundarios y los de lujo indica por ejemplo un tipo definido y estable que permi­te el estudio de numerosas generalizaciones significativas. Se deduce por lo tanto que  se pueden tratar de forma tendencial las necesidades futuras de los individuos, a medida que sus rentas aumentan, como coherentes  y, en ciertos aspectos y con matizaciones, como datos. CLARK, Conditions of Economic Progress, caps. X y XII.
[18] Se tiene que señalar, sin embargo, que no es imposible encontrar el común denominador entre diferentes juicios de valor y que aun­que esta importante verdad está bastante trillada cuando se expresa explícitamente, con frecuencia se olvida en las discusiones abstractas del bien final. Eso se puede ver en el hecho de que, aunque pocos llegarían a un acuerdo sobre lo que se debería considerar como bienestar positivo, hay un acuerdo casi unánime en el punto en que la falta de las necesidades elementales de la vida humana producen el bienestar negativo o «malestar». El bienestar positivo, ya para un individuo o para la sociedad, no se puede alcanzar generalmente sin terminar primero con las causas del bienestar negativo. Hombres corrientes han expresado esta idea en términos de humanidad co­rriente y ética cristiana o budista. La misma idea se encuentra en el concepto de Hobson de «coste humano», la distinción de Hawtrey entre los productos «protectivos» o «de utilidad» y los «creativos» y la defensa del profesor Pigou de un nivel mínimo nacional de la renta real. Cfr. Franch, José Juan “Revista de Derecho Financiero y Hacienda Pública” Volumen XLI Núm. 215 Septiembre-Octubre de 1991.
[19]  En la provisión de términos e instrumentos auxiliares al pensamiento económico, creo que el mayor servicio prestado por Marshall sea el de haber introducido de manera explícita la noción de «elasticidad». El capítulo III del libro III de la primera edición de los Principios, que introduce la definición de «elasticidad de la demanda», representa virtualmente el primer tratamiento de un concepto sin cuya ayuda la teoría del valor y de la distribución no podrían avanzar.  Keynes, John Maynard, Ensayos biográficos. Políticos y economistas. Barcelona: crítica, 1992; p. 221.
[20] Llegados a este punto podemos interesarnos no sólo por la disminución de la utilidad marginal, sino también por la velocidad de caída de dicha utilidad marginal, distinta en los diferentes bienes. Dicha velocidad de caída suele ser mayor cuanto más vital es un bien. La velocidad de caída de la utilidad marginal del agua, por ejemplo, es extraordinariamente grande, pudiendo llegar fácilmente a volverse negativa. Podemos hablar entonces, también con RÖPKE, de la elasticidad de la necesidad y establecer el principio de que la elasticidad de la necesidad de un bien se comporta en sentido inverso a la urgencia o intensidad de la necesidad. Cfr. Röpke, Willhelm,  La Teoría de la Economía, T.O. (Die Lehre von Wirtschaft,) 4ª ed. Madrid, Unión Editorial, S.A. 1989.
[21] De la distinta elasticidad de la necesidad de los diversos bienes resulta que el consumo de los individuos, a pesar de sus diferencias de renta, suele ser tanto más uniforme cuanto menos elástica sea la necesidad en cuestión. De hecho, los ricos no consumen más agua, más sal o más pan que los pobres. Además, cuanto más pequeña es la renta, tanto mayor es la parte que se gasta en alimentos. Este hecho fue demostrado primeramente por el estadístico  prusiano ENGEL en el año 1857, es lo que se llama la ley de Engel. Otro estadístico, SCHWABE, aportó posteriormente la misma demostración para los gastos de vivienda. De todo esto se suele inferir que los impuestos de consumo sobre artículos de primera necesidad afectan más a los pobres que a los ricos. Röpke, Willhelm,  La Teoría de la Economía, T.O. (Die Lehre von Wirtschaft,) 4ª ed. Madrid, Unión Editorial, S.A. 1989.