3.- Complementariedad marginal creciente y curvas de demanda crecientes[1].
Al llegar a otro de los puntos álgidos de la investigación al final de este capítulo III trataré de explicar una de las conclusiones más relevantes de lo que hasta ahora se ha venido razonando. Se trata de argumentar en este apartado y en el siguiente por qué -desde la lógica económica que rigurosamente tratamos de seguir- en las sociedades desarrolladas del actual siglo XXI las curvas de demanda de muchos bienes superiores que más adelante señalaremos (no nos referimos ahora a los bienes de Guiffen), pudieran ser crecientes si eliminamos algunas hipótesis restrictivas y si las definimos con la terminología de Marshall que relacionaba los precios que los usuarios o consumidores estarían dispuestos a pagar con las nuevas cantidades incrementadas que pretenden adquirir. Y ello precisamente por esa característica fundamental en este trabajo que es la variedad complementaria de todo bien económico.
Sobre todo en la docencia –y también en los primeros estadios de cualquier conocimiento científico- explicamos muchas veces teorías y regularidades simples para empezar a comprender y que los demás comiencen a entender. Pero suele ocurrir que la misma reducción a lo sencillo de la realidad que tratamos de explicar es lo que precisamente distorsiona los resultados concluyendo datos, leyes y regularidades erróneas y contraproducentes en sus consecuencias y aplicaciones prácticas al mundo real. Acaba resultando entonces que aquello enseñado rudimentariamente no explica los fenómenos de la vida real que tratábamos de comprender. Incluso pueden llegar a ser contradictorios.
El pensamiento contemporáneo, como se ha visto, siente viva la preocupación por mantener la solidaridad entre lo concreto y lo abstracto, el pensamiento vivido y el lógico: en esto vuelven los modernos, a pesar suyo, a Aristóteles, al que corresponde el honor y la responsabilidad de haber encaminado, por primera vez, el pensamiento en tal dirección.[2]
Esa discrepancia entre lo concreto y lo abstracto ocurre por ejemplo en tres grandes simplificaciones que ya hemos explicado en este trabajo entre otras: la condición ceteris paribus, las teorías estáticas y la que acabamos de reseñar del modelo estándar del homo economicus.
Ya hemos indicado anteriormente que toda la realidad en sus diversas manifestaciones y en las relaciones entre los diversos seres entre sí tiene leyes dinámicas que interactúan continuamente y que en ese contexto general la variopinta realidad humana tiende a cumplir sus leyes de conducta –libres pero no aleatorias ni deshilachadas- dando lugar a que actúe de forma coherente y estable en todo el complicado entramado estructural del moderno sistema micro-económico. Así ocurre desde luego con las actuaciones diarias en los mercados abiertos de los consumidores[3]. No actúan estos deslavazadamente de forma irracional sino que se puede entender de alguna forma sus rasgos generales, inercias y tendencias de sus comportamientos habituales. Investigar cómo valoran los consumidores desde su conciencia[4] personal aquello que acaban comprando o no, en razón de qué lo hacen y qué es lo que tienen en cuenta en esas decisiones, así como qué forma tienen de medir[5] la utilidad[6] de aquello que están valorando para poder compararlas con otras alternativas a su alcance resulta ser una problemática que incide en la parte más mollar de toda explicación y comprensión de la actividad económica.
En este ámbito de la conducta inercial del consumidor es donde se enmarca la explicación de la pendiente negativa de las curvas de demanda fundamentada en la ley de la utilidad marginal[7] decreciente que acaba resultando axiomática y que constituyó una revolución[8] en el pensamiento económico y en sus aplicaciones prácticas cotidianas. Dicho brevemente: el aumento del precio de cualquier mercancía o servicio reduce su consumo óptimo. Lo que indica que las curvas de demanda tienen pendiente negativa. Al aumentar el precio se reduce la cantidad demandada y viceversa: al disminuir aumenta. Y ello porque a medida que aumenta la cantidad poseída de una cosa, disminuye la utilidad marginal de la misma. El concepto cualitativo de utilidad[9] marginal suele ir unida a la expresión de la ley de la utilidad marginal decreciente a medida que aumentamos el número de unidades que se usan o consumen tal y como Menger, Jevons y Walras[10] –casi coetáneamente aunque cada uno con perspectivas diferentes (más hedonista[11] Jevons, más matemático y formalista Walras, y más realista Menger) sobre el concepto de utilidad[12]– y con anterioridad el entonces desconocido Gossen, e incluso aún antes Balmes, descubrieron. Todos los manuales de economía se hacen eco de esta ley de la utilidad marginal decreciente según la cual la cantidad de utilidad adicional o marginal disminuye a medida que una persona consume mayor cantidad de un bien. La utilidad total tiende a aumentar a medida que consumimos mayor cantidad de un bien. Sin embargo, a medida que adquirimos más, nuestra utilidad total aumenta en un porcentaje cada vez más bajo.
No se pueden poner en tela de juicio estas verdades tan fundamentales cuando miles y miles de manuales y millones de explicaciones en cursos de economía a lo largo y ancho de varios siglos y de toda la geografía mundial las avalan, Ahora bien, también se ha dicho –aunque de forma más minoritaria- que en determinados supuestos no precisamente excepcionales hay que introducir numerosas matizaciones[13]. Es decir que -profundizando ya en la cuestión- esas leyes se cumplen efectivamente siempre y cuando la realidad de las demandas y preferencias de los consumidores cumplan las siguientes hipótesis previas al razonamiento. Si esos supuestos se cumplen lo dicho hasta ahora se cumple lógicamente. Pero si en ocasiones o incluso numerosas veces esas restricciones previas a la libertad del razonamiento no se presentan en la realidad que pretendemos analizar[14], entonces aquellas conclusiones pudieran ser erróneas e incluso contradictorias. Con todo lo que ello conlleva.
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La primera hipótesis restrictiva que se debe cumplir para que el resultado sea el que se dice debe ser es lo referente a la estática[15], o sin ser tan rígidos, se supone que la ley se cumple en periodos más bien cortos, incluso generalmente en el muy corto plazo.
Sin embargo, ya dijimos en el capítulo II que toda acción económica está siempre expectante ante el futuro y que esas expectativas de cara al futuro más o menos inmediato se van materializando en estructuras temporales múltiples entrelazadas. Es por ello, dijimos también allí, que para ser auténticamente científicos –ajustados a la realidad- los modelos económicos abstractos –tanto los de equilibrio como los que consideran desequilibrios asimétricos- tienen que tratar de incorporar las variables temporal y espacial si quieren aproximarse en sus predicciones a la verdad real de las estimaciones de los agentes. Ello implica por ejemplo que en la realidad nunca está presente la famosa condición ceteris paribus. Por eso podemos concluir también ahora que para acercarnos a la inmensa variedad complementaria -y siempre encadenada al tiempo- es preciso tener en cuenta que toda conducta económica se proyecta con una estructura temporal siempre diversa donde la incertidumbre es factor omnipresente. Es preciso recuperar el énfasis en la dimensión temporal de la elección individual y más en concreto ahora en la del consumidor.
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Una segunda restricción necesaria para que efectivamente se cumpla la ley de la utilidad marginal decreciente y la pendiente negativa de las curvas de demanda es el de la homogeneidad. Este supuesto hipotético choca frontalmente con todo lo que desde el principio se está analizando exhaustivamente en este trabajo. En la formulación de estas leyes se consideran las diferentes unidades del bien en cuestión como exactamente iguales en sus características, totalmente homogéneas y perfectamente sustitutivas entre sí. Como si cada nueva unidad del mismo bien estuviese vacío de contenido entitativo y referencial. Si hablamos de ordenadores o de videojuegos suponemos que cada uno es exactamente idéntico al anterior y posterior que compramos, si nos referimos a naranjas, chirimoyas o manzanas todas deben ser idénticas.
Como también explicamos en el capítulo II y en los apartados anteriores de este mismo capítulo, en el análisis teórico estático y en el análisis metaespacial abstraemos el espacio y el tiempo para observar el resto de complementariedades entre los bienes y su grado de sustitución, pero si no partiéramos del supuesto que considera irrelevantes esas variables espacio y tiempo la diversidad complementaria se multiplicaría enormemente. En esa realidad que estamos investigando desde el punto de vista económico, el tiempo y el espacio están completamente integrados con las demás características de cada una de las realidades, todas distintas y todas a la vez concatenadas. Esto significa –decíamos allí- no sólo que cada una de esas realidades singulares tiene valores diferentes según esté en un lugar o en otro, o que da lugar a estimaciones diferentes según que se efectúe la valoración en un determinado momento o en otro, sino que -llevando el razonamiento a su última conclusión lógica- incluso se puede decir que son de hecho bienes económicos diferentes y con valores distintos. Cualquier bien material y palpable se convierte, al considerar el espacio y el tiempo, en un bien inconfundible, no exactamente sustitutivo de otro. Un bien supuestamente idéntico se convierte en totalmente distinto a efectos valorativos si está aquí o allá y si se valora hoy, ayer o mañana.
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Otra hipótesis restrictiva –la tercera aunque el orden es indiferente- consiste en suponer utilidades independientes entre los distintos bienes descartando toda interrelación entre ellos. Es decir partimos del ensimismamiento encapsulado de cada mercancía al ser estimada. Con estas premisas se supone que la utilidad sólo es influida por la cantidad mayor o menor del bien considerado considerándose irrelevante el consumo o la posesión mayor o menor de otros bienes. En concreto se supone además constante la utilidad del dinero.
Sin embargo, como también se ha dicho antes siguiendo nuestro hilo conductor, el patrimonio personal es el que confiere sentido económico y unidad en la diversidad a toda aquella pluralidad asimétrica. En esa unidad relacional de lo distinto que le da quien puede disponer de aquel patrimonio, cuando se pretende valorar alguna parte grande o minúscula del conjunto necesariamente hay que hacerlo considerando todo el resto de realidades con las cuales entra en conexión ese objeto que se está intentando estimar su valor. Por lo que no se puede seccionar ningún recurso del resto de bienes con los que más fácilmente se puede complementar por pertenecer –o que puede acabar perteneciendo- a un mismo patrimonio. Por eso, me extraña que no se tenga en cuenta habitualmente el efecto atracción de cada bien respecto a sus complementarios[16]. Factor importante de los que influyen en las demandas de consumidores y empresas –decíamos- es ese precisamente: la cantidad de mercancías y servicios que ya poseemos y que continuamente reclaman la atención de más y más complementarios imantándolos. En cada unidad patrimonial lo que tenemos está en estado latente esperando y deseando ser fecundado por sus complementarios; y expulsa a su vez con energía competitiva a sus sustitutivos.
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Una cuarta hipótesis restrictiva consiste en considerar constante e invariable la escala de preferencias del consumidor cuando demanda las diferentes unidades del bien en cuestión.