Libertad de hacer lo que quiero

Libertad de hacer lo que quiero

          «Ser libre es hacer lo que quiero«. Muchos suscribiríamos esta afirmación. Pero tal afirmación, fácilmente aceptable, remite a la necesidad previa  de responder a otra pregunta fundamental que se puede formular sencillamente así: ¿Qué es lo que quiero? Otra concatenación de preguntas entrelazadas surge enseguida: ¿Qué quiero conseguir queriendo esto ahora? ¿Para qué quiero conseguir aquello? ¿Qué quiero en último término? ¿Cuál es la meta? ¿Hacia dónde van dirigidas mis distintas acciones y con qué medios cuento? ¿Qué intenciones últimas presiden mis aspiraciones y decisiones? ¿Cómo auto dirigirme para conseguir aquello? ¿Qué estrategias y tácticas soy capaz de poner en marcha para alcanzar lo mejor?…

El éxito de la libertad, tanto en la acción en general como en la acción económica en particular, queda centrada sobre todo, en la conveniencia del fin hacia el que va dirigida      esa conducta consciente. La acción humana se convierte en  la movilización de la  voluntad que pretende alcanzar fines precisos y objetivos determinados  mediante una reacción consciente y reflexiva ante los  estímulos y circunstancias esperadas e inesperadas del universo exterior. De esta manera la libertad se encuentra mediatizada por el fin, y el fin se encuentra mediatizado por una previa libertad responsable y reflexiva capaz de descubrirlo. La libertad no es simple indeterminación. Exige simplemente que su determinación no sea unívoca, de tal forma, que se podía haber determinado de otra forma. En esta idea de libertad se encuentra la base de la iniciativa privada.

El hombre puede efectivamente hacer lo que quiere, pero esa facultad implica saber antes qué es lo que quiere, y cuando ejecuta lo que ha decidido hacer es cuando propiamente actúa con libertad. Para actuar con libertad se requiere conocer el fin y decidirse positivamente a conseguirlo removiendo los obstáculos que impiden su consecución. Por lo tanto la libertad humana no es absoluta sino relati­va. Sólo Dios tendría libertad absoluta. Se puede observar un paralelismo con el valor económico que es una relación última, que remite a los fines subjetivos y objeti­vos del ser humano. Con respecto a la libertad económica, Schaff[1] si bien afirmaba, como humanista, la libertad de elección, precisaba que    el hombre no es soberano  ni es por lo tanto un individuo absolutamente libre que puede actuar como le guste. Se parece más bien a un monarca constitucional, que nominalmente es soberano pero cuyas manos están atadas por la constitución. Nadie dudará de su libertad pero esa libertad no es absoluta. La libertad humana se halla inexorablemente tasada tanto por las leyes físicas y biológicas como por las leyes generales de la conducta humana. Resultará inútil y pretencioso tratar de alcanzar metas que son incompatibles entre sí.

Como en la trama diaria las esperanzas y los fines subjetivos y objetivos de los actores se manifiestan constantemente, la libertad es requisito indis­pensable para, conociendo esos fines y reconociéndolos cada vez con más nitidez en cada circunstancia, autodeterminarse libremente hacia su consecución. Para ello cada uno  ha de complementar actua­ciones en orden al logro del fin deseado. Muchas cosas pueden ser queridas por los distintos sujetos humanos. Cada una de estas cosas que considera convenientes para sí, les mueve hacia su consecución. Pero ese conocimiento de lo que se desea  no estimula a actuar si no es un bien asequible. Se necesita conocerlo como conveniente aquí y ahora, en la concreta circunstancia real en que el sujeto se halla. Dicho conocimiento implica a su vez una cierta indiferencia o ambivalencia, y es la libre voluntad  la que tiene que decidirse subjetivamente. Podemos traducir esto al lenguaje económico tal como lo hace Milton Friedman en Libertad de elegir: Una parte esencial de la libertad económica con­siste en la facultad de escoger la manera en que vamos a utilizar nuestros ingresos: qué parte vamos a destinar para nuestros gastos  y  qué artículos vamos a comprar; qué canti­dad vamos a ahorrar y en qué forma; qué monto vamos a regalar y a quién.[2] De este modo, la libertad influye decisivamente sobre el  incre­mento del valor de uso de las cosas, sobre una más perfecta  relación entre las realidades materiales y los fines subje­tivos de los hombres, o sobre una proyección subjetiva de los fines sobre los medios. Si el hombre es un ser abierto que en su actuar no está programado unívocamente de una vez para siempre es porque tiene libertad, es decir,  una cualidad de la voluntad humana que implica una cierta duda, ambivalencia o indiferencia. Pero esa característica no es meramente pasiva y despreocupada sino viva y sustancialmente activa y creativa. Además, puesto que al autodeterminarse no se está forzado a tomar un único camino, siempre se posee cierta flexibilidad y agilidad en la actuación. La «mano invisible«, de la que hablaba Adam Smith, no es automática, depende, respe­ta, la elección humana; existe y pueden ser estudiadas sus leyes, puede ser investigada con la razón, con la lógica viva de la conducta humana. Podemos y debemos irla conociendo para dejarla actuar en toda su virtualidad y poner la libertad humana a su servicio y así alcanzar cotas más altas de humanidad y libertad económica.

La que podríamos llamar escuela «idealista» de economía, se centra, no en la orientación humana hacia el logro material, sino en la creencia de la orientación humana hacia la verdad. Así dice Schumacher que La humanidad tiene, desde luego, una cierta libertad de elección: no está limitada por las modas, por la «lógica de la producción» o por cualquier otra lógica fragmentaria. Pero está limitada por la verdad. Sólo en el servicio a la verdad existe la perfecta libertad, y aún aquellos que hoy nos piden «liberar nuestra imaginación de la esclavitud al sistema existente» olvidan mostrar el camino del reconocimiento de la verdad[3]. Por eso, la búsqueda del auténtico fin es requisito indis­pensable para la actuación libre.  Es precisamente ese fin lo que da a su vez unidad a las decisiones económicas de tal  forma que, la libertad humana,  encarnada en los distintos individuos, es la que permite la complementariedad horizontal (diversidad entre los medios que se completan unos con otros) y la complementariedad vertical (acercamiento de  lo diverso al único fin). El fin subjetivo que se extiende y proyecta sobre toda la variedad de medios sólo puede ser alcanzado en una actuación económica libre que trata de encontrar los objetivos a través de su conciencia, de su subjetividad personal e intransferible.

La libertad, con sus efectos de iniciativa y mayor creatividad, es, por lo tanto, más rentable y más idónea que la falta de libertad. Pero para actuar en libertad hay que saber primero realmente qué es lo que se quiere, qué es lo mejor y qué es lo que en último término busco. Como dejó escrito el argentino Lugones en Prometeo: La libertad y la dicha viénenle al hombre de adentro para afuera, constituyendo esto el verdadero modo de vivir. El arte de vivir es una labor interna.[4] Para ser auténticamente libres necesitamos conocer, o vislumbrar, las normas de la naturaleza humana, que nos indicarán, con mayor o menor nitidez, el camino de los auténticos fines, y con ello de los elementos mediatos (económicos) necesarios para alcanzar las metas ambicionadas.

[1] Schaff, Adam, ¿Qué futuro nos aguarda? Las consecuencias sociales de la segunda revolución industrial, Prefacio d Alexander King (Barcelona: Ed. Crítica, 1985).
[2] Friedman, Milton y Rose, Libertad de elegir. Hacia una nuevo liberalismo económico (Barcelona. Ediciones Grijalbo, 1980), p. 98.
[3] Shumacher, Lo pequeño es hermoso (Madrid: Hermann Blume, 1978), p. 255.
[4] Lugones ,Leopoldo, Prometeo. Obras en prosa (México: Aguilar, 1962).