La responsabilidad de la libertad

La responsabilidad de la libertad

Es precisamente por la existencia de la libertad humana por lo que podemos hablar de responsabilidad. En las decisiones libres, si son efectivamente libres, no podemos ser seducidos completamente por el atractivo paradisíaco de tal o cual posibilidad, sino que nos dirigimos a la consecución de tal o cual proyecto porque nos da la real gana y, por lo tanto, nos apropiamos esa elección elegida como nuestra. Es cada uno el que confiere peso específico decisivo a la realización efectiva de esta o aquella empresa. La capacidad de cierto distanciamiento e independencia que tenemos respecto a las presiones e insinuaciones de las alternativas concretas posibles que se nos presentan, hace que seamos nosotros los que decidimos hacer esto y no aquello, aventurar este camino y rechazar aquel otro. Somos por lo tanto responsables, con pleno sentido, de la elección hecha. De la misma forma que podemos decir que sin propiedad difícilmente hay libertad porque  desaparece el ámbito o dominio donde aplicar esa libertad, igualmente podemos afirmar, incluso con más rotundidad, que sin libertad no hay responsabilidad. La responsabilidad deriva de la libertad.

Afirmar el protagonismo esencial de la libertad  es afirmar que la economía no nos arrastra necesariamente sino que nosotros somos los que hacemos la economía y, por lo tanto, somos responsables. La sociedad desarrolla  el sentido de responsabilidad para introducir orden en nuestras vidas sin recurrir  a ninguna coacción, y la responsabilidad individual permite la utilización de nuestros propios conocimientos y aptitudes hasta el máximo en el logro de nuestros fines. La libertad, por lo tanto, no sólo significa que el individuo tiene la oportunidad y la responsabilidad de la elección, sino también que debe soportar las consecuencias de sus acciones y recibir alabanzas o censuras por ellas. Libertad y  responsabilidad son inseparables.

De ahí el peligro de la obsesión estatalista que se ha ido extendiendo también entre países de la  llamada economía libre y que queda patente si reflexionamos sobre las raíces de la libertad humana. Esa manía estatista se manifiesta en la concepción generaliza­da de la persona que se convierte en alguien que se limita a recibir y exigir gratificaciones negándose a proyectar su originalidad intrínseca en realizar acciones con el sello de la propia personalidad. El Estado se convierte, entonces, en el agente universal y abstracto,  al que se piden cada vez más seguridades y satisfacciones. Se difunde así, casi por ósmosis, el temor a la responsabilidad que para Hayek[1] era manifestación del temor a la libertad ya que la negación de la responsabilidad se debe comúnmente al temor de la responsabilidad. Un temor que también llega a ser necesariamente el temor de la libertad, porque la oportunidad para hacer la propia vida significa también una incesante tarea, una disciplina que el hombre debe imponerse a sí mismo para lograr sus fines. La responsabilidad modera el uso de la libertad haciéndola reflexionar sobre las consecuencias razonables de las acciones para sí y para otros. A su vez la responsabilidad conlleva en el desarrollo económico procesos tan significativos como la disciplina en tanto en cuanto voluntad inteligente de observancia de una normativa general de comportamiento económico que viene dada por la capacidad de abstracción que todos atesoramos.

La responsabilidad de atenerse a las consecuencias de las propias decisiones hace que la competencia (porque la competencia como veremos es servicio) sea otro moderador de la libertad irresponsable e incondicional. En este mismo sentido la competencia lleva en sí la observación de la normativa general del juego. La libertad responsable permite y fomenta la competencia ajena. Si yo necesito para actuar la libre competencia tengo que dejar ejercerla a los demás para poder ser yo también protagonista activo no discriminado. La capacidad de objetivación del ser humano, fruto de la  libertad, nos lleva a la posibilidad de pose­sión de lo más intrínseco y esencial de todas las cosas; y esa propiedad o dominio sobre las cosas se proyecta también libre  y flexiblemente, responsablemente como propio, en realidades prácticas nuevas y totalmente origi­nales. La libertad responsable se transforma así en eficacia creativa. Para que ese tiempo histórico que aventuramos sea más humano, donde seamos más nosotros mismos, se requiere responsabilidad y horizontes nuevos que se adquieren en soledad. Quizás por eso Hayek[2] hablará de una «libertad interior» que es aquella por la que una persona se guía en sus acciones por su propia y deliberada voluntad, más que por impulsos y circunstancias momentáneas. Esta libertad implica dominio de sí mismo y a su vez, a través de él, dominio del mundo. Sólo en ese ensimismarse se hace uno cargo de lo que se decide y se va a hacer. Toda acción y, por lo tanto, toda actividad económica nos remiten al sujeto fuente de ella, a su autor. Y es precisamente en esos instantes de soledad reflexiva de la persona consigo misma donde se gestan sus acciones y modos de conducta auténticamente económicos. En esa tarea de armonizar nuestras acciones libres con las referencias finales, resulta vital la reflexión y la forja ética del temple personal. Desplegando y haciendo realidad la libre afirmación de nuestro ser, nos vamos realizando a nosotros mismos y ayudamos a construir un mundo a la medida del hombre. Para no caer en el abismo ni aparcar en el atolladero, el progreso económico y tecnológico tiene que ser libremente embridado por cada cual con la configuración cultural del hombre interior. Podemos hablar por lo tanto de la idoneidad de la libertad en la medida que el uso de esa libertad nos acerque más o menos a la consecución de los fines. Porque   la auténtica libertad requiere autodominio en su ámbito de actuación.  Como explica Alejandro Llano en El futuro de la libertad: El programa que ante el hombre de nuestro tiempo se presenta es, entonces, el de «dominar su propio dominio» (Gabriel Marcel): volver a tomar las riendas de  su propia libertad y lanzarla hacia un futuro verdadera­mente humano[3] La libertad se convierte así en  un instrumento vital, pero instrumento y medio, no fin, con referencia continuada a los proyectos, objetivos y esperanzas fructíferas con los que la libertad responsable se compromete.

          Restaurar el protagonismo esencial de la libertad personal es afirmar que la economía no nos arrastra necesariamente sino que somos nosotros los que hacemos la economía y, por lo tanto, somos los responsables para bien o para mal. La responsabilidad individual permite la utilización hasta el máximo posible de nuestros propios conocimientos y aptitudes en el logro de nuestros fines. En las actuaciones derivadas de libres decisiones, no son las alternativas concretas las que nos determinan en una irrevocable dirección, sino que es cada uno el que se determina a la consecución de tal o cual proyecto económicamente innovador. La libertad es acompañada siempre por la responsabilidad. Si a los hombres se les permite actuar con libertad y de acuerdo con lo que estiman conveniente, también deben ser responsables del resultado de sus esfuerzos, sea éste el de un éxito o el de un fracaso. La libertad no sólo significa que el individuo tiene la oportunidad y la responsabilidad de la elección, sino también que debe soportar las consecuencias de sus acciones y recibir alabanzas o censuras por ellas en el juego social de los mercados mediante la cosecha de beneficios o pérdidas económicas. Sin diseño externo ni planificación «a priori», los mercados se constituyen en sistemas espontáneos de autoajuste y autoayuda que armonizan las preferencias subjetivas originales de todos los participantes. Y como ni siquiera a nosotros mismos conocemos con plenitud, nunca podemos prever con certeza matemática qué decisión se tomará en un futuro. Incluso aunque el haz de circunstancias en que nos encontremos, cosa imposible, sea el mismo. El hombre es un ser radicalmente libre y por eso la actividad realmente económica: o es libre, o no será económica; o es humana o no será economía.

[1] Hayek, F.A., Los fundamentos de la libertad, cit. Capítulo V.
[2] Hayek, F.A., Los fundamentos de la libertad, cit. Capítulo V
[3] Llano, Alejandro, El futuro de la libertad (Pamplona: EUNSA, 1985), p. 95.