1.- El trabajo humano como acción e interacción complementaria. – Apartado 1 – Trabajo en red y productividad tecnológica creciente.

TRABAJO EN RED  Y PRODUCTIVIDAD TECNOLÓGICA CRECIENTE

Apartado 1

El trabajo humano como acción e interacción complementaria.

Explicada con anterioridad en sus causas -y constatada- aquella universal división y diferenciación de los bienes con los que el hombre se encuentra –si bien en estado amorfo e inacabado- en la Naturaleza, y habiendo reflexionado e investigado en el ensayo anterior sobre la estructura intocable pero sorprendente de la realidad con su inmensa variedad concatenada del universo del factor productivo Tierra, corresponde fijarnos en otro aspecto que también considero crucial para entender la macrovisión del actuar humano en esta etapa del caminar terreno fatigoso tratando de superar los distintos estadios de pobreza que se puedan ir presentando. Se trata ahora de centrar nuestra atención analítica en la importancia que tiene para la productividad la enorme variedad –también complementaria y concatenada- del Trabajo humano, e investigar a su vez  las grandes diferencias de los instrumentos de capital que la humanidad ha ido  utilizando desde los más remotos tiempos  y que seguirá utilizando hasta el final de los tiempos para potenciar su capacidad de transformación de los recursos materiales planetarios en orden a sus fines y objetivos.

Si la variedad complementaria del Trabajo humano es consecuencia directa de la variedad concatenada del factor productivo Tierra, la enorme variedad y transformación de los instrumentos de capital es consecuencia de las dos anteriores y –a la vez- potencia y acelera la complementariedad en la variedad del Trabajo y de la Tierra. Todo ello lo hacemos para tratar de dilucidar qué consecuencias puede tener esa característica de la variedad y de las diferencias complementarias del Trabajo y del Capital sobre la productividad en las leyes económicas básicas.

 El trabajo se ocupa de «agentes naturales» para crear capital que luego se utiliza para multiplicar la productividad en colaboración con la tierra y el trabajo. Aunque el capital es creación previa del trabajo, una vez que existe es empleado por el trabajo para incrementar la producción.[1]

 Crusoe debe producir antes de poder consumir. Sólo respetando esta secuencia le es posible el consumo. En este proceso de producción,  de transformación, el hombre moldea y modifica el entorno natural para sus propios fines, en lugar de verse simplemente determinado, como los animales, por este entorno[2].

 En la naturaleza hay continuos cambios sustanciales y accidentales. El universo está transformándose continuamente engendrando[3] nuevos seres[4] a partir de los anteriores con capacidad de hacerlo en diversos modos y maneras, y ello tanto en el ámbito del macrouniverso como en los ámbitos universales más diminutos e imperceptibles de la interacción microcuántica. Ese  proceso continuo de transformaciones substanciales y accidentales es causado por una inmensa variedad de agentes con capacidades y cualidades adecuadas que actúan e interactúan -en muchas ocasiones al unísono- para hacer realidad la concreta fisonomía del universo con la que cada generación humana se encuentra.

En ese ámbito de la transformación dinámica del microcosmos y del macrocosmos podemos distinguir las transformaciones naturales que son ajenas a la acción humana y las transformaciones artificiales cuyos protagonistas han sido y son mujeres y varones de todos los tiempos y geografías mediante su acción coordinada a través del trabajo en orden a ese poder sobrevivir, vivir y mejor vivir. El trabajo es la causa eficiente[5] en el proceso de producción del valor económico. Aquella tendencia del pensamiento económico que daba lugar a la considera­ción exclusiva de la Tierra como causa material, y prácticamente úni­ca del valor es una simplificación errónea intolerable en todo análisis econó­mico. El trabajo[6] humano, causa activa eficiente -que tiene siempre presentes los fines a los que su actividad productiva se dirige- es el factor  fundamental ya que –además-  en él se incluyen también la empresarialidad y la investigación, la invención  y el desarrollo.

Bien podemos entender entonces la economía como ese proceso dinámico, acumulativo y expansivo en valor que consiste en la transformación ordenada de la materia generación tras generación de cara a una vida mejor[7] y proporcionadamente más adecuada para el mayor número de personas[8].  Es esa lucha constante por erradicar la pobreza en todos sus aspectos. Éste es uno de los grandes objetivos que la humanidad está tratando de alcanzar desde los siglos originales perdidos en el tiempo.

Ese proceso de transformación de la materia en múltiples direcciones transformando sustancias y accidentes sólo se puede realizar a través del  trabajo humano y haciendo uso de los instrumentos de capital cada vez más sofisticados. Es el proceso de trabajar con inteligencia actuando tanto en el ámbito del trabajo manual como en el del trabajo intelectual y en el de la reflexión científica e investigadora despertando y haciendo realidad materializada las enormes potencialidades que se encuentran a nuestra libre disposición en la Naturaleza.

El trabajo añade algo que sobrepasa lo que ha hecho la naturaleza, madre común de todo (…)

   Al descubrir los recursos de la tierra, al aprender a utilizarlos y, en especial, al transformarlos mediante una remodelación más utilizable, Crusoe -según una frase memorable de John Locke- «mezcló su trabajo con el suelo» (…)[9]

 El Trabajo es el multifacético  proceso de acción humana tratando de  convertir algo que es  lo que es ahora en acto en otra realidad que estaba en la naturaleza como potencia. Se trata de actuar acertadamente sobre algo que era una cosa pero que bien podía llegar a ser otra distinta y que pensamos nos podía servir mejor que la anterior para nuestras pretensiones inmediatas o futuras. Se trata de activar las causas idóneas para que hagan su aparición los efectos deseados[10].  Es el proceso de transformación artificial que influye muchas veces en las transformaciones naturales –y viceversa- que pilotado por el trabajo humano manual, intelectivo y de reflexión coordinada se desarrolla siempre en el tiempo y en el espacio, y donde, por lo tanto, la localización y el instante temporal de conjunción de causas es clave para poder hacer surtir los efectos pensados intencionalmente.

El trabajo es lo que es, con independencia de todas sus circunstancias ambientales o técnicas. Es el resultado del esfuerzo y de la inteligencia del hombre para modificar la naturaleza y desarrollar las potencialidades que residen en cada individuo. Es siempre, por ello, realización personal y contribución social, se produzca de una forma u otra, en un lugar o en otro.[11]

El trabajo es el factor imprescindible –causa eficiente- para activar diariamente el continuado proceso de capitalización de la realidad material que está como dijimos en continuo cambio interactivo, aparentemente caótico pero –de hecho- siempre con distintos grados de ordenación muchas veces aún desconocidos. En este sentido, bien podemos asegurar hoy en día que la economía es como una gran red de internet -no virtual sino real- que está interactuando desde los siglos más remotos y que perdurará en su interacción hasta el final de los tiempos. Es una macro red de redes microscópicas donde lo micro interactúa[12] constantemente y donde cada persona[13] ha sido, es y será un complejo  ordenador y transformador vivo y creativo, un gran descubridor de la naturaleza que aparecía a sus ojos y con la que tenía que convivir y  -adaptándose a ella para conocerla y mejorarla- adaptarla a sí mismo y a los suyos para poder cumplimentar las necesidades que diariamente van surgiendo y alcanzar sus objetivos y preferencias. El trabajo humano es pieza clave -y siempre será escaso[14]– en la puesta en marcha de esa interacción real en redes asimétricas expansivas.

Cualquier trabajador agrícola, industrial, o del sector servicios –también del sector de los servicios financieros- es un artesano que juega y recrea la Naturaleza  tratando de reordenar todo el desorden material y espiritual en aquella parcela concreta y especializada de la realidad económica[15]. Y el trabajo aplicado sobre lo propio, sobre lo que está en cada momento a nuestra disposición, es necesario siempre tanto en el nivel personal como en el familiar o el social. La acción humana en el trabajo es un continuo y continuado diálogo fructífero con la materia y con la naturaleza para que nada quede ocioso[16]. La economía se puede comprender entonces mejor si la consideramos como un puente que une el mundo físico material y el intramundo espiritual y en el que las dos orillas están continuamente observándose y estudiándose. La economía práctica y la ciencia económica ejercen una función de mediación imprescindible entre las ciencias de la naturaleza en las que predomina lo material más rígido y predeterminado y las ciencias humanas en las que predomina lo espiritual más flexible y libre. Porque, como muy bien señalaba  Rothbard:         

 Este proceso, este método, necesario para la supervivencia y la prosperidad del hombre en la tierra, ha sido a menudo ridiculizado como excesivo o exclusivamente «materialista». Pero debe quedar bien en claro que lo que acontece en esta actividad específicamente humana es una fusión de «espíritu» y materia: la mente humana, al utilizar las ideas que ha aprendido, dirige su energía transformadora y remodeladora de la materia por caminos que sustentan y elevan sus necesidades y su vida misma. Al fondo de todo bien «producido», al fondo de toda transformación de los recursos naturales efectuada por el hombre, hay una idea que dirige el esfuerzo, hay una manifestación del espíritu.[17]

Esa transformación creadora concatenada a través del trabajo humano es la que intentamos representar  con la función de producción y con la frontera de posibilidades de producción así como con tantas y tantas estadísticas sobre  crecimiento económico así como con índices de todo tipo más o menos sistemáticos. Es difícil no caer en errores de simplificación a la hora del diseño de índices e hipótesis estadísticas a la hora de reflejar toda la riqueza de la variedad inmersa en ese proceso de transformación que se verifica en el tiempo diariamente y año tras año sin solución de continuidad.

Al percibir esa enorme variedad de la Naturaleza –y su complementariedad, tal y como estudiamos en el capítulo primero- nos damos cuenta rápidamente que para transformarla y recrearla al modo humano son necesarias tareas especializadas en todos los campos, lo que implica aumentar a su vez la riqueza de la variedad complementaria en el ámbito de la división de tareas del trabajo humano. Y la necesidad de la especialización complementaria -y su correlato imprescindible que no es otro que la conveniencia  y necesidad del intercambio- tienen que estar presentes en toda aproximación teórica al fenómeno económico.

Conviene demostrar que la división del trabajo es tan primario como la sociedad misma, es decir, que no cabe sociedad sin división del trabajo, o bien, que la división del trabajo no acontece históricamente a partir de una situación social anterior en la que existiese. Por eso mismo, la división del trabajo no está llamada a desaparecer en una culminación de la historia. Frente a las conjeturas fantásticas sobre el origen de la sociedad y frente al irrealismo de la utopía, se ha de sostener que la división del trabajo no es una fase histórica antecedida o seguida por otras fases en que no se dé, y que cualquier atenuación de ella, en vez de conducir a la humanidad hacia más altas cotas, deprime el ejercicio de las capacidades del hombre.[18] 

En todos y cada uno de los sectores de actividad productiva que sirve a las necesidades y deseos humanos, la especialización y diversificación hacen posible que la variedad de productos para satisfacer una misma necesidad general se incremente cada vez más haciendo lotes de bienes y servicios cada vez más diversificados y personificados con la originalidad en cuerpo y espíritu de cada persona humana. Ese profundizar cada vez más en una u otra dirección hace que la riqueza inmensa encerrada en cada porción de la realidad sea descubierta y activada en orden a la satisfacción y cumplimiento cada vez más sofisticado de cada preferencia de los hombres en cada una de las etapas de su desarrollo espiritual y corporal. Para cumplimentar cada perentoriedad aparece un abanico de bienes o servicios cada vez más personalizado y circunstanciado también en espacio y tiempo.

[1] Murray N. Rothbard, Historia del Pensamiento Económico. Volumen II: La economía clásica. Madrid: Unión Editorial, 2000; pp. 42
[2] Murray N. Rothbard, La ética de la libertad, Pág. 61.
[3] Para entender mejor cuál era el significado de la palabra «naturaleza» en los tiempos medios, resulto útil acudir a la etimología. El vocablo tiene en su origen semántico un doble aspecto. «Natura» procede del participio pasivo –natus- del verbo nascor, nacer. Nascor proviene a su vez de «gena», engendrar. Es decir, lo que surge y nace, lo que es engendrado. El término naturaleza equivale, pues, a natividad, a nacimiento, a generación de los vivientes, en cuya raíz se encuentra el cambio, la mutación, el devenir. Significa, en consecuencia, dos cosas a la vez. Por una parte, la existencia de un principio con fuerza suficiente para engendrar, para hacer nacer, para crear; por otra, la cosa acabada, el resultado, lo engendrado en su totalidad.  Rodríguez Casado, Vicente,  Orígenes del capitalismo y del socialismo contemporáneo. Madrid: Espasa-Calpe, 1981; p. 40.
[4] Cabe destacar a modo de ejemplo paradigmático la diversidad sustancial complementaria de varón y mujer. El hombre nace sexuado y es esa misteriosa  complementariedad sexual la que hace posible la generación y  la reproducción.
[5] Al analizar la causa material del valor económico veíamos que las realidades corpóreas cambian de forma, se transforman en una deter­minada dirección, sólo en virtud de un principio extrínseco a ellas que actúa sobre las mismas. De por sí son una causa pasiva. Se precisa que la materia sea conducida hacia la adquisición de una nueva forma determinada. No basta con la materia, es preciso el trabajo.
El estudio de las causas materiales del valor lleva naturalmente a la consideración de la causa eficiente. La causa eficiente, además, es prioritaria a la causa material, ya que ésta no podría ejercer su influjo causal sin el previo ejercicio de la causa eficiente. El trabajo humano es la causa activa, mientras que el factor productivo sobre el que actúa es la causa pasiva.
[6] La importancia del trabajo como causa eficiente del valor y del progreso económico ha sido patente a lo largo de la historia del pensamiento económico.
«El objetivo del pleno empleo fue expresado en los albores del mercantilismo por John Hales, quien escribió que el Estado debería adoptar medidas tendentes a asegurar «una gran abundancia» de bienes, y que esto exigía el empleo en el campo y las ciudades de todo aquel que estuviera capacitado para trabajar.
«La importancia del empleo fue expresada por William Petty (1662) en su conocida proposición de que a medida que aumenta la población de la nación aumenta su riqueza en mayor proporción».
Otras importantes figuras del Mercantilismo como William Tem­ple (1671), Nicholas Barbon (1690), Josiah Child (1690), Sir Dudley North (1691), Charles Davenant (1695), John Law (1720), John Cary (1745), Josiah Tucker (1750), el Obispo Berkeley (1751) o Malachy Posttlethwayt (1759), destacaron con inequívocas afirmaciones que el trabajo humano es causa prioritaria de la riqueza de un país; que la mejora en el empleo y en la laboriosidad del trabajador favorece el crecimiento económico, que el incremento de la oferta monetaria tiene como efecto importante aumentar el empleo y por tanto la riqueza, que el tamaño de la población es factor decisivo en la capa­cidad económica de un país, que la mayor parte de las medidas de política económica se explican dando por supuesto que el pleno em­pleo es el objetivo fundamental para alcanzar un mayor poderío económico.
Posteriormente, y a partir de Adam Smith, Ricardo y Marx, las teorías del valor trabajo comenzaron a dado importancia exclusiva en la creación del valor y dominaron durante un siglo el pensamiento económico.
A la importancia indiscutida y a su influencia preponderante en el pensamiento económico posterior de la obra de Adam Smith tene­mos que hacer responsable, casi tanto como a Ricardo y Karl Marx, del dominio de la teoría del valor-trabajo en el orbe económico hasta el último tercio del siglo XIX. En cambio, sus predecesores escoceses, Gershom Carmichael y su maestro Francis Hutcheson, que recogieron la tradición aristotélica a través de Grocio vía Puffendorf, anticiparon el análisis dual de «ambas hojas de las tijeras», de Marshall y consideraron también los elemen­tos básicos de utilidad y escasez.
[7] Ésa es, por lo tanto, la tarea de toda actividad económica: contribuir en su esfera a conseguir una cada vez mayor humanización de la naturaleza y de los hombres. Ello implica una revalorización del fin (el individuo) sobre los medios (objetos). Se precisa una revalorización de los fines últimos frente a los medios, que se supone deben ser servidores de aquéllos. El fin es prioritario, en este caso, al origen. El hombre debe ocupar un puesto más elevado frente a las cosas materiales. Invertir el orden de prelación convierte la relación del valor en negativa. La dirección del valor es de la realidad material como más inferior, como medio, hacia el ser humano personal como superior, como fin. Si la relación cambia de sentido, si lo material es el fin y el hombre el medio, el valor económico se convierte en antieconómico. Es tratar de ver el mundo al revés.
[8] Al observar la enorme variedad y disparidad de las necesidades, deseos y aspiraciones humanos y al observar los múltiples caminos que llevan a la consecución de esas necesidades y deseos; al constatar con el avance de la civilización humana que cada vez más y más diversas idoneidades son descubiertas y puestas en acción para la consecución de los fines humanos, surge espontánea la consideración de que esos bienes no creados por el hombre pero que llevan incorporados a su modo de ser tantas utilidades con respecto al ser del hombre, existen, precisamente, para ser idóneas al hombre, quien ha de elaborarlas (trabajarlas) en orden a que el hombre esté cada vez más humanizado.
[9] Murray N. Rothbard, La ética de la libertad, pp. 48-49 y 66.
[10] Throughout the Essay, Canutillo is concerned with providing a scientific explanation for economic phenomena. His investigations are concerned with establishing cause and effect. Canutillo often expressed the causal relation with the term “natural,” which he used thirty times in the Essay. Fifteen Great Austrian Economists, (Alabama: Ludwig von Mises Institute, 1999), p. 17.
[11] Gray M., Hodson N., Gordon G., El teletrabajo, Madrid: Fundación Universidad Empresa, 1995; p. 12.
[12] Si podemos aprender y descubrir cosas sobre la naturaleza de determinadas cosas o sustancias, también podemos descubrir qué ocurre cuando éstas interactúan interaccionan. Supongamos, por ejemplo, que cuando una cierta cantidad de X reacciona con una cantidad dada de Y se obtiene una cierta cantidad de otra cosa, Z. Podemos entonces afirmar que el efecto Z ha sido causado por la interacción de X e Y. Así es como los químicos han descubierto que si dos moléculas de hidrógeno interaccionan con una de oxígeno, el resultado es una molécula de una nueva sustancia: agua. Todas estas entidades o sustancias (hidrógeno, oxígeno, agua) tiene propiedades específicas, naturalezas susceptibles de ser descubiertas e identificadas.
Los conceptos de causa y efecto, por tanto, forman parte del método o procedimiento de análisis propio de la ley natural. Los sucesos que acontecen en el mundo pueden retrotraerse hasta las interacciones de entidades específicas. Puesto que las naturalezas están dadas y son identificables, las interacciones de las diversas entidades pueden ser replicadas bajo las mimas condiciones. Las mimas causas producirán siempre los mismos efectos.  Rothbard, Murria N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 32.
[13]   Es una simplificación decir que sólo se realiza una acción en cada instante. La realidad es mucho más compleja, completa y armónica. A la vez, inmersos en la dinámica del tiempo, realizamos multitud de acciones: con los dedos, la boca, las manos, los pies, el pensamiento, el gesto, la mirada,… etc. Cada postura nuestra sugiere un algo a cada quien que nos contempla y a cada uno de los que conociéndonos no nos ve sino que nos imagina y piensa o no en nosotros. La ropa que nos viste, su color, su talle y su textura sugiere sin querer mundos distintos en este o aquél que nos observa con más o menos fijación. En cada instante, creyendo realizar una única acción, nuestro cuerpo y toda nuestra persona destella, sin querer y sin saber, un sin fin de visiones circunstanciales que son germen de otro sin fin de acciones en nosotros y en los demás.
[14] La praxis tiene ojos buenos y penetrantes, y de ‘lo que se ve’ no desaprovecha absolutamente nada. Pero, precisamente, no se ve todo. Y con cierta frecuencia se oculta ‘lo que no se ve’, la cara opuesta, justamente el verdadero y decisivo ser de las cosas. Pongo un ejemplo entre muchos. Lo que se ve por doquier son trabajadores en paro. La primera impresión es que existe ‘demasiada mano de obra’. Lo que no se ve, aunque debería verse, es que, en realidad, resulta demasiado poca la mano de obra disponible; y resulta demasiada poca cuando se la compara con la dimensión de nuestras necesidades y nuestras obligaciones sociales. ¿Por qué se dejan sin hacer tantas obras necesarias y útiles? ¿Por qué no se construyen de golpe todas las líneas de ferrocarril y todos los canales navegables por los que desde hace años y siglos existe una tan justa y elevada demanda? ¿Por qué las máquinas y los instrumentos de nueva invención no se producen en cantidad suficiente para que se puedan servir de ellos hasta el último obrero o agricultor, en lugar de que éstos tengan que utilizar, como están haciendo ahora, un instrumental anticuado e inadecuado? O para expresarlo de modo breve y directo: )por qué no se produce el doble o el triple de todo lo que es necesario para la vida, de lo cual está abastecida sólo muy deficientemente la enorme mayoría de nuestros compatriotas, de tal modo que se pudiesen cubrir todas las deficiencias y se pudiese poner fin a cualquier necesidad?. La respuesta a todas estas preguntas es tan sencilla como ésta: «Porque, al fin y al cabo, hay demasiado pocas manos». Von Böhm-Bawerk, Eugen. Ensayos de Teoría Económica, Volumen I, La Teoría Económica. Unión Editorial – Madrid, 1999, pág. 135. 
[15] Como ya expliqué en una obra anterior, los valores están por así decirlo ínsitos y latentes en el ser de las cosas esperando a ser descubiertos mediante la especulación y extraídos por la actividad productiva del ser humano ayudado de cada vez más sofisticados instrumentos productivos.  La unidad en la diversidad del ser de las cosas se transmite a los procesos productivos estimulados por las demandas en los distintos mercados, y éstos  la transmiten a toda la ciencia y la actividad económicas. La unidad complementaria del pensamiento económico deriva de la unidad complementaria e integradora del libre mercado. Esa armonía activa, creativa y enriquecedora, cuando es captada por la inteligencia gracias a su libre capacidad de objetivar la realidad, se transmite a  la acción económica a través del trabajo que tiene en cuenta los fines. Este trabajo humano ejerce su acción sobre la materia extrayendo como he dicho su «vocación humana». Cfr. José Juan Franch, Fundamentos del valor económico, Madrid, Unión Editorial, 1990.
[16] ¿A que nos referimos con precisión cuando decimos que un recurso, o una unidad de un recurso, permanece «ocioso»? Definimos la ociosidad por su opuesto; un recurso está ocioso cuando no está «en la tarea», cuando no está «empleado». En términos más generales podemos decir que un recurso está ocioso cuando no se utiliza para producir valor que de otro modo podría producir. Buchanan, James M., Ética y progreso económico, Barcelona: Ariel Sociedad Económica, 1996; p. 120.
[17] Murray N. Rothbard, La Ética De La Libertad, Madrid, Unión Editorial, S.A., Madrid, 1995, p.62.
[18] Llano.C, Pérez López J.A., Gilder G., Polo L., La vertiente humana del trabajo en la empresa (Madrid: Ediciones Rialp, 1990), p. 78.
El autor, José Juan Franch Meneu, es Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Autónoma de Madrid y Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo CEU en Madrid. Ha sido  Profesor de Economía durante más de 30 años en la Universidad Autónoma de Madrid impartiendo las asignaturas de Principios de Economía Política, Análisis Económico del Derecho, Competencia y Progreso Económico,  así como Regulación y Desregulación óptima en Economía en el Máster  de postgrado sobre Desarrollo Económico y Políticas Públicas. Estuvo desde el 6 de marzo de 1999 hasta el 6 de marzo de 2004, como Vocal del Tribunal de Defensa de la Competencia del Reino de España. De su obra científica cabe resaltar los libros Fundamentos del Valor Económico, Justicia y Economía (Hayek y la Escuela de Salamanca) y La Fuerza Económica de la Libertad. Ha colaborado así mismo con un capítulo en los libros colectivos La Dimensión Ética de las Instituciones y los Mercados Financieros y en El Nuevo Derecho Comunitario y Español de la Competencia. Es miembro de la European Business Ethics Network (EBEN). Excelente divulgador y comentarista de temas económicos, ha escrito cientos de artículos y comentarios en la Prensa diaria especializada. También en la prensa internacional.

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