4.- Las limitaciones de la persona y la necesidad de la sociabilidad humana

4.- Las limitaciones de la persona y la necesidad de la sociabilidad humana

Cada uno de esos miles de millones de patrimonios mundiales –y que tal y como estamos investigando en este capítulo son todos distintos y con estructuras de remitencias diversas y complementarias entre sus componentes y con respecto a sus propietarios- no está encapsulado en sí mismo sin contacto con los demás. Ello es así entre otras muchas razones porque la persona humana solitaria es débil y limitada[1] en sus capacidades y en sus posibilidades. Todos y cada uno necesitan de los demás.  Toda persona es sociable por naturaleza. Necesita y le conviene la relación con los demás y con lo demás. 

Cuando se tiene en cuenta el hecho de la presencia de una multiplicidad de patrimonios y unidades familiares o empresariales, todas distintas y todas diferentes, en las complejas sociedades actuales surge a renglón seguido la necesidad de estudiar las consecuencias de la existencia a su vez de una pluralidad de estimaciones. Incluso de una pluralidad de valoraciones sobre lo mismo según esté ligado a un conjunto patrimonial o a otro. Surge al menos dos tipos de estimaciones en cada bien[2]: lo que se estima que vale dentro  del  conjunto patrimonial donde se encuentra ubicado, y la estimación por parte de otros múltiples propietarios potenciales caso de darse la posible incorporación del bien en cuestión a su dominio patrimonial[3]. Aparecen los valores de uso[4] y de cambio. También –en la dinámica temporal- los valores de cambio futuro[5].

En este sentido -e insistiendo en lo anterior por su importancia- siempre que un agente económico individualizado, en tanto que sujeto consciente, se relaciona con una realidad material o inmaterial, ésta le responde prestándole un servicio si la domina siguiendo las leyes naturales de causa y efecto pertinentes. De esa forma aquello le es útil. Esa respuesta es, además, diferente según las características del observador convirtiéndose, con ese juego personal intransferible de las estimaciones, en un punto de vista con perspectiva única solidaria. Cualquier otro agente individual tendrá un punto de vista diferente sobre lo mismo según sus pretensiones y circunstancias. Ese otro punto de vista será a su vez también solidario[6] para él. Luego si pudiera haber acuerdos libres de intercambio de bienes entre ambos aquello sería una manifestación doblemente solidaria. Solidaria por parte de ambos y en beneficio de los dos[7]. O si es multilateral en beneficio de todos.

 “La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo (…) Dos sujetos diferentes -se pensaba- llegarán a verdades divergentes. Ahora vemos que la divergencia entre los mundos de dos sujetos no implica la falsedad de uno de ellos. Al contrario, precisamente porque lo que cada cual ve es una realidad y no una ficción, tiene que ser su aspecto distinto del que otro percibe. Esa divergencia no es contradicción, sino complemento.”[8]

 

              Para cumplimentar cada perentoriedad aparece un abanico de bienes o servicios cada vez más personalizado y circunstanciado también en espacio y tiempo. En cada compraventa se enfrentan en realidad –coordinándose- no una, sino dos demandas y dos ofertas. No se puede por eso hablar de una función de demanda con sólo dos variables porque al ser dos demandas convergentes al unísono influyen muchas otras variables.

              Cada uno depende de las realidades materiales -como ya hemos analizado- y por eso las estima y desea, pero a su vez le conviene relacionarse con los demás porque la indigencia personal individual en tantos aspectos se lo reclama. Si todos y cada uno de los elementos de cada patrimonio remite a su propietario sirviéndole, también éste necesita ir orientándolo hacia las necesidades de los demás porque los necesita y porque así lo propio será también mejor valorado por los demás. En ello radica la perenne vigencia del trueque[9], el intercambio[10] y la actividad comercial[11]. Ese continuo distinguir lo mío de lo tuyo y la indigencia personal acaba conduciendo sin necesidad de razonar mucho a la conveniencia de la libertad de los cambios. Quien estudia a fondo la naturaleza humana es consciente de la debilidad de cada uno de los individuos y si quiere ser sincero y realista tiene que plantear necesariamente la conveniencia y necesidad de las relaciones humanas interpersonales[12] y, consiguientemente, del intercambio multilateral[13] de esos elementos patrimoniales tan variados pero conexos en tantos aspectos.

Pero hay algo más, porque esos intercambios multifacéticos -que como hemos visto son  generadores de riqueza en las gentes allí donde se producen y donde se amplían difundiéndose en las costumbres y en las leyes-  hacen posible   y potencian la división de tareas y la especialización de todos y cada uno de los recursos productivos. Intercambio y especialización interactúan también reforzándose mutuamente y difundiendo genéricamente en redes concéntricas sus virtualidades allí donde se les facilita su actuación.

La variedad de demandas concurrentes en todos los ámbitos y la diversificación especializada hacen que se multipliquen asimétricamente los intercambios crecientes, y la globalización aumenta las probabilidades de conseguir lo querido y de casar tantas ofertas y demandas. En todos y cada uno de los sectores de actividad productiva que sirve a las necesidades y deseos humanos, la especialización y diversificación hacen posible que la variedad de productos para satisfacer una misma necesidad general se incremente cada vez más haciendo lotes de bienes y servicios cada vez más diversificados y personificados con la originalidad en cuerpo y espíritu de cada persona humana. Ese profundizar cada vez más en una u otra dirección hace que la riqueza inmensa encerrada en cada porción de la realidad sea descubierta y activada en orden a la satisfacción y cumplimiento cada vez más sofisticado de cada preferencia de los ciudadanos singulares en cada una de las etapas de su desarrollo espiritual y corporal.

Esa especialización que consiste en  dedicar cada recurso a los usos y a las funciones para las que son más apropiados[14] y  más productivos[15] es una manera inteligente para el mejor servir a los clientes potenciales,  y -de rebote y simultáneamente- a la sociedad. Esa institución (en la terminología de Adam Smith) de la especialización -derivada de la naturaleza humana y de cómo estaban hechas las cosas- trabaja en pro de la mejor justicia para todos ya que es un desbordarse de la justicia que se vuelca en los demás aprovechando lo mejor de cada uno.  La justicia conmutativa  se convierte así en una institución cuyo respeto produce efectos de suma exponencialmente positiva en haces multidireccionales. Todo ello -y con el concurso de todos en definitiva- ha hecho posible que tantos y tan variados productos y tantos y tan variados servicios estén al alcance de millones y millones de personas de todos los extractos sociales. La fecundidad y productividad especializada  para la ayuda mutua de la economía libre en la variedad complementaria de la realidad existente se ha expandido más y más enriqueciendo a oleadas de generaciones antes empobrecidas si las midiésemos con los parámetros actuales.

            

Por todo lo explicado en este apartado –siempre en conexión con los anteriores- bien podemos afirmar que el fundamento último de esa economía de mercado en libertad responsable se encuentra precisamente en aquello que hemos elegido como línea de investigación fundamental en este trabajo de investigación: la variedad  complementaria de la realidad que se va concatenando dinámicamente en competencia  por vericuetos heterogéneos pero siempre con cierta coherencia reconocible a tientas.

[1] Los platónicos juzgaban la existencia real concreta, fáctica, temporal del hombre muy limitada. En realidad, esta existencia (la única de la que tenemos experiencia) supone para ellos una caída del hombre respecto de un estado anterior de gracia, respecto de su modo de ser original, ideal, perfecto y eterno, de una perfección casi divina y sin límites, que ahora ya no existe. En el audaz giro semántico de los platónicos, este modo de ser perfecto se convirtió en el modo de ser verdaderamente real, en la verdadera esencia del hombre, de la que nosotros hemos sido alienados o despojados. La naturaleza del hombre (y la de las demás entidades) del mundo consiste en ser algo y en serlo en el tiempo; con el giro semántico platónico, sin embargo, el hombre verdaderamente existente es el eterno, el que existe fuera del tiempo y carece de limitaciones. Se supone así que la condición del hombre sobre la tierra es de degradación y alineación, y que su tarea consiste en volver a ese modo de ser «verdadero», ilimitado y perfecto que supuestamente era el de su estado original.  Rothbard, Murray N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 34.
[2] Aparecen dos tipos de relaciones de conveniencia complementaria de los objetos al hombre: 1) la relación al sujeto pro­pietario, y 2) la relación o relaciones a otros sujetos propie­tarios potenciales. Hasta ahora nuestras  consideraciones se centraban en el valor de uso, el único existente en una economía aislada. Ahora surge el análisis de  los  valores de cambio de las cosas, el análisis de los precios.  Hasta  aquí hemos razonado sin considerar los precios, ahora  nuestro estudio necesita contar con los precios, es decir, con los valores de cambio y con los valores relativos para los demás.
[3] No se puede seccionar ningún recurso del resto de bienes, con los que más fácilmente se puede complementar, por pertenecer a un mismo patrimonio. La propiedad transmite unidad integradora a todos los bienes sobre los que se ejerce ese derecho de libre disposición. Toda esa variada gama de recursos, que configuran la originalidad irrepetible de cada patrimonio, se unifica por la orienta­ción a unos mismos fines marcados por el propietario. Cualquier bien material y palpable se convierte, por su pertenencia a determinado patrimonio, al considerar el espacio y el tiempo, en un bien inconfundible, no exactamen­te sustitutivo de otro. Bienes supuestamente idénticos se con­vierten en totalmente distintos a efectos valorativos por su inclusión en uno u otro patrimonio y en este o aquel lugar, hoy, ayer o mañana. Un bien tiene valores diferentes dependiendo quién sea el comprador y quién el vendedor puesto que representan conjuntos patrimoniales a complementar dis­tintos. Si se invirtieran los términos de comprador y vendedor no existiría intercambio en ningún caso. Por eso me extraña que en ningún manual de economía de todo el mundo, que yo sepa, se tiene en cuenta el efecto atracción de los bienes respecto a sus complementarios. El factor más importante de los que influyen en las demandas de consumidores y empresas es ese precisamente: la cantidad de mercancías y servicios que ya poseemos y que continuamente reclaman la atención de más y más complementarios imantándolos. En cada unidad patrimonial lo que tenemos está en estado latente esperando y deseando ser fecundado por sus complementarios, a la vez que expulsa con energía competitiva a sus sustitutivos.
[4] Ya A. Smith distinguía perfectamente entre valor de uso y valor de cambio al indicar que debemos distinguir el «valor de uso», que es la utilidad o capacidad de un objeto para satisfacer necesidades, del «valor de cambio», que es el poder de un objeto para adquirir otros bienes.«Ha de observarse que la palabra VALOR tiene dos significados diferentes; a veces expresa la utilidad de cierto objeto en particular y otras el poder de compra que otorga la posesión de dicho objeto. Una puede ser denominada valor de uso, y la otra, valor de cambio«. También Aristóteles los distinguió cuando al no descubrir la conexión entre valores de uso y valores de cambio llegó incluso a separar en dos ciencias el estudio de ambos fenómenos. «Aristóteles definió la economía como el arte de acumular los bienes necesarios para la vida de una familia, definición que se refiere primordialmente al valor de uso de los bienes, pues en eso se basa la vida de una familia. El conjunto de esos bienes es lo que llamó riqueza natural. En contraposición al  arte de la economía, definió el de la crematística como arte de acumular bienes que tienen primordialmente un valor de cambio, y definió el conjunto de ellos como riqueza artificial, porque a diferen­cia de la economía, cuyo fin natural es la vida de una familia, la crematística le parecía un proceso indefinido, carente de fin natural.»
         
[5] En nuestras economías complejas con altas cotas de intercambio, a través del dinero como medio universal de cambio, podemos distinguir no sólo dos, sino tres tipos de valores en cada bien que consideremos: 1) Un valor de uso que es esa relación u ordenación a los fines si lo utiliza su propietario; 2) un valor de cambio que es lo que puedo adquirir con él si lo vendo y que depende de la significación que tenga ese bien para otros y 3) un valor de cambio futuro que es lo que podrá adquirir su propietario en un futuro más o menos cercano. En el caso de los bienes, aparentemente superfluos desde  el punto de vista del valor de uso, como pueden ser las joyas, el oro o los diamantes, independientemente de su capacidad de  producir placer, belleza, reconocimien­to,…etc. tienen un valor  de uso superior en términos de valor de cambio por su capacidad de conservar y aumentar su valor de cambio con el paso del tiempo. Un cuadro de Picaso o de Miró tienen también para el comprador un mayor valor de uso que su valor de cambio. Si no, no lo comprarían. Su valor de uso viene marcado por las expectativas futuras de valor de cambio de ese bien. Son compras de carácter especulativo en las que el valor de uso para mí hoy es el valor de cambio esperado para el futuro. Es esta distinción entre valor de cambio y valor de uso; valor de cambio hoy y valor de cambio futuro la que explica, entre otras cosas, la famosa paradoja del valor del agua y los diamantes. Todos los bienes en este sentido tienen un valor de uso propio, un valor de cambio hoy y un valor de cambio esperado por mí para el futuro. Hay bienes que únicamente los poseemos por su valor de cambio futuro. Podemos decir entonces que su valor de uso para nosotros es ese valor de cambio futuro esperado que siempre tendrá que ser superior a su valor de cambio actual, si no, nos desprenderíamos de él.
[6] El mercado no es otra cosa que una maravillosa justificación y apreciación de la multiplicidad armónica de todos los puntos de vista y de todas las perspectivas. Para sacar el máximo partido a cada situación el individuo deberá actuar según el sentido común espontáneo de su propia perspectiva haciendo caso omiso de los imperativos que desde las cúspides de poder o desde la presión de las modas o las opiniones públicas abstractas tratan de coaccionarle. Cada uno procurará extraer el máximo valor a cada circunstancia siendo fiel al imperativo unipersonal y familiar que representa su individualidad. De esta forma conviene afirmar desde el principio que el intercambio potencia la riqueza porque con el intercambio todos los actores y todos los patrimonios, ganan. El valor de uso total aumenta. La comple­mentariedad horizontal y vertical de los patrimonios ha aumentado y ha aumentado, por tanto, su valía.
[7] En todo libre intercambio, si es efectivamente voluntario, se cumple la condición, tanto para el comprador como para el vendedor, de que el valor de uso o de cambio futuro de lo que recibe es mayor que el valor de uso o de cambio futuro de lo que se desprende. En los mercados, a través del intercambio voluntario, se producen continuas mejoras subjetivas en las diversas distribuciones de bienes entre los agentes. El mercado favorece los procesos de suma positiva de valores, esto es, de orientaciones a los originales objetivos de cada agente que toma sus decisiones. En los mercados amplios y transparentes, a través del juego de valores de uso, cambio y cambio futuro, se producen continuas reconversiones y reordenaciones hacia lo que cada uno entiende que es lo mejor. Los valores de cambio son un reflejo variable de los valores de uso. Son instrumentos al servicio de éstos. Marionetas que actúan al compás de la mejora del movimiento conjunto de los valores de uso. Lo importante es incrementar éste. Los factores institucionales, en relación con los valores de uso tienen una importancia incluso mayor que el equilibrio de los valores relativos en los mercados.
[8] Ortega y Gasset, Op. cit. pp. 147-148
[9] Sucedió, que como no cupiese a cada uno de toda suerte dellos, sino de diversa, a unos viñas, a otros olivares, a otros ganado, a otros ropa, lienzos y paño. Venia uno a haber menester lo que tenía el otro: de que no pudiendo, ni debiéndole despojar, ni privar: comenzaron a trocar unas por otras. Daban trigo por aceite, vino por lienzos, paños por sedas, casas por heredades, ovejas por potros. Como cada uno tenia y mejor se concertaba, buscada lo que había menester. Este fue el primer contrato y negociación que hubo en el género humano (según que el filósofo afirma). Lo que los españoles llamamos trueque, y los latinos cambio Domingo de Soto, Tratado de la justicia  y el derecho, T. I, Madrid, Editorial Reus, 1922, p.92.
[10] Así, Rafael Termes nos dice que Tomás de Aquino trata del comercio, de las condiciones de la lícita compraventa y del precio justo en dos lugares. En uno de ellos, en forma incidental, dentro del Tratado de la Ley, cuando al hablar de la división de las leyes humanas en derecho de gentes y derecho civil, dice que “al derecho de gentes pertenecen aquellas cosas que se derivan de la ley natural como las conclusiones se derivan de los principios; por ejemplo, las justas compras, ventas y cosas semejantes, sin las cuales los hombres no pueden convivir entres sí, convivencia que es de ley natural, porque el hombre es por naturaleza un animal sociable”. Rafael Termes,  Antropología del capitalismo. Un debate abierto (Actualidad y Libros, S.A. – Plaza & Janes Editores, 1992) p. 60.
[11] Escasa utilidad tiene especular en torno a cuál pueda haber sido, de hecho, la secuencia de tales acontecimientos, puesto que ésta habrá sido dispar según se haya tratado de gentes nómadas o agrícolamente asentadas. Lo importante es advertir que el desarrollo de la propiedad plural ha sido en todo momento condición imprescindible para la aparición del comercio y, por lo tanto, para la formación de esos más amplios y coherentes esquemas de interrelación humana, así como de las señales que denominamos precios. Hayek,  La Fatal Arrogancia. Los errores del Socialismo moderno, Obras Completas, V.I, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1990, pp. 66-77
[12] Si hay librecambio, y en ese contexto se produce un intercambio de bienes entre dos sujetos, es  porque, en ese instante y en esas circunstancias, ambos aumentan el valor subjetivo de su riqueza después de hacer el intercambio. Para ambos, como dije antes, el valor de intercambio de lo que dan es mayor que su valor de uso o su valor de cambio futuro,  y el valor de uso o de cambio futuro  de lo que reciben es mayor que su valor de intercambio. Prefieren ambos disponer en su patrimonio interno de lo que reciben y privarse de lo que dan. Por lo tanto, si el intercambio aumenta el valor subjetivo de ambas riquezas y el valor real es siempre subjetivo, podemos concluir que aumenta el valor de ambas rique­zas y a su vez se incrementa en más el valor total de ambas. Aumenta la capacidad de producir servicio futuro de ambas riquezas aumentando la potencia económica de cada subconjunto de riqueza y la potencia total del conjunto. Con el cambio interpersonal  surge la mutualidad en el servicio. Cada uno da a otros, para, a su vez, recibir de ellos. Cada sujeto sirve a los demás con miras a ser, en cambio, servido por terceros. Las relaciones de intercambio crean los lazos que unen a los hombres en sociedad.
[13] Ese inicio del comercio y del trueque tiene su origen también -y lógicamente en sintonía con lo anterior- en los tanteos de acercamiento entre gentes y pueblos desconocidos entre sí para ganarse la amistad del otro[13]. Es el comienzo de relaciones pacíficas generando confianza y cordialidad en beneficio de ambas partes. Así lo reconoce Isabel de Riquer en la Introducción del Relato de la expedición de Magallanes y Elcano hecho por Pigafetta: Pero sin lugar a dudas, el gesto que tuvo más éxito y que fue comprendido enseguida por ambas partes, fue el intercambio de regalos  que detuvo la agresividad, inició la confianza y favoreció los comportamientos. Pigafetta Antonio, Ibid., p. 52. 
[14] Tiene el mérito de destacar un hecho cierto, a saber, que la desigualdad funcional está de acuerdo con la naturaleza humana. Si el núcleo de la pobreza estriba en la no utilización de las propias energías, si consiste en el desempleo de las capacidades humanes, entonces la igualdad es un objetivo erróneo. No hace falta ser liberal para verlo: el ejercicio justo de las capacidades humanas tiene como condición primaria que esas capacidades se utilicen a fondo, que no queden inéditas. Por tanto, es claro también que la búsqueda de la igualdad funcional empobrece (es injusta). Para ser iguales  habríamos de reducirnos a átomos aislados, a puros individuos; en ese caso, cada uno es un todo no perfectible. El individualismo radical es el igualitarismo radical; y al contrario: el igualitarismo radical sólo se puede sostener en forma de individualismo radical. Pero la tesis individualista estricta ignora el desarrollo de las capacidades humanas, y forja un tipo imaginario que sustituye al hombre real. La imagen del hombre perfecto en soledad es falsa en todos los sentidos. Primero, porque no es cierto que existan individuos humanos completamente aislados. Segundo, porque para el hombre la soledad es mala, la más empobrecedora de las situaciones que pueden acaecerle.  Llano.C, Pérez López J.A., Gilder G., Polo L., La vertiente humana del trabajo en la empresa (Madrid: Ediciones Rialp, 1990), p. 77.
[15] Para terminar de resaltar la conveniencia de la especialización en lo que pueda resultar más productivo según las características diferentes y diferenciadoras de los recursos –también y especialmente de los recursos humanos- conviene recordar tanto la teoría de la ventaja absoluta como la  que después plasmó Ricardo en el comercio internacional con la teoría de la ventaja comparativa y más aún con carácter general esa ley universal de asociación explicada por Mises y Hayek  cuando explican la especialización y formación profesional en aquello que cada uno es más apañado, más efectivo, en definitiva, más productivo. La ley de los costes comparativos es considerada por Mises como “un caso particular de la más universal ley de asociación”, que es el principio general que demuestra cómo “la división del trabajo produce beneficios a todos los que participan en ella”, incluso cuando un participante tiene menores recursos o capacidades que los otros.  Así, Mises, por ejemplo, utiliza el ejemplo del cirujano que contrata un ayudante menos cualificado para limpiar su instrumental.