De cómo los precios facilitan y aceleran los intercambios y hacen posible una mayor especialización y alargamiento y diferenciación de los procesos productivos. – Apartado 4 – Capítulo IV – Justicia y Economía

JUSTICIA Y ECONOMÍA

CAPÍTULO  IV

 EL DESPLIEGUE ENRIQUECEDOR DE LA ECONOMÍA LIBRE DE MERCADO

Apartado 4

De cómo los precios facilitan y aceleran los intercambios y hacen posible una mayor especialización y alargamiento y diferenciación de los procesos productivos.

 Descubierta y puesta de manifiesto con sencillez aquella potencialidad económica espontánea de la propiedad ligada al intercambio y entrelazada con la especialización, no se conformaban con ello, sino que buscaban causas y formas por las que se había hecho más y más eficaz en la historia:

 Lo que los españoles llamamos trueque, y los latinos cambio.  Mas era un género de negociar tan corto a insuficiente, cuanto era conforme a razón que fuese, siendo el primero. Porque todas las cosas humanas en sus principios o son pequeñas, o flacas, o bastas, o simples: y con el suceso del tiempo crecen y toman fuerzas. A imitación del mismo hombre, que al principio de su ser, es casi asco pensar cuan nada es. Así esta contratación era manca: que ni se podían haber, ni hallar las cosas necesarias a la vida. Acaeció (como dice la ley) que habiendo yo menester lo que lo tenías: no tenía cosa que a tí te hiciese al caso: y si la tenía, la había igualmente menester: y así no podía haber entre ambos trueque: y por consiguiente nadie proveía bastantemente su casa y familia[1].

 E inventaron el mercar, y vender por su justo precio, apreciando, y evaluando cada cosa por si, según que podía servir al hombre. E hicieron precio común y general de toda la plata y oro. Desta manera sin desposeerse de los bastimentos, alhajas o preseas que uno ya poseía, y usaba, hallaba lo que de nuevo había menester. Este fue el origen de la venta y compra, y de la invención de la moneda como lo testifica y afirma P. I. en el derecho. Trato que a todos agradó sino fue a Licurgo: que en las leyes que dio a los partos y lidios como refiere Sto. Tomas en el opus. 20, prohibió el comprar y vender, mandando que nada se vendiese, sino que todo se trocase. Más fue ley esta muy ciega, la cual después ninguno recibió.[2] 

Porque, efectivamente, todos los medios que facilitan los intercambios  y reduzcan los costes de transacción e información tienen  una valor en sí mismo, en tanto en cuanto la realización del  intercambio aumenta el valor de ambas riquezas. Los medios que favorecen y aceleran las transacciones comer­ciales favorecen el incremento del valor y por tanto derivan de esa función su valor. Cabe encuadrar aquí el  dinero, en cuanto que favorece la rapidez, subdivisión  y  cálculo de los intercambios. El dinero sólo tiene sentido cuando son posibles los intercambios voluntarios. Con el dinero se hacen posibles los precios. Y los precios son indicativos de las valoraciones subjetivas de los individuos posibilitando los intercambios. La función esencial del dinero consiste  en ser la medida de la idoneidad subjetiva de las cosas y, por tanto, también de los  factores de producción, permitiendo el cálculo econó­mico. En primer lugar cobra especial relieve su función básica como medio de intercambio y lubricante universal que facilita el comercio con sumas positivas haciendo posible la confluencia de intereses entre compradores y vendedores al evitar las rigideces del trueque. Quien quiere algo que yo tengo y quiero vender no necesita tener algo que yo quiera y de parecido valor. Basta con que me lo compre con dinero que es el medio de universal aceptación. El trueque tiende a desaparecer y los intercambios empresariales o personales, nacionales o internacionales se convierten en indirectos a través de ese dinero de cada vez más general confianza.

Y por lo uno y lo otro acordaron los hombres de escoger un par de metales que fuesen precio de todo lo vendible, para que en poco bulto y tomo, se pudiese llevar el valor de mucho, y entre todos escogieron (como dice Plinio) por muchas y notables razones que trae en 61.33 de su natural historia, el oro y la plata, orígenes del dinero. Aunque las principales, a mi juicio, son dos, la una, que son más seguros y exentos de peligros, que los otros, ninguno hay dellos, que el fuego no lo mude, o lo gaste, o disminuya, sino es el oro, y la plata: que antes lo purifica, limpia y perfecciona. Lo segundo, no hay metal que más dure, y más se conserve en cualquier parte que lo pongan, ora en el arca, ora debajo de tierra, ora en el imo[3] y profundo de la mar. Hecho esto luego se introdujo la venta. Porque cada uno con este metal, especialmente después de acuñado, mercaba lo que para la provisión de su familia convenía. Y viendo que muchas veces faltaba en la tierra, se dieron muchos a traerlo de afuera a su costa: y traído venderlo a los vecinos con alguna ganancia, sobre el costo y gastos que había hecho. A los cuales por el continuo use que tenían de mercar y vender, comenzó el vulgo llamar mercaderes. Cuya arte y profesión (como dice San Gregorio) es mercar la ropa por junto, y sin que se mude en otra especie[4], o se mejore en la suya, revenderla por menudo, o traerla fuera de la ciudad, o llevarla a otra parte del reino, o a otro reino. El mercader no busca, ni aguarda se mude la substancia o cualidad de su ropa, sino el tiempo, y con el tiempo el precio o el lugar. V.g. mercar en Sanlucar cien fardos de ruanes, y venderlos aqui, dos a dos, y tres a tres, o a varas en la tienda. Traer también de Granada cincuenta piezas de seda, y cargarlas a Indias, en ninguno destos negocios se muda lo que se compró: antes que se venda, o se mejora, sino es el precio. Tratar en esto es propio del mercader.[5]

 El dinero permite a su vez transformar las idonei­dades subjetivas, los valores, en el tiempo. Posibilita la comparación intertemporal. El dinero se nos presenta así como instrumento importantísimo para el cálculo económico, para llevar a cabo nuestros proyectos. El dinero acelera los intercambios, los facilita por su rapidez de venta y sirve, además, como patrón de medida y como transmisor de  valor a lo largo del tiempo y siendo fácilmente transportable en el espacio y utilizado como  patrón de pagos diferidos, entre otros muchos usos económicos consecuencia de estos. Generalizado el uso del dinero, fueron cobrando relevancia otras dos funciones del dinero: la posibilidad de separación entre el momento de la venta y el cobro o entre la compra y el pago; y la del dinero como depósito de valor que hace posible y conveniente el ahorro de cara al futuro más o menos mediato.

Aristóteles empieza distinguiendo la riqueza real del dinero. El nombre de “economía” –afirma- se aplica sólo al arte de administrar los bienes reales. El dinero es un simple instrumento que sirve para adquirir las cosas necesarias para la economía civil y doméstica; y el arte de adquirir dinero es a una buena economía lo que la lanzadera al arte de tejer.[6]

El dinero lo empiezan a entender nuestros autores como instrumento motor del desarrollo:

Al oro y a la plata, una poca de tierra congelada, les dió la república tanto ser y valor que los hizo valor y precio de todas las cosas[7]

Se cita así otra función vital del dinero[8], olvidada muchas veces por aparentemente obvia pero que es sustancial: el dinero como unidad de cuenta, como patrón de medida del valor de cualquier cosa en cantidades monetarias. Es lo que permite el cálculo económico en cualquier nivel macro o micro y hace posible la unidad de la infinita diversidad planetaria de objetos materiales e inmateriales. Este patrón de medida monetario es cada vez más conveniente que sea universal para que todo ciudadano del mundo al viajar física o digitalmente a cualquier otro rincón recóndito pueda saber a qué atenerse, pueda saber lo que vale algo y hacer el cálculo subjetivo, personal, circunstancial e intransferible de si le interesa o no. Hayek era partidario de un patrón de medida monetario universal.  Así nos dirá:

Es muy difícil, cuando existe un dinero internacional homogéneo, que los movimientos de capital, y en particular aquellos que son a corto plazo, sean una fuente de inestabilidad o nos lleven a cambios en la actividad productiva que no estén justificados por cambios correspondientes en las condiciones reales.[9]

Además, hoy en día, en nuestra sociedad digital multiplicadamente interdependiente las funciones clásicas del dinero se ensanchan y engrandecen. La velocidad de circulación del dinero se incrementa con las nuevas tecnologías y así las transacciones se incrementan también a nivel mundial con la especialización y la riqueza de la variedad que hace que cada persona y cada empresa diariamente pueda reorganizar su patrimonio y su bienes tratando de hacerlos más rentables buscando la máxima relación a los fines subjetivos de cada instante orientados por el fin último que los orienta. Cada día se pueden llevar a efecto con más rapidez la conversión de la idea y del detalle de lo que quiero en algo materialmente accesible y posible.

 [1]   Tomás de Mercado, Op. Cit., [92], pp. 129-130

[2]    Tomás de Mercado, Ibid, [94], p. 130.

[3] Imo: del latín ‘imum-i’, la base, el fondo, la extremidad.

[4]   En realidad sí que se muda puesto que varía el tiempo y el lugar donde se encuentra y es útil.

[5]   Tomás de Mercado, Op. Cit., [95], p. 131.

[6]   Grice Hutchison,  El pensamiento económico en España (1117-1740), Barcelona, Editorial Crítica, 1982.  p. 109.

[7] Tomás de Mercado, Op. Cit.,  [141], p.158.

[8] Si el dinero se puede comprar y vender como cualquier otra mercancía, ¿de qué forma debe evaluarse su justo precio? Hemos visto que el adelanto mayor que se había producido en la teoría monetaria medieval consistía en el intento de resolver este problema: hemos seguido el proceso a través del cual el

concepto del valor-utilidad, que procedía de Aristóteles y que fue elaborado en los análisis sobre el precio justo, con el tiempo llegó a ser utilizado –aunque hasta entonces sólo lo hubiera sido a modo de tanteo- con el propósito de modificar la prohibición sobre la usura heredada de la ley mosaica y convertida por la Iglesia en la compleja doctrina sobre el préstamo con interés de la última parte de Edad Media. Nuestros doctores españoles continuaron y corroboraron esta tendencia a la armonización de la teoría del precio justo con la doctrina sobre la usura, y a colocar tanto los bienes como el dinero bajo la dirección de una sola teoría del valor. Marjorie Grice-Hutchinson, El pensamiento económico en España (1177-1740), Barcelona, Editorial Crítica, S.A. 1982, pp. 142-143

[9]          Friedrich. A.Hayek.  El Nacionalismo Monetario y la Estabilidad Internacional, Nueva Biblioteca de la Libertad, 15. (Unión Editorial, S.A., Madrid, 1996)  p. 81

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