Los economistas, como todos, estamos encarcelados en el tiempo presente cumpliendo nuestra cadena perpetua particular sin esperanza de indulto antes de la muerte. Estamos siempre, y todos han estado, prisioneros de esa dinámica temporal inquietante, pero que muchas veces rebosa también esperanzas pacíficas y chispazos de luz renovadora. Es peligroso atiborrarse del presente porque esa obsesión por la temporalidad inmediata no nos deja ver el modo de vivir y de pensar de quienes nos precedieron. Para ellos, lo importante y decisivo no era muy distinto de lo que es esencial también para nosotros. El rabioso presente puede sofocar las reflexiones de otras personas iguales a nosotros, pero que vivieron en circunstancias distintas y de las que tanto podríamos aprender. Como explica Emilio Lledó en La memoria del Logos: «Emparedados en el presente, urgidos y condicionados por el mundo que nos rodea, sólo podemos respirar por la historia, por la memoria colectiva. Y es a través de esa memoria como podemos escuchar la voz de los textos y descubrir que sus mensajes no son pura letra; porque nunca nadie escribió por escribir».
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