La riqueza de la variedad inmensa del Universo – Capítulo 3 – REDES Y PRODUCTIVIDAD EN LA NATURALEZA

REDES Y PRODUCTIVIDAD EN LA NATURALEZA

Capítulo 3

La riqueza de la variedad inmensa del Universo.

Si antes decíamos que todos los recursos en su variedad  se suelen clasificar en tres grandes grupos concatenados siempre -Tierra, Trabajo y Capital- ahora debemos fijarnos en la variedad y en las grandes diferencias que existen en los recursos que englobamos en cada uno de esos tres grandes grupos. Pero al encorsetarlos en los tres tipos de conjuntos escondemos su variedad.

Lo singular precede y funda, en la realidad, a lo universal. Respecto al mundo que se nos muestra ante nosotros, la realidad verdadera no hay que buscarla «fuera» de él, sino dentro de él, en las sustancias singulares como las piedras, las plantas, los hombres… que cada uno encuentra en la vida cotidiana.[1]  .

Y en esa vida cotidiana todo es plural y variado. Pluralidad[2] y variedad en la Tierra, en el Trabajo, y variedad plural en los instrumentos de Capital y en el Capital financiero.

Fijemos la atención primero en la Tierra otra vez. El sentido común nos enseña a descubrir que toda la inmensidad de ese factor productivo Tierra  que acabamos de esbozar en el apartado anterior está integrado por multitud de realidades variadísimas.

La teoría de la ley natural descansa sobre la intuición fundamental de que ser necesariamente significa ser algo, esto es, una cosa o sustancia particular y concreta. No existe el Ser abstracto. Por tanto, todo lo que hay, existe, o es, todo ente, es siempre algo particular, ya sea una piedra, un gato o un árbol. Es un dato empírico, además, que en el universo existe más de una sola clase de cosas; de hecho, hay miles, millones de clases de cosas, cada cual con su particular conjunto de propiedades o atributos propios, su propia naturaleza, aquella que la distingue de otras clases de cosas. Una piedra, un gato, un olmo cada uno tiene su naturaleza particular, una naturaleza que el hombre puede descubrir, estudiar, identificar.[3]

La Tierra no es monocolor sino abiertamente multicolor y multifacética. Están allí integradas realidades  que son en sí y no en otras, es decir entidades que los clásicos llamaban substanciales[4]. Al ser ciencia práctica y realista es muy importante la lógica[5] y la metafísica en Economía. Esas entidades substanciales[6] a las que nos referíamos  son lo esencial subsistente[7] y sustrato de los accidentes[8]. Su variedad es enorme. Y también en ese Universo calidoscópico están presentes a su vez las entidades accidentales[9] que son en otros y no en sí. Es decir que necesitan siempre un sustrato en el que asentarse.  Esas realidades que están indefectiblemente unidas a otras sustanciales se dividen en los diversos tipos de accidentes[10]. En toda esa inmensidad universal se observan substancias individuales o partes de ellas  y también agregados de substancias. Asentados en ellas coexisten una amplia gama de accidentes con intensidades cambiantes.

Consiste esencialmente en examinar primero de modo aislado cada uno de los aspectos de los sucesos complejos, pero no para dejarlos aislados o para hacer pasar por toda la realidad del fragmento que ha sido aislado por el pensamiento, sino para recomponer a continuación la totalidad completa a partir de cada una de las partes claramente comprendidas. Se trata, en cierto modo, de un «marchar separadamente y vencer conjuntamente».[11]

Todos y cada uno de los accidentes están integrados al unísono en cada una de las sustancias[12] siendo inseparables de ésta. Esa unidad integrada y matizada es única pero cambiante. Y que ello sea así implica que si nos fijamos sólo en uno de los accidentes, el tiempo por ejemplo, la misma sustancia que hoy es tal, mañana –ceteris paribus de los demás accidentes- será un algo distinto aunque sólo varíe el factor tiempo. Lo mismo ocurrirá si mantenemos constantes los demás accidentes y hacemos variar el espacio. No es lo mismo cualquier bien de producción o de consumo aquí o allí. De hecho son distintos –únicos- y por lo tanto serán valorados de forma diferente, incluso por la misma persona. Es por lo tanto un error metodológico grave –también y especialmente en Economía- tratar de pasar el rodillo de la uniformidad sobre esa inmensa y compleja variedad planetaria y universal.

Se suele hablar de nueve géneros de accidentes que determinan a la sustancia de un modo radicalmente original. Son los siguientes: cantidad[13] (que se manifiesta en su extensión, magnitud, volumen,…etc.), cualidad (que hacen ser a cada cosa de tal o cual modo como por ejemplo el color, la figura, determinada capacidad de actuar…etc.), relación (determina a un ser por referencia a otro: fraternidad, filiación, valor económico como referencia de algo a las preferencias de quien valora,…etc), ubi (es decir el dónde o la localización: ese estar algo o alguien aquí o allí), la posición o situs (modo de estar en ese lugar)[14], la posesión o habitus (tener o poseer algo contiguo o inmediato como por ejemplo estar vestido, llevar un anillo, usar una “pda” o un teléfono móvil… etc),  el cuándo (situación temporal), la acción (principio agente de un movimiento en otro sujeto), y la pasión (que surge en los cuerpos al ser sujetos pasivos de la actividad de otros).

Por ello, dos bienes nunca son iguales, la misma manzana no es igual a la misma manzana en otro momento y lugar. Toda realidad es individual, concreta[15] y singular.[16] Y en todo ello rige el principio de identidad, el de no contradicción  y el del tercio excluso.[17]

 Una característica de ese universo real –clave en este trabajo- es la analogía. Y ello en tanto en cuanto que las notas que caracterizan a la substancia y a los accidentes  se dan efectivamente en diversas realidades pero con graduaciones, intensidades y matizaciones diversas. Podemos significar en este contexto que el acto de valorar algo –material o inmaterial- dos o varias personas es una  forma de  analogía y de unir lo distinto a través del intercambio y de la analogía de la valoración. Y así después de realizado el intercambio aquella variedad distinta en cada uno pero analógica es una diferencia enriquecida y por lo tanto creadora de valor. De valor futuro porque el pasado ya no es y todo valor está orientado siempre al futuro desde el presente real.

 Todo ello hace que la originalidad y la singularidad[18] sea una nota clave y fundamental en la naturaleza y –por lo tanto- no se debe obviar ni ocultar en nuestras aproximaciones científicas a la hora de explicar los fenómenos y los procesos económicos. En todas las decisiones e interpretaciones económicas está presente ese misterio  del rostro original y de la sorprendente coexistencia en esa gran variedad de perfiles diferentes.

[1] Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 297.
[2] El Filósofo va derecho a la solución. Si de hecho lo real está plurificado; y la esencia por su parte, como ha demostrado Platón, no es plurificable sino que permanece única e indivisible, la plurificación, en que se actualiza la realidad, no es debida a la esencia y a la forma como tales, sino a un principio distinto de ellas y que a la vez puede permanecer con respeto a ellas en aquella relación que permite tal plurificación. Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 298.
[3] Rothbard, Murray N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 32.
[4] Es verdad que el objeto propio y adecuado de nuestro entendimiento son las esencias de las cosas materiales: éste es un punto básico en la gnoseología tomista. Sin embargo se mantiene el hecho de que sabemos bien poco respecto a la profunda constitución de estas esencias; todo se reduce al conocimiento más o menos aproximativo de algunas propiedades, halladas en la experiencia sensible. Entonces el conocimiento de las cosas es adecuado cuando el entendimiento logra alcanzar, en el complejo de sus propiedades, aquel aspecto o contenido profundo a partir del cual se comprenden como derivadas y al que se subordina todas las propiedades y las manifestaciones reales del ser.  Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) pp. 356-357.
comenzó con los griegos, como de costumbre. Los antiguos griegos fueron el pueblo de los primeros filósofos (philo sophia: amor a la sabiduría), de la primera gente civilizada que empleó su razón para pensar de modo sistemático y con rigor sobre el mundo que le rodeaba y para preguntarse cómo obtener y verificar ese conocimiento. Otras tribus y pueblos habían tendido a atribuir los fenómenos naturales al caprichoso arbitrio de los dioses. Una tormenta violenta, por ejemplo, se atribuía fácilmente a algo que hubiera podido enojar al dios del trueno. La forma de provocar la lluvia, o de apaciguar la violencia de los temporales, pasaba, por tanto, por descubrir qué actos humanos agradaban al dios de la lluvia o apaciguaban al dios del trueno. A tales gentes se les hubiera antojado estúpido intentar descubrir las causas naturales de la lluvia o el trueno. Lo pertinente, en su lugar, era descubrir la voluntad de los dioses correspondientes, qué pudieran querer y cómo satisfacer sus deseos.
Los griegos, por contraste, ansiosos por usar su razón —las observaciones procedentes de sus sentidos y su dominio de la lógica— para indagar el mundo y aprender sobre él, gradualmente dejaron de preocuparse por los caprichos de los dioses para ocuparse en investigar las realidades que encontraban a su alrededor. Bajo la dirección, es especial , del gran filósofo ateniense Aristóteles (384-322 a.C.), magnífico y creativo sistematizador que en épocas posteriores sería conocido como El Filósofo, los griegos elaboraron una teoría —un modo de razonar y un método de hacer ciencia— que más tarde llegaría a denominarse la ley naturalRothbard, Murria N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 31.
[6] La generación consiste en producir otra sustancia de la misma naturaleza que el que la engendra. La sustancia, como sujeto, subyace al cambio. O sea, un trozo de turmalina, un clavel, un delfín, un hombre «tienen» cada uno su propia naturaleza, su modo de ser propio mientras permanezcan así, y «tienen» también su modo propio de actuar.  Rodríguez Casado, Vicente,  Orígenes del capitalismo y del socialismo contemporáneo. Madrid: Espasa-Calpe, 1981; pp. 41-42.
[7] El intento más logrado de armonizar lo universal y lo individual, sin el apoyo de la revelación divina, lo consiguió, sin duda, Aristóteles. Para él, los universales están  en el orden lógico, no en el del ser o en el ontológico, ya que se forman por abstracción. Por el contrario, el individuo se afirma en la realidad ontológica. Pero esta distinción sólo significa que el universal se entrelaza de tal modo con lo concreto, que lo particular existe individualizando una esencia abstracta.
En otras palabras, la naturaleza consiste en lo universal insito en lo concreto. Es aquella realidad íntima que hace que las cosas sean lo que son; lo inmutable que actúa como principio intrínseco del movimiento y de las operaciones del ser. La naturaleza es la sustancia, o más bien la esencia de la sustancia, ya que los accidentes carecen propiamente de esencia. Rodríguez Casado, Vicente,  Orígenes del capitalismo y del socialismo contemporáneo. Madrid: Espasa-Calpe, 1981; pp. 41-42.
[8] La esencia no consta únicamente de forma, sino también de materia por la que la esencia puede decirse inmanente a lo real; y la esencia inteligible, inmanente a lo real, no puede siquiera concebirse como constituida por la simple naturaleza «común» de las cosas, o sea, como un universal, sino como conteniendo en sí, a la manera de determinaciones positivas, lo que la realidad presenta de particular e individuado. Se sigue que no sólo la forma no puede concebirse como real sin la materia, sino que ni siquiera la esencia tiene realidad alguna más que desde y por las actualizaciones accidentales que puede recibir en la realidad. Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 303.
[9] En conclusión: la esencia real no es toda, sino sólo parte de la realidad que corresponde al ente real subsistente por naturaleza. La dualidad de materia y forma en el orden esencial, tiene por correspondencia, en el orden real, la dualidad de sustancia y accidentes. En tanto constituyen materia y forma la sustancia de o concreto en cuanto también ellas son singulares e individuales. Los accidentes reales, por otra parte, son los indicios —no decimos los constitutivos— más manifiestos de aquella singularidad más profunda; pero no serían tales si no tuviesen una proporción real con los principios sustanciales.  Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 303.
[10] En cuanto los accidentes son aspectos del individuo y éste sólo es el ente real, también  los accidentes deben ser reconducidos al ser; lo son en cuanto son concebidos en una relación de inherencia a la sustancia. De hecho, Aristóteles, en la forma más madura de su pensamiento, atribuye expresamente a los accidentes una esencia propia, distinta de la de la sustancia, pero no separada o independiente de ella. Lo que se concibe como constitutivo de la realidad accidental es por lo tanto una esencialidad inteligible, que tiene como principio interno de la propia inteligibilidad una ulterior esencialidad inteligible por sí misma: en el orden del ser real la sustancia es la realidad primaria autosuficiente; el accidente, la secundaria y dependiente.  Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 02.
[11] Von Böhm-Bawerk, Eugen. Ensayos de Teoría Económica, Volumen I, La Teoría Económica. Unión Editorial – Madrid, 1999, pág. 150.
[12] Puesto que, como se ha visto, el itinerario  de nuestro pensamiento sigue un orden inverso al que tienen los seres de la naturaleza y conocemos los seres sensibles antes que los inmateriales que son subsistentes per se y causa de los sensibles y, más aún, éstos no nos serían conocidos si antes no tuviésemos conocimiento de aquéllos; así, primero conocemos los accidentes de la sustancia y de ésta no podemos tener ni formarnos idea alguna independientemente de aquéllos.  Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 302.
[13] Ese accidente cantidad es uno de los prioritarios y en él se basa la visión cuantitativa de la Economía. Pero como los accidentes siempre son inherentes a las substanciases un error considerar todo lo relativo a la cantidad como en abstracto como flotando de forma subsistente y como si se les diera entidad propia consecuencia del materialismo y positivismo.
[14] Es el modo de estar en el lugar: sentado, de pie, de rodillas, tumbado. Se distingue del ubi porque hace referencia a la disposición interna de las partes del cuerpo localizado; se puede estar en un mismo lugar en distintas posiciones. Tomás Alvira,… pp. 67-68
[15] «Nuestros bienes materiales y su utilidad, nuestros capitales-cosas y su acción productiva forman realmente parte de la esfera material, aun cuando no se hallen reducidos a ella; idealizarlos no es ayudar a comprenderlos, sino, por el contrario, falsearlos». BÓHM-BAWERK, op. cit., p. 510.
[16] Los Naturalistas y Demócrito reducían sin residuos la realidad a la materia (átomos) y a sus determinaciones exteriores (movimiento, número, figura, posición…); Platón se había quedado totalmente en la forma, cerrándose en un concepto de lo real no menos arbitrario y unilateral. La posición aristotélica, en cuanto que se opone a ambas, considera precisamente a la materia como fundamento real de la forma y la forma como inmanente a la materia; sostiene además, y en consecuencia, que la esencia resulta de la síntesis unitaria de materia y forma y es a esta síntesis a la que se refieren los elementos de la definición. Entonces pueden denominarse «sustancias» tanto la materia como la forma, así como el sínolo de ambas, y también lo universal expresado por la definición. Sin embargo no del mismo modo y con el mismo derecho, porque lo universal, como tal , sólo es real en cuanto se considera realizado, o sea, existente en lo singular, y tanto la materia como la forma no existen más que en el sínolo, siendo inconcebible para cada una un cierto grado de realidad fuera del mutuo darse de la una a la otra en la constitución de lo concreto que es lo único que existe verdaderamente.  Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978) p. 299.
 [17] Para los filósofos aristotélicos, la lógica no era una disciplina espada y aislada, sino parte integral de la ley natural. El proceso básico de identificar entidades condujo, en la lógica clásica o aristotélica, a la ley o principio de identidad: algo es lo que es, una cosa no puede ser a la vez algo distinto de lo que es: a es a.
Se sigue de esto que una entidad no puede ser la negación de sí misma. Dicho de otro modo, es lo que se enuncia en la ley o principio de no-contradicción: algo no puede ser ala vez y bajo el mismo aspecto a y no-a, a no es ni puede ser no-a.
Por último, en un mundo con numerosas clases de entidades como el nuestro, cualquier cosa ha de ser a o no-a; esto es, nada puede ser y no ser a la vez la misma cosa, ambas simultáneamente. Es lo que enuncia el conocido tercer principio de la lógica clásica, el principio de tercio excluso: todo lo que existe en el universo es a, y no es a, entonces es no-a, pero no cable un estatuto intermedio entre a y no-a.Rothbard, Murria N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), pp. 32-33.
[18] No habiendo llegado a concebir la posibilidad de que un principio diferente de la forma pudiese tener una función ontológica complementaria con ella, cual principio constitutivo de la singularidad y multiplicidad. El Platonismo no logró darse cuenta del valor que debía asumir, para el conocimiento de la esencia misma, la referencia al ser concreto actual; y la esencia platónica, porque sólo era forma, permaneció cerrada y extraña al ser: Aristóteles, bastante antes que Varisco, había observado que lo universal, como universal, puesto en el plano de la realidad, es un absurdo.
El absurdo desaparece cuando, aprehendido el carácter de realidad inmediata que compete a lo singular y el significado positivo que asume la singularidad respecto a la universalidad, se sostiene que el principio, que hace a la forma singular, no puede ser extraño a la constitución de la sustancia, sino que se dice no menos intrínseco a ella que la misma forma. Dado que la especie de los seres naturales no existe realmente más que en los individuos, la referencia al principio de plurificación no es menos necesaria que la referencia a aquel principio formal de unificación para la comprensión de la estructura de lo real. Fabro Cornelio, Percepción y pensamiento, (Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., 1978)  pp. 298-299.

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