Economía y ecología humana – Apartado 6 – Capítulo IV – Crisis económicas y financieras. Causas profundas y soluciones.

Economía y ecología humana

                Puesto que la meta del crecimiento cuantitativo indiscriminado e ilimitado queda cuestionada por la capacidad del medio ambiente natural, altamente interrelacionado, para absorber el alto grado de interferencia que implica la superproducción material con la tecnología actual, quisiera hacer hincapié, por último, en el marco general de reconsideración de los fines del crecimiento y del estilo y talante del uso y aprovechamiento de los recursos naturales,  no tanto en la  necesidad y conveniencia de la mejora del medio ambiente  natural  (que con tanta razón se estudia y profundiza), como en la  necesidad de mejora del medio ambiente humano. De hecho los estudios sobre el medio ambiente no tienen otra finalidad que lograr  un entorno humano armónico.

          El grado de bienestar, o mejor, de desarrollo humano, no depende exclusivamente de la cantidad y calidad de los bienes y servicios privados que podamos adquirir, ni tampoco de la cantidad y calidad de los bienes públicos que podamos usar y disfrutar, sino también, con una importancia creciente, de las condiciones laborales de los ciudadanos, de la cantidad y calidad del medio ambiente natural a su disposición, del nivel de confianza o de seguridad que se tenga en que el bienestar alcanzado no se va a ver amenazado en el futuro…etc. Entre estas variables no incluidas en los índices habituales y que son imposibles de medir cuantitativamente por ningún «bienestarómetro«, pero de indudable incidencia, quisiera destacar la extensión y calidad del medio ambiente social, del medio ambiente humano que los individuos crean en sus inter-rrelaciones personales. El «bienestar» de un individuo, de una familia o de una comunidad, depende no solamente de lo reflejado en el PIB sino especialmente del volumen y calidad de los llamados bienes relacionales y que podríamos resumir su definición  en el talante habitual que se respira en las relaciones humanas interpersonales tanto en el trabajo como en el hogar, como en todo el entorno social.

          Con todas las matizaciones que la doctrina presenta, podríamos admitir que un crecimiento del PIB real probablemente se traducirá, como hemos dicho, en una mayor abundancia de bienes y servicios públicos y privados, pero lo que no está nada claro es cómo afectará ese crecimiento a la mejora de los bienes relacionales. El reconocimiento, aunque sólo sea intuitivo, de su posible deterioro permite incorporarlo como un nuevo coste social del crecimiento meramente estadístico. Además, debido a la fuerte influencia de la ortodoxia empírica, la dificultad en la valoración y cuantificación de tal degradación lleva a la minusvaloración de su importancia real y a la adopción de una cierta actitud pasiva ante su aparente inevitabilidad.

          Para reconducir los problemas ecológicos hacia situaciones más convenientes, la cada vez más fecunda ciencia y técnica modernas ofrece multitud de soluciones y alternativas factibles de poner en práctica. Pero todo ese bagaje de resoluciones se enfrenta a un muro, difícilmente franqueable, creado por la inercia de las costumbres humanas que, deslumbradas por el espejismo del «homo economicus», disfrutador a cada vez más corto plazo, continuamente se autoalimenta y regenera en su carrera cuasi-mecánica hacia un consumo material cada vez más efímero, variable e instantáneo. La economía de mercado por sí misma es neutral respecto a los fines. Las orientaciones son marcadas por los actores con libertad personal. Tal sistema multisecular de libre intercambio orienta automáticamente los recursos productivos hacia el incremento de los flujos de bienes y servicios de mayor demanda. En el propio mecanismo de mercado no hay sin embargo un sistema impersonal y automático que provoque la disminución de los flujos indeseables. Son las personas que toman las decisiones en ese entramado las que deben matizar por el sentido común tales flujos y su reordenación.

          La solución de los problemas medioambientales no es únicamente un problema técnico sino fundamentalmente un problema de mejora de conductas humanas, y la dificultad estriba en que las costumbres no cambian fácilmente ya que se requiere un alto grado de reflexión sobre los fines últimos y de autodominio personal, familiar y social. Rectificar el rumbo mecánico de las pautas de conducta masificadas resulta ser  más complicado y necesario que aportar vías de mejora tecnológicamente eficientes. Es utópico pensar en un éxito duradero en el ámbito ecológico sin una profunda transformación de nuestras costumbres e ideas.

          Nuestra civilización empresarial, mitificando la acumulación material y monetaria, dando prioridad a la forma sobre el fondo, al presente sobre el futuro, al corto sobre el largo plazo, primando lo efímero sobre lo perenne y el continente sobre el contenido, no sólo perjudica el ecosistema físico-natural sino que está destruyendo las relaciones sociales desinteresadas y está viciando los contactos humanos impregnándolos de un sentido utilitario que los  vacía de su sentido contemplativo. Esa visión e intención contemplativa arrinconada sería aquella que valora simplemente la amistad por la amistad, la conversación por la conversación en sí o el saber por el saber como gustaban de practicar los clásicos. Para  ellos saber no era poder sino que saber era simplemente saber y el saber en sí mismo era bueno. Tal degradación paulatina de las relaciones humanas y por lo tanto de ese «medio ambiente humano» hay que anotarlo como significativo coste social de las conductas activistas que son generadas por pautas de comportamiento unilateralmente economicistas.

          Para el análisis de estas interdependencias no es válida, o al menos resulta insuficiente, la extendida economía neoclásica. Estos modelos cada vez más sofisticados tratan al sistema económico como si fuese cerrado y autorregulado, ignorando los costes sociales medioambientales y humanos, cuando es cada vez más patente que la organización económica no se puede aislar ni independizar  de la naturaleza y de  la sociedad. Consideran además que el beneficio es una finalidad en sí misma y no un medio para vivir mejor y postulan que la finalidad de toda empresa es maximizar sus ganancias en lugar de sobrevivir, crecer o servir.

          Si el análisis neoclásico resulta al menos insuficiente ni que decir tiene que la vía llamada socialista es totalmente insatisfactoria en cuanto genera ineficiencias permanentes, asfixia de la iniciativa individual y de la creatividad, y conlleva planeación rígida que implica ausencia de libertad relacional política, personal y cultural. En estos modelos socializantes la homogeneidad y el control tratan de que perduren los viejos conceptos del maquinismo y taylorismo que consideran la vida de las personas como máquinas más o menos regulables de forma determinista y predeterminada por unos pocos elegidos utópicos de la racionalidad cartesiana y hegeliana duramente criticada por Hayek.

          Las nuevas vías de solución, difícilmente sistematizables, se encuentran desbrozando un tercer camino en el ámbito del desarrollo integral y sostenido. La interdependencia real entre las diversas ciencias hace que la consideración unilateral y autosuficiente de una de ellas sea una fuente de errores sistemáticos a la hora de solucionar problemas prácticos. La economía no puede encerrarse en su castillo de exclusivismo sino que necesita integrarse con otras ciencias humanas. En concreto las soluciones integrales que demanda la Ecología requieren una Socioeconomía Política global que tenga también en consideración las aportaciones del Derecho, la Psicología, la Historia y también la Etica y la Filosofía. La necesidad de interdependencia entre las distintas ciencias corre pareja con la interdependencia de los ecosistemas. Toda intervención en un área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas y, en general, en el bienestar de las generaciones futuras.

          Aunque puedan presentarse como distintos a la hora del análisis, ambos fenómenos son mutuamente interdependientes creando sinergias convergentes: La mejora y reordenación del medio ambiente natural potencia la mejora y reordenación del medio ambiente humano. Pero también, quizás con mayor eficacia, el desarrollo de este último genera la mejora a más corto plazo del primero. De la misma forma que las distintas ciencias concuerdan en la visión de un auténtico «cosmos», de un verdadero universo armónico dotado de integridad propia, podemos también hablar de un microuniverso y un microcosmos humanos integrado armónicamente, entre sí y con aquél, buscando su equilibrio interno y dinámico.

          Por todo ello, junto al estudio de la compatibilidad externa de la economía humana con los ecosistemas conviene abrir una vía de investigación sobre la compatibilidad interna del ecosistema humano gravemente deteriorado. En último término, ese grave deterioro, es, muy posiblemente, la causa fundamental de la distorsión y destrucción del medio ambiente natural.

CRISIS ECONÓMICAS Y FINANCIERAS.  CAUSAS PROFUNDAS Y SOLUCIONES

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 

Capítulo IV

SOBRE LA POBLACIÓN, LA ECOLOGÍA  Y LOS RECURSOS

4.1.- Población y ecología humana

4.2.-  El mito de la superpoblación         

4.3.- Envejecimiento empobrecedor

4.4.-  Población y economía crecientes

4.5.-  Población, economía, aborto y anticonceptivos

4.6.- Economía y ecología humana

CRISIS ECONÓMICAS Y FINANCIERAS.  CAUSAS PROFUNDAS Y SOLUCIONES

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