Lealtad, confianza, prioridad del cliente y profesionalidad – Apartado 5 – Capítulo III – Ética en la libertad de los mercados

Crisis económicas y financieras. Causas profundas y soluciones.

Capítulo III 

Ética en la libertad de los mercados

Apartado 5 

Lealtad, confianza, prioridad del cliente y profesionalidad

          En los negocios financieros, que buscan siempre un beneficio y que son fruto de esa autonomía personal que se mueve en el marco de la ley y los principios éticos, tiene especial importancia la lealtad. El Diccionario de uso del español de María Moliner explica que leal se aplica a la persona incapaz de cometer falsedades, de engañar o de traicionar, así como a sus palabras o actos. Ese aspecto de la conducta, que inclina a cumplir con sinceridad y exactitud las promesas hechas, introduce un factor inestimable de seguridad y estabilidad en las decisiones, siempre originales, que se toman de cara al futuro en los negocios financieros. La adhesión firme a ese bien objetivo pactado, a pesar de la prueba del tiempo y de los obstáculos interiores o exteriores que inclinan a cambiar de propósito, elimina importantes costes subjetivos de transacción y amplía la libertad para centrar la atención del pensamiento en otros trabajos creadores a su vez de valor económico.

          Además de la lealtad a lo pactado en los contratos «exteriores«, tiene especial relevancia la relación de franqueza y lealtad «interna» entre el personal directivo y subordinado con respecto a su empresa, y la de ésta con respecto a aquéllos. La institución en la que se prestan los servicios de trabajo tiene unos objetivos comunes que cumplir con respecto a los accionistas, personal, clientes… etc. y con respecto a la sociedad en general. La deslealtad en el personal, especialmente en los altos cargos, es un atentado a ese bien común de la entidad y, consecuentemente, a todos los demás  implicados en ese proyecto con responsabilidad económica y social. Si el ecosistema humano de quienes trabajan en común en una entidad financiera se degrada, se incumple el fin básico que los une y de hecho acaban perdiendo todos.

                     Si la lealtad de los empleados a la empresa es exigible, mayor responsabilidad ética existe en la relación de la empresa con su personal. Puede ser especialmente grave la falta de lealtad que se puede dar en una colocación de títulos por una entidad a sus empleados,  accionistas y clientes conociendo la empresa de forma privilegiada la inadecuación de su valor con la realidad, apoyándose en esa confianza por parte de los más próximos y para solventar otras carencias y equivocaciones en la gestión anterior. La justicia y lealtad es especialmente exigible también a los consejeros financieros y a los intermediarios que actúan entre los emisores de títulos y los posibles suscriptores y que garantizan en muchas ocasiones esas suscripciones.

         La libertad humana tiene que  actualizarse  con la lealtad para que resulte creadora y no destructora en tanto en cuanto se impone el deber de cumplir las obligaciones que, también libremente, asumió. Sin  lealtad no hay posibilidad de establecer un cierto orden en las transacciones, las relaciones humanas implícitas en toda operación perderían todo asidero y el ámbito financiero se  iría disgregando en un clima de mutua desconfianza. La deslealtad genera costes sociales crecientes. El proceso de suma positiva en que consiste todo contrato voluntario se desvirtúa y se convierte en uno de suma negativa. Sin un cierto grado de lealtad que inspira confianza se hacen imposibles los negocios y todos se cierran en el conservadurismo por miedo al riesgo de ser engañados.

          Confianza

          En la vida cotidiana y real la ética está también íntima e inseparablemente unida a la economía y al mundo financiero. Cada uno de los seres humanos integrantes de ese «vulgo» muchas veces ninguneado tiene un sexto sentido común capaz de percibir, con más o menos precisión, pero con un olfato inequívoco, lo justo de lo injusto, lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso. Todos tenemos una cierta semilla de sentido ético general. Una determinada actuación podrá decirse que es neutral o incluso plenamente legal atendiendo a la mera norma positiva, pero si, independientemente del dictado de la mayoría o del dictamen jurídico experto, aquella actuación es injusta, falsa o inmoral, el «vulgo» lo percibirá como tal, y, como reacción, empezará a dudar de la bondad de la mayoría,  del acierto del experto consejo,  del dictamen sofisticado o, lo que es más grave, de la justicia de la justicia, de la corrección de otras actuaciones que desconoce y de la honorabilidad de tal o cual persona  o institución. Se deteriora o imposibilita la confianza necesaria para que se desarrollen con efectividad los negocios.

        Hay que tener siempre en cuenta que la desconfianza generalizada produce efectos perniciosos en el ámbito económico y financiero. Aunque algunas actuaciones son en parte prohibidas y perseguidas por la ley no hay que olvidar la importancia de la ética económica y financiera que es generalmente captada por la mayoría y que se dirige al orden del deber y del querer; se orienta  al actuar libre y consciente del ser humano, aconsejando no acometer actos que se sitúan en la zona intermedia entre lo aún permitido y lo ya prohibido por la ley. El sistema financiero en general y los mercados financieros en particular corren peligro si se extiende un sentimiento de desconfianza fruto de la corrupción. En este campo se juegan su supervivencia, estabilidad y crecimiento innovador de cara al futuro. De la misma forma que los altos tipos de interés dan lugar a un «efecto expulsión de la inversión”, las actuaciones moralmente reprobables producen un «efecto expulsión» de los negocios en los mercados financieros. Si a la corrupción financiera unimos las altas presiones fiscal, fiscal psicológica y presión burocrática y estadística, el proceso de huida de la economía formal para refugiarse en la informal y en el motivo precaución pueden acelerarse. También puede estimularse el autoexilio de capitales buscando ecosistemas financieros y fiscales más solventes y saludables. El mal comportamiento ético genera desconfianza y, si se convierte en norma, aparece como un elemento de disfunción de todo el sistema. Los hábitos operativos negativos generan una espiral negativa de ineficacia, desorden y caos.

          Lo que acabamos de explicar a nivel general se cumple también en los casos de agencias, empresas, fondos de inversión,  sociedades creadas para gestionar patrimonios, compañías de seguros o entidades particulares cuando sus actuaciones, independientemente de su legitimidad legal, crean sospechas morales en inversores o ahorradores. La desconfianza generada puede ser difícilmente recuperada y la competencia aprovechará esa ventaja ética que se le brinda. Conviene recordar que la confianza se consigue también con la perseverancia en la repetición de actos éticamente correctos. Incluso calculando las actuaciones por los resultados pragmáticos, se puede intuir que los negocios éticamente reprobables, a fin de cuentas, son también «malos negocios» en sentido económico.  Se suele plantear el dilema teórico de qué hacer si la exigencia de una buena conducta ética puede dar lugar a un perjuicio económico importante (incluso a una suspensión de pagos o quiebra), pero no se plantea el dilema contrario que puede ser más real: que una conducta inmoral, especialmente si es repetitiva y se difunde en nuestra empresa o en nuestro ámbito, compromete de forma más radical la supervivencia y viabilidad de la entidad y de los negocios futuros. No sería difícil citar empíricamente algunos de estos casos en que las conductas inmorales han llevado a la ruina económica.

          Servicio y prioridad al cliente

          La confianza de los clientes se consigue poco a poco con el ejercicio de la lealtad operación tras operación. En cada operación concreta los clientes objetivan un determinado conjunto de situaciones y aspiraciones, pero el lazo de unión de operaciones muy variadas a lo largo del tiempo se encuentra en la persona del cliente que las realiza. La sintonía entre las personas deriva de su cualidad humana y de su sentido ético que se va desplegando en las distintas decisiones. Como la valoración de cada activo financiero es un proceso subjetivo, no se puede desconectar del «clímax» que se percibe en las relaciones personales entre las partes contratantes. En las entidades creadas con vocación de permanencia la mano invisible del mercado se cumple en sentido inverso al tópico generalmente extendido: no es que a través de la búsqueda del interés egoísta propio se consiga el interés ajeno sino que más bien se cumple que la capacidad de servicio continuado al cliente potencial consigue el incremento del propio beneficio. Por esa subjetividad, especialmente relevante en el mundo financiero, se precisa un respeto escrupuloso a las visiones y decisiones de los clientes que, a fin de cuentas, será lo que les haga incrementar su lealtad y confianza futuras.

          Un principio ético importante derivado de estos requisitos de lealtad, confianza y servicio es la no discriminación entre clientes evitando los privilegios de uno u otro tipo. La Ley del Mercado de Valores y  el Código general de Conducta de Valores Mobiliarios incluye varios artículos con referencia expresa a estos principios éticos necesarios para el bien hacer en las tareas de mediación. Así por ejemplo las personas que reciben o ejecutan órdenes o asesoran sobre inversiones en valores no pueden provocar, en beneficio propio o ajeno, una evolución artificial de las cotizaciones ni atribuirse a sí mismo uno o varios valores cuando tengan clientes que los hayan solicitado en idénticas o mejores condiciones, no pudiendo tampoco anteponer la venta de valores propios a los de sus clientes, cuando éstos hayan ordenado vender la misma clase de valores en idénticas o mejores condiciones.

         Se exige así mismo que los Reglamentos Internos de Conducta de las diferentes entidades hagan referencia obligatoria a que los miembros de los órganos de administración han de realizar sus operaciones por cuenta propia con la medición de la entidad para la que trabajan o prestan sus servicios, y obliga también a la enumeración de empleados y representantes a los que se extiende esta obligación. Hay así mismo obligación para los administradores, empleados y representantes de no utilizar la información obtenida por la entidad en su propio beneficio, directamente o porque se facilite a clientes seleccionados o a otros terceros sin consentimiento de la sociedad y se tipifica como infracción grave el hecho de privilegiar de alguna forma a algún cliente o grupo de clientes cuando exista conflicto de intereses entre ellos. También se subraya en la Ley del Mercado de valores que toda persona que recibe o ejecute órdenes de un cliente, o le asesore, debe dar absoluta prioridad al interés de su cliente. Gran parte de las infracciones citadas se califican de graves o muy graves en la Ley con lo que pueden ser sancionadas con multas importantes e incluso con la suspensión en el ejercicio de todo cargo directivo en la entidad por un determinado plazo. Las sanciones se hacen extensibles en cuantías importantes a la entidad infractora. El incumplimiento de las normas de conducta del mercado de valores no es sólo una infracción de principios éticos, sino que acarrea consecuencias jurídicas y sanciones nada desdeñables.

                   Profesionalidad

           Si la voluntariedad de los actos humanos, necesaria para juzgar su moralidad, se destruye por la violencia y coacción suficiente, todos los tratados sobre Ética explican también que la ignorancia destruye así mismo esa voluntariedad. Se suele distinguir la ignorancia invencible, que es la carencia de un conocimiento para el que se es capaz, pero que no puede ser eliminada ni aun poniendo la debida diligencia, de la ignorancia vencible que sí que puede eliminarse actuando diligentemente. La ignorancia vencible determina una voluntariedad indirecta, que puede ser culpable o no culpable, según que efectivamente se esté o no se esté obligado a superarla. El profesional carente de los conocimientos que le son precisos tiene una ignorancia vencible precisamente culpable. Para alcanzar el sentido ético se precisa un suficiente conocimiento de causa en el ejercicio de la libertad. Las actuaciones humanas en el ámbito de las decisiones concretas de ahorro e inversión están concatenadas de tal forma que se elige una alternativa para poder alcanzar una meta que a su vez permite conseguir otro objetivo estratégico más ambicioso. Las acciones intermedias producen efectos secundarios que conviene valorar pero para juzgar su bondad se precisa valorar la bondad de los fines últimos que en cada caso se ambicionan.

         Si bien los análisis generalmente estudiados van en la línea de una influencia de la Ética sobre los mercados financieros y se trata de explicar la experiencia de la normativa ética como instrumento de ordenación necesario, cabe también indicar la notable influencia que, para el mejor desarrollo y progreso de una ética auténtica, tiene el buen funcionamiento de los principios económicos que tratan de conseguir la máxima eficacia, que tratan en definitiva de conseguir, antes y mejor lo máximo con lo mínimo, la consecución de lo máximo con la destrucción o la utilización de lo mínimo. El conocimiento del funcionamiento de los principios económicos y financieros es importante y provechoso también para el estudio de la Ética. La ignorancia técnica en este campo financiero como en otros es causa de conductas y actuaciones  erróneas. No basta, para conseguir una actuación moralmente buena, la buena intención del operante. Hace falta profesionalidad. No será quizás malo  en sí el acto pero sí mal su falta de competencia, de formación, de profesionalidad.

        Un argumento a favor de la necesidad de profesionalidad en ambas ciencias y de la interdependencia entre Ética y Economía es la gran importancia que en la vida actual tienen los «efectos económicos externos». Las operaciones y procesos financieros suelen llevar consigo un incremento de economías y de deseconomías externas. En los casos en que se producen economías externas  se habla de que existe utilidad social, para indicar que los efectos económicos positivos trascienden de la esfera privada del sujeto económico actuante, para repercutir sobre otros miembros del sistema. De manera semejante suele hablarse de un coste social para aludir a los casos de deseconomías externas que repercuten negativamente sobre sujetos económicos diferentes de aquel que los causa. Para el correcto diagnóstico, desde el punto de vista ético, de gran parte de las decisiones relevantes es imprescindible conocer esos efectos secundarios o efectos externos que producen determinadas actuaciones en el ámbito financiero.

          Junto a cierto desconocimiento del mundo económico  y financiero se  produce un déficit importante en los conocimientos éticos. El mito ya criticado de la neutralidad de la ciencia económica, junto con una interpretación interesada que idolatra el principio de eficiencia en los mercados ha llevado, especialmente en los ambientes económicos y financieros, a un desprecio por el conocimiento de las ciencias humanas en general y de la Ética en particular. A la ignorancia en aspectos importantes económicos y a la complejidad y abstracción de los fenómenos financieros hay que añadir esta ignorancia bastante extendida en el campo de la Moral y de la Ética. Todo ello trae como consecuencia importante la necesidad imperiosa de la prudencia a la hora de establecer cualquier tipo de juicio sobre la bondad o maldad intrínseca personal de determinadas actuaciones. Por ello he querido obviar toda consideración casuística y problematizada de casos concretos. En cualquier caso creo que queda claro que la tarea formativa e informativa en estos aspectos se hace cada vez más perentoria y decisiva. Así lo entendía también José Angel Sanchez Asiaín  en su discurso leído en el acto de su recepción pública en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando: creo que este nuevo planteamiento debería implicar una concepción renovada de la educación, cuya influencia es fundamental en cualquier actividad humana que incorpore una tradición cultural evolutiva. No me estoy refiriendo sólo, claro está, a la educación institucional o académica. Me refiero, especialmente, a la empresa misma como educadora de sus propios miembros, lo que implica parámetros de valoración, de corrección de errores, y de refuerzo de aciertos.

        Considero además que en la formación de empresarios y altos directivos de las finanzas se cae en la hiperinflación de información técnica con sobredosis de estadísticas, casos ya finiquitados, contabilidad pasada sin proyectarla a la incertidumbre del futuro, confianza excesiva en la informática y las simulaciones de laboratorio…etc. Esas actitudes producen un cierto embotamiento en la especialización rutinaria. Para ser un buen financiero se necesita mayor formación en ciencias humanas. En el proceso de interdependencia mundial y liberalización en el que estamos inmersos se precisa conocer historia, lengua y cultura para poder actuar con competencia  en los mercados internacionales. Se precisa conocer el ecosistema humano de cada una de las regiones sobre las que directamente se actúa. En esta línea cabe indicar que las últimas recomendaciones en el campo de la gerencia sugieren la importancia de la reflexión para el ejecutivo que es dominado por lo urgente sin preocuparse nunca de lo importante.[1]

           Prácticamente todos los códigos de conducta tienen una mención  especial para este aspecto tan importante de la profesionalidad. En este sentido conviene huir de la identificación, extendida muchas veces, entre ética y benevolencia,  ética y altruismo o ética y sentimiento melifluo y bondadoso. Muchas veces se puede incurrir en fallos éticos en los mercados financieros no tanto por la actuación concreta en una u otra dirección como por la ignorancia culpable tanto de aspectos técnico-económicos y financieros como de principios éticos  que, razonablemente, se debieran conocer.

             Resumiendo: que un principio ético clave nos dice que no basta tener la intención y el entusiasmo de hacer el bien. Hay que saber hacerlo y ser competentes. Para competir hay que ser competentes  también en la conducta moral. También para hacer el bien hay que saber hacerlo. El hábito de conductas éticas positivas se va  acrecentando y desplegando diariamente en la concreción de las múltiples operaciones económico-financieras que se realizan.

[1] Kliksberg, B., “Revisando mitos viejos y nuevos en gerencia”, en Estrategia empresarial ante el caos (Madrid: Rialp, 1993).

Crisis económicas y financieras. Causas profundas y soluciones.

ÍNDICE
Capítulo III

ÉTICA EN LA LIBERTAD DE LOS MERCADOS

 3.1.- La dimensión ética de las instituciones y los mercados financieros
3.2.- Valoración ética y social de los mercados
3.3.- La armonía ética entre ahorradores, inversores e intermediarios
3.4.- Las reglas del juego y el beneficio que enriquece
3.5.- Lealtad, confianza, prioridad del cliente y profesionalidad
3.6.- La formación ética del precio en los mercados financieros
3.7.- Información veraz y transparencia ética
3.8.- Información privilegiada y uso de la información
3.9.- La especulación como vicio posible
3.10.-Teoría del desenvolvimiento ético schumpeteriano
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