Valoración ética y social de los mercados – Apartado 2 – Capítulo III – ÉTICA EN LA LIBERTAD DE LOS MERCADOS

Crisis económicas y financieras. Causas profundas y soluciones.

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Capítulo III
ÉTICA EN LA LIBERTAD DE LOS MERCADOS

3.2. – Valoración ética y social de los mercados

                 Una vez que las reticencias multiseculares al comercio, la intermediación y el pago de intereses que caracterizó a las religiones islámica, judía y cristiana, quedaran poco a poco deshechas por los trabajos de los teólogos de la Escuela de Salamanca y definitivamente por Bhöm Bawerk en su libro Capital e interés (1884), comenzó una nueva era en el juicio ético de los mercados en general y de los mercados financieros en particular. Marjorie Grice-Hutchison nos dice que cuanto más se sumerge el estudioso en las discusiones escolásticas sobre el justiprecio, tanto más firme es su impresión no sólo de que los doctores creían que el libre juego de las fuerzas del mercado es el determinante principal del precio, sino que ansiaban, por razones morales, proteger esta doctrina de todo peligro de ataque.[1] El objetivo principal consistía en asegurar que llegaran a los mercados abundantes provisiones a un precio tan bajo como fuera posible. La competencia mejora la gama de productos para el consumidor y, en el caso de la competencia en los mercados financieros, el abanico de posibilidades para prestamistas y prestatarios.

         Frente a estos planteamientos positivos del mercado, también desde puntos de vista filosóficos y morales, está muy extendida la opinión, expresada en otros escritos, de que en la vida, y en concreto en economía, cuando alguien gana alguien pierde; nadie puede mejorar si otro u otros no empeoran. Lo que ganan los que ganan tiene que ser igual a lo que pierden los que pierden, con lo que sólo se pueden producir  fenómenos de suma cero. Se  suele suponer que lo que gana uno necesariamente lo pierde el otro generándose enfrentamientos y envidias que denotan desconocimiento del proceso de los mercados y falta de temple y dominio personal.

         La realidad y experiencia económica, por el contrario, indican que los intereses son comunes a muchos en la mayoría de las ocasiones ya que se parte de situaciones y valoraciones subjetivas distintas en cada caso. La idónea política está en ser capaces de generar sinergias económicas  positivas y evitar las negativas. Junto al error de la suma cero, la crítica más recurrida y radical consiste en la interpretación de que en el mercado, a través de la búsqueda del interés propio, se consigue el interés general. Pero también conviene recordar aquí contra esto, como lo hacíamos en La fuerza económica de la libertad, que la naturaleza del fenómeno del intercambio y del merca­do es tal que la auténtica mano invisible se cumple precisamen­te al revés: no es que la búsqueda del interés egoísta particular produzca el interés positivo general sino exactamente al contrario: Los componentes del valor económico son tales y se manifiestan  de tal forma en los mercados convencionales, que la búsqueda del interés positivo ajeno trae, como consecuencia, un incremento de mi propio valor particular.

          Un corolario de todos estos principios expuestos anteriormente consiste en afirmar que todos los medios que favorecen y aceleran las justas transacciones comerciales en libre competencia, especialmente el dinero y la ética que genera confianza, producen efectos beneficiosos sobre el incremento del valor de uso del conjunto social, es decir, sobre el bienestar y el bienhacer de la ciudadanía. El mercado tiene mucho también de coordinación, de cooperación, de armonía. La división del trabajo por ejemplo es imposible sin cooperación. Por ello considero que, más que intervenciones externas muchas veces contraproducentes, la única forma efectiva de hacer cumplir las normas éticas y jurídicas es la existencia de reglas comunes no discriminatorias, la fuerza de la competencia y el convencimiento de que se producirán efectos secundarios positivos sobre todo el conjunto de los mercados financieros y reales, y, consecuentemente, sobre la sociedad en general.

         Pero no basta con el libre mercado (condición conveniente pero no suficiente) sino que es necesaria la  ética. Como indica Rubio de Urquía,[2] las propiedades de eficiencia abstracta de la forma organizativa «economía de mercado» no aseguran, por sí mismas, la eficiencia de la acción humana de las personas en sociedad. El núcleo ordenador del ensamblaje del organismo del mercado lo constituye el contenido ético personal instantáneo, esencialmente radicado en los sistemas de creencias, valores y actitudes del mismo. Un sistema de mercado no es algo estático sino algo que se va creando y transformando permanentemente por las decisiones subjetivas individuales. La producción de sucesivos planes personales de acción progresivamente «más realizables» exige como condición necesaria una dinámica ética personal consistente. La «función» esencial de lo ético consiste en ordenar los ensamblajes personales de creencias, valores, etc., y, por consiguiente, la acción personal y la producción de la realidad histórica. Lo ético es, por lo tanto, lo que va dando sentido y estructuración jerárquica a la acción personal y a la dinámica histórica. El «contenido ético» (o, más rigurosamente, la «dinámica ética«) de los ensamblajes personales y sociales de creencias, valores, etc., constituye el factor de producción más fundamental de la acción personal y de la realidad histórica.

          La carencia de este factor ordenador ético en el mercado lo puede destruir y propicia la intervención gubernamental sin respetar el principio de subsidiaridad. Rafael Alvira[3] explicaba que aunque en el mercado existan reglas y árbitro, si la filosofía de fondo de los participantes es radicalmente egoísta hay una tendencia innata a saltarse las reglas y a corromper al árbitro. Si la filosofía predominante es salvajemente competitiva la corrupción es inevitable y se amplia desde el momento en que los particulares y las empresas no se ocupan de los valores y de las demás personas, de lo social. Alguien tendrá que hacerlo por ellas. En tanto en cuanto el mundo empresarial se ocupe sólo de la competencia, acumula trabajos sociales cada vez mayores sobre el Estado que se convierte en gran empresario monopolizante de lo social, legislador y árbitro al mismo tiempo. Pero como el Estado tiene que saber que vive del esfuerzo de las empresas privadas y de los trabajadores que trabajan, es fácil que aparezca el chantaje de los grupos o grupúsculos de presión. Puesto que pagan, tanto la empresa privada como los distintos grupos de contribuyentes, por ejemplo, procuran que les traten lo mejor posible y, como el político triunfador tiene amplios poderes, es prácticamente imposible evitar la corrupción creciente.

          Por el déficit de comportamientos éticos idóneos el mercado se autodestruye y, ante el caos antisocial, el Estado encuentra una justificación para intervenir en todos los ámbitos y culpa de todos los males al sector privado y al libre mercado. Incluso se autoconvierte en la instancia máxima que debe dictar las normas morales.

          Pero el Estado está compuesto también por personas que se equivocan y se pueden corromper igualmente; incluso con mayores repercusiones porque mayores son las responsabilidades. Muchas veces las notas disonantes y más estridentes provienen de la intervención desmesurada, homogénea y monopolizante del Estado.

        La salida viable del sistema económico natural de mercado,  y del sistema financiero a él ligado íntimamente, está en la responsabilidad ética y social de la iniciativa privada, en que los empresarios y  financieros piensen en términos cooperativos y competitivos a todos los niveles. Para competir adecuadamente en un nivel más elevado se necesita mayor cooperación en el nivel anterior y para poder competir de verdad hay primero que ser competentes técnica y éticamente.

[1] Grice Hutchison, Marjorie,  El pensamiento económico en España (1177-1740) (Barcelona: Crítica, 1982), p. 114.
[2] Rubio de Urquía, Rafael, “Ética, eficiencia y mercado”, en el II Coloquio de Ética Empresarial y Económica (Barcelona: IESE, 1992).
[3] Alvira, Rafael, “Competencia y cooperación en el mercado”, en el II Coloquio de Ética Empresarial y Económica (Barcelona: IESE, 1992).

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