La soberanía del individuo

La libertad del productor nos lleva naturalmente a la condición del empresario, esa actividad, esa percepción que consiste en descubrir cómo satisfacer deseos ignorados de los consumidores. El empresario es aquel (siendo siempre, a fin de cuentas, un individuo) que adivina una necesidad generalmente desconocida –y por consiguiente insatisfecha- y que, a partir de esa idea o intuición personal y minoritaria, reúne los recursos necesarios para poner en marcha un método nuevo para satisfacerla. El empresario es un revolucionario tranquilo: revolucionario porque asume riesgos para satisfacer una necesidad que las empresas establecidas ignoran, y tranquilo porque interviene pacíficamente  en el mercado  porque su proyecto se deriva de su intuición profunda de la sociedad en la que vive. El empresario es un anarquista del establishment.

Lemieux Pierre, La soberanía del individuo, (Madrid: Unión Editorial, 2000, 2ª Edición), p. 69

La soberanía del individuo

La libertad del productor nos lleva naturalmente a la condición del empresario, esa actividad, esa percepción que consiste en descubrir cómo satisfacer deseos ignorados de los consumidores. El empresario es aquel (siendo siempre, a fin de cuentas, un individuo) que adivina una necesidad generalmente desconocida –y por consiguiente insatisfecha- y que, a partir de esa idea o intuición personal y minoritaria, reúne los recursos necesarios para poner en marcha un método nuevo para satisfacerla. El empresario es un revolucionario tranquilo: revolucionario porque asume riesgos para satisfacer una necesidad que las empresas establecidas ignoran, y tranquilo porque interviene pacíficamente  en el mercado  porque su proyecto se deriva de su intuición profunda de la sociedad en la que vive. El empresario es un anarquista del establishment.

Lemieux Pierre, La soberanía del individuo, (Madrid: Unión Editorial, 2000, 2ª Edición), p. 69

Antonio Domínguez Ortiz, de la Real Academia Española de la Historia, al iniciar el capítulo titulado El gran siglo nos dice:

Aunque más dinámica que la Alta, la Baja Edad Media española medía su ritmo por siglos: se necesitaron dos, el XI y el XII, para decidir si España sería europea o africana, y en los siglos XIV y XV España se abrió a otros horizontes, los mares del vasto mundo. A la vez que esto ocurría en Occidente, la Europa nuclear, desde los Pirineos hasta el Elba, heredera del Imperio Romano de Occidente, quedaba libre de la amenaza de las estepas de Asia. No así el antiguo imperio de Oriente, luego llamado Bizantino, engullido lentamente por los otomanos, substraído a la cristiandad y a las formas de vida y cultura ligadas a ella. En el otro extremo de Asia, una China milenaria, inalterable, continuaba desplegando sus ciclos, mientras en el occidente de Eurasia se incubaba el Gran Viraje. En aquel milenario desplazamiento del centro de gravedad de la cultura humana desde Egipto a Grecia y luego a Roma, tras el intermedio de los Siglos Oscuros le llegó el turno al extremo Occidente, a los pueblos de la Península Ibérica. Ellos protagonizaron la más grande aventura jamás realizada, la circunnavegación del Planeta, en unos sitios plantando jalones, en otros implantándose de modo definitivo, trasplantando personas, creencias y modos de vida incubados en el extremo euroasiático a escenarios más vastos. El viraje de Magallanes-Elcano materializó esta revolución sin precedentes y el Tratado de Tordesillas dio marco legal al más ambicioso, al más increíble de los proyectos: el reparto del Globo entre dos pueblos ibéricos.

 Antonio Domínguez Ortiz,  España. Tres milenios de Historia,  Madrid, Ediciones de Historia, 2001, p 131.

La riqueza del hombre occidental constituye un fenómeno único y nuevo. A través de los últimos siglos se ha liberado de los grilletes de un mundo dominado por la mayor pobreza y hambres periódicas y ha alcanzado una calidad de vida a la que sólo es posible acceder mediante una relativa abundancia. El presente trabajo explica este logro histórico único: el desarrollo del mundo occidental.

 Nuestra argumentación esencial es muy simple. La clave del crecimiento reside en una organización económica eficaz; la razón del desarrollo de Occidente radica, por tanto, en la construcción de una organización económica eficaz en Europa occidental.

 Una organización eficaz implica el establecimiento de un marco institucional y de una estructura de la propiedad capaces de canalizar los esfuerzos económicos individuales hacia actividades que supongan una aproximación de la tasa privada de beneficios respecto a la tasa social de beneficios.

Douglas C.North, Robert Paul Thomas, El nacimiento del mundo occidental. Una nueva historia económica (900-1700), Madrid, Siglo XXI de España Editores, S.A. 1973. p. 5

España. Tres milenios de Historia – Antonio Domínguez Ortíz, de la Real Academia Española de la Historia

Antonio Domínguez Ortiz, de la Real Academia Española de la Historia, al iniciar el capítulo titulado El gran siglo nos dice: Aunque más dinámica que la Alta, la Baja Edad Media española medía su ritmo por siglos: se necesitaron dos, el XI y el XII, para decidir si España sería europea o africana, y en… Seguir leyendo España. Tres milenios de Historia – Antonio Domínguez Ortíz, de la Real Academia Española de la Historia

La soberanía del individuo

La libertad del productor nos lleva naturalmente a la condición del empresario, esa actividad, esa percepción que consiste en descubrir cómo satisfacer deseos ignorados de los consumidores. El empresario es aquel (siendo siempre, a fin de cuentas, un individuo) que adivina una necesidad generalmente desconocida –y por consiguiente insatisfecha- y que, a partir de esa idea o intuición personal y minoritaria, reúne los recursos necesarios para poner en marcha un método nuevo para satisfacerla. El empresario es un revolucionario tranquilo: revolucionario porque asume riesgos para satisfacer una necesidad que las empresas establecidas ignoran, y tranquilo porque interviene pacíficamente  en el mercado  porque su proyecto se deriva de su intuición profunda de la sociedad en la que vive. El empresario es un anarquista del establishment.

Lemieux Pierre, La soberanía del individuo, (Madrid: Unión Editorial, 2000, 2ª Edición), p. 69