1.- El trabajo humano como acción e interacción complementaria. – Apartado 1 – Trabajo en red y productividad tecnológica creciente.

TRABAJO EN RED  Y PRODUCTIVIDAD TECNOLÓGICA CRECIENTE Apartado 1 El trabajo humano como acción e interacción complementaria. Explicada con anterioridad en sus causas -y constatada- aquella universal división y diferenciación de los bienes con los que el hombre se encuentra –si bien en estado amorfo e inacabado- en la Naturaleza, y habiendo reflexionado e investigado… Seguir leyendo 1.- El trabajo humano como acción e interacción complementaria. – Apartado 1 – Trabajo en red y productividad tecnológica creciente.

Kramen cita al historiador  William L. Schurz quien en un estudio publicado en 1939 “describía las riquezas del galeón de Manila, solitario bajel que durante más de dos siglos surcó las aguas del Pacífico entre Asia y Acapulco llevando en sus bodegas las fortunas y esperanzas de españoles, mexicanos, chinos, japoneses y portugueses, y auténtico símbolo del alcance internacional de los intereses ibéricos. El imperio, como el incansable galeón, sobrevivió durante siglos y sirvió a muchos pueblos. Muchos de ellos eran, inevitablemente, españoles, pero otros provenían de todos los rincones del globo.”

Imperio p 13

Un paso decisivo fue ver el valor como lo que merece ser deseado. No es que el sujeto atribuya o dé valor a algo, sino que lo reconoce, lo percibe como tal y por eso lo estima. En la interpretación madura, el valor es algo plenamente objetivo: las cosas tienen valor, independientemente de que yo lo perciba y reconozca o no. Los valores son cualidades que tienen las cosas, que por ello son “bienes” (…)

Julián Marías, Tratado de lo mejor, Madrid, Alianza Editorial, 1995, p. 32.

El cálculo económico de individuos, empresas e instituciones se realiza a través del dinero. A través del dinero se canalizan las necesidades y objetivos de los consumidores finales, estableciéndose determinados coeficientes de precios relativos entre los bienes. Cuando aumenta la cantidad de dinero disponible, el poder adquisitivo de la unidad monetaria decrece o, dicho más claramente, significa que con los mismos euros o dólares se pueden adquirir menos cosas que antes. Algunos estudiosos de la Economía prefieren por eso llamar inflación a ese aumento de la cantidad de dinero disponible en vez de la acepción más común y extendida que se refiere a la generalizada subida de los precios. Esta es, en efecto, la consecuencia necesaria y aquélla, la causa que lo produce. El objetivo básico, tanto económico como financiero, y también laboral, es, por lo tanto, controlar y hacer que la inflación disminuya. Los grandes desastres históricos han estado habitualmente precedidos de distorsiones y crisis económicas consecuencia de los procesos inflacionistas. La peor enfermedad monetaria y económica es la inflación.

La convergencia de una concatenación de descubrimientos científicos a lo largo de la historia tales como el ábaco, el cálculo matemático con el sistema binario, la electricidad, el silicio, la  fibra óptica,…etc., han hecho posible ese despliegue global desde la persona individual a través de la microinformática personal influyendo sobre  el lenguaje, las ciencias, el arte y, desde luego, la economía. Todas las actividades industriales y de servicios, también las agrícolas y especialmente el mundo financiero, junto al estilo de vida de nuestras sociedades, se encuentran aceleradamente afectadas y ello implica cambios importantes institucionales, jurídicos y sociales, en algunos casos ciertamente complejos.

El hombre trata de dominar toda esa inmensa potencia de la Naturaleza para reorientarla hacia sus preferencias y, por lo tanto, humanizarla. Trata de domeñarla con su trabajo diferenciado pero complementario y con los medios e instrumentos tecnológicos de capital  que va teniendo a su alcance según las circunstancias y la concatenación de descubrimientos innovadores a lo largo de cada tiempo histórico.  Y si decíamos que el factor productivo Tierra en sí mismo era altamente productivo desde el punto de vista meramente material -ya que se multiplicaba de forma exponencial en redes físico-químicas y biológicas- qué no decir de esa riqueza inigualable a nuestra disposición cuando es trabajada y reorientada con la potencia tecnológica cada vez más sofisticada fruto de la inteligencia humana combinada con su laborar manual.

El pensar bien consiste: o en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella. La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las conocemos como son en sí, alcanzamos la verdad; de otra suerte, caemos en error. Conociendo que hay Dios conocemos una verdad, porque realmente Dios existe; conociendo que la variedad de las estaciones depende del Sol, conocemos una verdad, porque, en efecto, es así; conociendo que el respeto a los padres, la obediencia a las leyes, la buena fe en los contratos, la fidelidad con los amigos, son virtudes, conocemos la verdad; así como caeríamos en error pensando que la perfidia, la ingratitud, la injusticia, la destemplanza, son cosas buenas y laudables.

Por lo tanto, según nuestros autores, siempre y en todos los ámbitos del actuar humano –también lógicamente en el jurídico y en el económico- las valoraciones en cada instante y circunstancia se realizan a través de las conciencia personal de cada cual que consiste en esa facultad humana de unificar la compleja variedad de datos que son aportados por los diferentes sentidos en cada momento actual –lo que da lugar al sentido común en el actuar presente- o, también, en la facultad de interrelacionar y unificar el cúmulo de datos pasados que forman la memoria sensitiva. Así mismo, la conciencia intelectiva es capaz de unificar ideas y conceptos así como reflexionar en el nivel puramente intelectual. Todo ello es ese mundo espiritual y de las ideas -muchas veces olvidado- que –además- ha estado y está continuamente creándose y recreándose.

Así pues, Soto y también Vitoria y Mercado, tal y como también se vio en el capítulo II, afirman que los principios de la ley natural se manifiestan y actúan a través de la visión interior personal  de todos y cada uno de los habitantes concretos diseminados por toda la geografía mundial sin distinción de razas y que existen, viven y actúan en cada instante temporal de cada época histórica. La ley moral se manifiesta siempre a través de la conciencia de las distintas personas.  Se puede decir entonces que en el ámbito de la bondad o maldad del actuar humano, cuando el sujeto juzga con su conciencia cierta –es decir, sin ningún prudente temor a errar- determinados actos como lícitos o ilícitos, convenientes o nocivos, buenos o malos, ese juicio tiene valor de norma actual para el sujeto en tanto en cuanto que la conciencia concreta y actualiza en las circunstancias presentes los principios generales y, en definitiva, el principal y radical principio universal: “Haz el bien y evita el mal.”

José Juan Franch Meneu

Los límites de esta escuela son, naturalmente, vagos. Es posible fijarse preferentemente en sus aportaciones a la ciencia jurídica o en las que hicieron a la ciencia económica. Siguiendo al profesor Nicolás Sánchez Albornoz, en su prólogo a la moderna edición de la ‘Suma de tratos y contratos’ de Tomás de Mercado, podríamos entender por Escuela de Salamanca solamente a un grupo de autores que profesaron en aquella Universidad, o incluir además en ella a círculos de pensadores de otras ciudades que fueron influidos por aquéllos. En el primer sentido, la escuela estaría constituida por Francisco de Vitoria (al que podemos considerar fundador), Tomás de Mercado, Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta y Diego de Covarrubias. En sentido un poco más amplio, podríamos añadir a ellos a Bartolomé Medina, Miguel de Palacios y José Anglés. Un poco más alejados estuvieron Domingo de Báñez, Luis de Molina, Pedro de Ledesma, Juan de Salas y el portugués Manuel Rodrigues. Con un criterio más amplio todavía, haríamos entrar en la Escuela de Salamanca a los castellanos Cristóbal de Villalón, Luis de Alcalá, Luis Saravia de la Calle, Juan de Medina, Bartolomé de Albornoz y Luis López, y a los valencianos Francisco García, dominico, y Miguel Salón, agustino.

Lucas Beltrán, cp. XIX Sobre los orígenes hispanos de la economía de mercado. Ensayos de Economía Política, nº 14, Madrid, Unión Editorial, S.A., 1996.