Desde la altura abismal de mis 71 años -que muchas veces pienso ahora que ha sido un ratito que ha pasado en un santiamén, en un visto y no visto-, cuando  en la memoria van apareciendo retazos sueltos de mi vida en la infancia o en la  adolescencia, en la universidad de alumno y después -mas de 30 años- de profesor de Economía; en mi vida empresarial tan ajetreada con más de 100 personas trabajando para mi en distintos proyectos todos atractivos y más de 500 para el grupo empresarial de mi padre y con todas ellas fracasadas al final y estando ahora con la pensión embargada y arruinado de por vida pero muy feliz; en los 5 años en Tribunal de Defensa de la Competencia donde empecé a ser Excelentísimo señor ya de por vida; y con familia numerosa y tantos nietos a nuestras espaldas con mi mujer, me doy cuenta de la verdad de aquel dicho que un buen amigo del alma me contó hace muchos años:
«Si quieres que Dios se parta de risa con carcajada simpática y acogedora cuéntale tus  planes»

Inmersos en esta vorágine de cambio trepidante con velocidad acelerada en todos los campos, he decidido ir a la contra, echar el freno y hacer un parón silencioso interior para tratar de comprender -contemplar- cuál es la situación actual del mundo y qué está pasando.

Y para tratar de sacar así propósitos de enmienda, porque si algunas cosas -o muchas-  vemos que van mal algo de culpa tenemos cada uno de nosotros.

Aunque tenía que hacer muchas cosas en mi ordenador incorporando novedades a mi website y a mis redes sociales, a   regañadientes fui a limpiar las cacas de Rocky -mi perro guardián- que estaban distribuidas estratégicamente según su buen entender por todos los rincones y recovecos del jardín familiar. La señora de la casa me había insinuado  que se tenía que hacer cuanto antes ese trabajo.
Ya en esa entretenida y olorosa tarea, y a la vez que lentamente -para hacerla bien y porque soy mayorcillo- iban pasando por mi pensar y repensar diversas imágenes y acontecimientos medio nublados del pasado que rebotando enmarañadas y entremezcladas  en mi pensamiento actual se proyectaban unas con otras en el repensar hacia el  futuro mucho más nítidas, luminosas, organizadas e incluso bienolientes y con texturas maravillosas.
La lenta, olorosa y entretenida tarea se acabó  convirtiendo en muy interesante. Porque mientras el jardín empezaba a parecer cada vez más versallesco se solucionaban problemas, se inventaban nuevas maneras de hacer esto o aquello, se abrían puertas a la esperanza cierta, e incluso se adivinaban misterios escondidos.
La multitarea terminó con al menos  tres convicciones: que los excrementos de Rocky son muy interesantes; que también los varones y no sólo las mujeres son capaces de hacer más de una cosa a la vez; y que era importante limpiar el versallesco jardín más habitualmente.

La actividad frenética de los dibujos animados, que no para, que no descansa, que supera sin esfuerzo todo contratiempo, y que siempre acaba alegrando su cara, contrasta con la pasividad cansada y perezosa del espectador de carne y hueso que se hunde en tantas ocasiones en la dejadez humana del no apetecer y del ya no puedo más.

No sé si un terremoto cercano e inesperado asolará mi hogar cuidadosamente forjado día a día; desconozco si mis hijos encontrarán un camino abierto y pacífico entre la jungla de la vida futura; ignoro si cualquier día una ola tormentosa de codicia exasperada acabe provocando una siniestra pobreza en donde antes se nadaba en la abundancia; creo ser consciente de la vastedad de mi nada ignorante y, por eso, me concentro con serena fortaleza en pelar esta naranja jugosa y navideña para darla, contemplando la escena, a los ojos chispeantes del pequeño que, más ignorante aún pero más sabio, corretea alegre por el pasillo del hogar.