Kramen cita al historiador  William L. Schurz quien en un estudio publicado en 1939 “describía las riquezas del galeón de Manila, solitario bajel que durante más de dos siglos surcó las aguas del Pacífico entre Asia y Acapulco llevando en sus bodegas las fortunas y esperanzas de españoles, mexicanos, chinos, japoneses y portugueses, y auténtico símbolo del alcance internacional de los intereses ibéricos. El imperio, como el incansable galeón, sobrevivió durante siglos y sirvió a muchos pueblos. Muchos de ellos eran, inevitablemente, españoles, pero otros provenían de todos los rincones del globo.”

Imperio p 13

Infinidad de veces actúan simultáneamente muchos bienes para alcanzar una utilidad común. Por ejemplo, papel, pluma y tinta sirven conjuntamente para escribir; aguja e hilo, para coser; aperos, semillas, terreno y trabajo para producir grano. Menger ha llamado ‘bienes complementarios’ a los bienes que mantienen entre sí semejante relación. Surge entonces la siguiente pregunta, tan notoria como difícil: en tales caso, qué parte de la utilidad común hay que atribuir a cada uno de los bienes complementarios que contribuyen a esa utilidad y qué leyes deciden sobre la cantidad proporcional del valor y del precio de los mismos.

Von Böhm-Bawerk, Eugen. Ensayos de Teoría Económica, Volumen I, La Teoría Económica. Unión Editorial – Madrid, 1999, pág. 219.

Toda aquella variopinta y aparente anarquía del universo exterior (digo aparente porque percibimos que en el fondo está ordenada) -de la que la humanidad se sirve diariamente para cumplimentar sus apremios y satisfacer sus anhelos- es dominada y ha sido apropiada(1) por unos y otros a lo largo de la historia. No todo es de todos sino que cada quien tiene determinados ámbitos de dominio sobre los que ejerce su influencia transformándolos a su buen entender. Ligado a  cada persona –física o jurídica- o a cada institución siempre hay un determinado patrimonio del que aquella se responsabiliza y administra. El derecho delimita el campo sobre el que,  no solo intencionalmente, sino de hecho, podemos aplicar nuestras facultades para desarrollar nuestros proyectos y alcanzar nuestros objetivos.

Jose Juan Franch – Persona humana y patrimonio personal.
[1] Hayek –entre otros muchos- consideró la propiedad un aspecto vital y de carácter universal. Llamaba a esa capacidad de dominio propiedad plural, en vez del término más usado de propiedad privada quizás más cerrado y ensimismado.

Un paso decisivo fue ver el valor como lo que merece ser deseado. No es que el sujeto atribuya o dé valor a algo, sino que lo reconoce, lo percibe como tal y por eso lo estima. En la interpretación madura, el valor es algo plenamente objetivo: las cosas tienen valor, independientemente de que yo lo perciba y reconozca o no. Los valores son cualidades que tienen las cosas, que por ello son “bienes” (…)

Julián Marías, Tratado de lo mejor, Madrid, Alianza Editorial, 1995, p. 32.

Si estoy en lo cierto respecto del deslizamiento hacia una sociedad más heterogénea y diferenciada, deberemos esperar ver una mucha mayor variedad en la identificación y en los agrupamientos. Y esto es precisamente lo que está sucediendo.

En Estados Unidos, y otras naciones con elevada tecnología, no es sólo el cuerpo político el que se está rompiendo en fragmentos, el mercado del consumidor refleja más diversas necesidades individuales y de grupo, y más subculturas se separan de los valores dominantes de la mayoría, sino que los mismos procesos centrífugos se hallan en marcha dentro  de los mismos grupos minoritarios.

Los subgrupos raciales, étnicos y religiosos en cada sociedad, se hallan asimismo segmentándose en otros mini grupos más pequeños, más autodefinidos, más variados. Ya no es, simplemente, apropiado hablar de los negros norteamericanos como un grupo homogéneo, o agrupar juntos a los hispanos. 

Toffler, Alvin, Avances y premisas, (Barcelona: Plaza & Janes, 1983) p. 169.

Este proceso, este método, necesario para la supervivencia y la prosperidad del hombre en la tierra, ha sido a menudo ridiculizado como excesiva o exclusivamente «materialista». Pero debe quedar bien en claro que lo que acontece en esta actividad específicamente humana es una fusión de «espíritu» y materia: la mente humana, al utilizar las ideas que ha aprendido, dirige su energía transformadora y remodeladora de la materia por caminos que sustentan y elevan sus necesidades y su vida misma. Al fondo de todo bien «producido», al fondo de toda transformación de los recursos naturales efectuada por el hombre, hay una idea que dirige el esfuerzo, hay una manifestación del espíritu.

Murray N. Rothbard, La ética de la libertad, Pág. 62.

El cálculo económico de individuos, empresas e instituciones se realiza a través del dinero. A través del dinero se canalizan las necesidades y objetivos de los consumidores finales, estableciéndose determinados coeficientes de precios relativos entre los bienes. Cuando aumenta la cantidad de dinero disponible, el poder adquisitivo de la unidad monetaria decrece o, dicho más claramente, significa que con los mismos euros o dólares se pueden adquirir menos cosas que antes. Algunos estudiosos de la Economía prefieren por eso llamar inflación a ese aumento de la cantidad de dinero disponible en vez de la acepción más común y extendida que se refiere a la generalizada subida de los precios. Esta es, en efecto, la consecuencia necesaria y aquélla, la causa que lo produce. El objetivo básico, tanto económico como financiero, y también laboral, es, por lo tanto, controlar y hacer que la inflación disminuya. Los grandes desastres históricos han estado habitualmente precedidos de distorsiones y crisis económicas consecuencia de los procesos inflacionistas. La peor enfermedad monetaria y económica es la inflación.

La convergencia de una concatenación de descubrimientos científicos a lo largo de la historia tales como el ábaco, el cálculo matemático con el sistema binario, la electricidad, el silicio, la  fibra óptica,…etc., han hecho posible ese despliegue global desde la persona individual a través de la microinformática personal influyendo sobre  el lenguaje, las ciencias, el arte y, desde luego, la economía. Todas las actividades industriales y de servicios, también las agrícolas y especialmente el mundo financiero, junto al estilo de vida de nuestras sociedades, se encuentran aceleradamente afectadas y ello implica cambios importantes institucionales, jurídicos y sociales, en algunos casos ciertamente complejos.

El hombre trata de dominar toda esa inmensa potencia de la Naturaleza para reorientarla hacia sus preferencias y, por lo tanto, humanizarla. Trata de domeñarla con su trabajo diferenciado pero complementario y con los medios e instrumentos tecnológicos de capital  que va teniendo a su alcance según las circunstancias y la concatenación de descubrimientos innovadores a lo largo de cada tiempo histórico.  Y si decíamos que el factor productivo Tierra en sí mismo era altamente productivo desde el punto de vista meramente material -ya que se multiplicaba de forma exponencial en redes físico-químicas y biológicas- qué no decir de esa riqueza inigualable a nuestra disposición cuando es trabajada y reorientada con la potencia tecnológica cada vez más sofisticada fruto de la inteligencia humana combinada con su laborar manual.

Aunque la economía necesita tratar con las realidades materiales por su origen y, por lo tanto, necesita conocimientos de las ciencias de la naturaleza, lo importante no son esas realidades en sí mismas consideradas, sino en cuanto pueden servir al hombre, es decir, en cuanto valen. El punto de vista desde el que la economía estudia esas realidades es el punto de vista de su valor. El valor está en el centro de todo análisis económico.

Sin embargo, como el valor económico hace referencia al hom­bre, a sus finalidades, la economía necesita conocer esos fines y, por tanto, conocer la naturaleza humana. Ello nos conduce a la necesi­dad de información sobre las ciencias del hombre.

La economía ejerce una función de mediación entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas. No pretende conocer las cosas tal como son en sí, sino su capacidad de relación humana. La economía, al estudiar el valor económico, lo que intenta es entresacar la «vocación» humana que tiene esa realidad material.