Uno de mis nietos gemelos -11 meses tiene ya- se me quedó dormido en mis brazos a la vez que le mecía. Mientras lo acunaba pensé que también usted que me lee y yo tuvimos un día 11 meses. Pero me sorprendió darme cuenta que también mi padre me durmió en brazos más de una vez. Siempre pensamos que son las madres las que nos acunan y duermen pero -al menos para mi hoy- ha sido un descubrimiento saber que también mi padre lo hizo muchas veces. Han sido unos momentos únicos e inolvidables que no cambiaría por nada del mundo.
Sentado en el jardín colegial a la espera de aquella niña morena ya casi mujer, hija mía, recompongo mi espíritu alborotado y triste, tontamente triste, que palpa, una vez más, la evidencia de su nada.
Precursor de la ecología telúrica que cifra los orígenes en una borrachera de bondad que continuó espontánea en el trasfondo perenne de todo hombre y de toda la naturaleza creada.
Busco en la memoria y encuentro entre vaguedades: el perro rabioso que la cadena frenó, el jazmín en aquella escena del dolor a la muerte de mi padre, y aquel baile en amarillo en la isla de nuestra luna de miel.
Pon amor donde no hay amor y encontrarás amor.
Pon amor de Dios donde no hay amor y encontrarás amor y mucho más amor de Dios.
Un par de niños amigos corrían y saltaban alrededor de la fogata recién encendida soñando mil aventuras fantásticas y representando otros tantos episodios de conquistas infantiles.
Aquellos días de mayo, recostado en la hierba, aprendí de nuevo aquella lección inolvidable e inexpresable que nos dice cómo el amor está ligado a la verdad, y que las intuiciones y reflexiones intelectuales, si son verdaderas, nunca aparecen en la frialdad ni en la agitación del alboroto nervioso.
Hojas estriadas y puntiagudas miran la dulzura del polen y sonríen pensando en el aburrimiento de lo fácil y comodón cuando le falta la pimienta de la espina dolorosa.
En aquellos días del mayo del 98 me lancé tumba abierta y cuesta abajo quemando las naves que , tentadoras, podían reclamar el retorno a la seguridad siempre aburrida y estéril.
La antesala de tu mirar es un manantial fresco de intenciones limpias que se desborda entre tus ojos cristalinos remansando en todo el universo contemplado.