Las leyes deben limitarse a declarar los derechos y las injusticias naturales…; no debería tener cabida en la legislación humana lo que es indiferente según las leyes de la naturaleza… y surge siempre una tiranía legal dondequiera se produce una desviación respecto de este sencillo principio.

Murray N. Rothbard, La ética de la libertad, Madrid, Unión Editorial, S.A, 1995, p. 51.

Si cuanto existe en el universo (hidrógeno, oxígeno, piedras o gatos) es susceptible de ser identificado, clasificado, y su naturaleza examinada, entonces también lo puede ser el hombre. Los seres humanos también han de tener una naturaleza específica con propiedades investigables y de las que obtener conocimiento. Los seres humanos son seres únicos en el universo en el sentido de que pueden estudiarse a sí mismos[1], además del mundo que les rodea, y de hecho lo hacen, en el intento de hacerse una idea de qué objetivos deben buscar y qué medios pueden emplear para alcanzarlos[2]. 

[1] Recordar es saber, cuando brota del tiempo interior, cuando emerge de la autarquía y de la mismidad. El tiempo de la anamnesia, de la reminiscencia, se despierta desde la reflexión, o sea, desde la lectura de sí mismo. Entonces se descubren significaciones, intenciones, contextos. Emilio Lledó, La memoria del Logos (Madrid: Taurus, 1996), p. 257
[2] Rothbard, Murray N., Historia del pensamiento económico. Vol. I. El pensamiento económico hasta Adam Smith, (Madrid: Unión editorial, 1999), p. 33.

La moral es la organización estricta del tiempo humano respecto de una culminación. Dicha organización disminuye el gasto de tiempo. Decidirse por las alternativas positivas comporta una responsabilidad que pone en juego los principios directivos morales. Dichos principios se resumen en la fórmula siguiente: haz el bien, no te retrases.

Rubio de Urquía

Sin inteligencia no hay civilización ni, por consiguiente, progreso humano. “Falta el manantial del bien.” (…) Si la inteligencia está ordenada a la moralidad, es también punto de apoyo del bienestar. La abundancia de medios materiales está en relación directa con la organización imaginativa de la explotación de la naturaleza. (…) La inteligencia “con su inquietud característica… su actividad… su variedad, representa el movimiento indefinido” que necesita del peso específico de la moralidad para mantenerse en una actitud constructiva. Por ello, la extensión cultural hay que realizarla de acuerdo con los principios religiosos.”

Vicente Rodríguez Casado, Orígenes del Capitalismo y del Socialismo contemporáneo, Madrid,  Espasa –Calpe, S.A., 1981, pp.494 – 496.

             Desde que me contaron que el dinero ilegal ya no se llama dinero negro sino de otra forma que ya no desvelaré, he decidido no insistir demasiado en el tema de la corrupción. Empieza a oler tan mal que produce náuseas y miedo a las epidemias contagiosas.

          El agigantamiento, hasta cotas insospechadas hace sólo veinte años, del Estado del Bienestar, Protector, Providencialista y Pastoral, ha llevado a una situación, incluso psicológica,  en que cuando se habla de solidaridad se piense automáticamente que es al Estado a quien compete tal tarea.

          Estos meses atrás que nos tocó la dura tarea técnica, administrativa y burocrática de rascarse los bolsillos para atender a la Hacienda Pública a través de la Declaración del Impuesto sobre la Renta, todo ciudadano piensa, con cierta naturalidad, que una vez cumplidas sus obligaciones fiscales finalizan sus obligaciones éticas y morales hacia la sociedad. Saenz de Miera nos dice que el Estado a través de su política redistributiva se hace cargo (aparentemente) de la solidaridad social, y este valor, esencial para la sociedad, pierde fuerza, o desaparece, entre los ciudadanos, cuando es algo imposible de escindir en el ser humano. El hombre se abandona a sí mismo cuando piensa que la solidaridad la paga con los impuestos. En esta crisis todos somos responsables (unos más que otros) en tanto que integrantes de la sociedad y como sostenedores, por acción u omisión, de la misma ideología que el Estado de Bienestar mantiene en este tema.

          Siguiendo una acepción del Diccionario podíamos decir que solidaridad es una relación entre las personas que participan con el mismo interés en cierta cosa. Ampliando y concretando el principio podíamos decir que todos participamos con parecido interés en el negocio de la vida y,  por lo tanto, todos deberíamos ser solidarios salvando diferencias ideológicas, raciales, sexistas, regionales o económicas. Hay que olvidarse definitivamente, si no lo hemos hecho ya, de que ese ente de razón que llamamos Estado o Gobierno, nos va a sacar de esta crisis económica, moral, cultural e incluso patriótica (aunque sea con el patriotismo mundial que a todos nos corresponde). Es la hora de que cada uno, por su cuenta, aporte lo mejor de sí mismo en el beneficio común. La quiebra del Estado no es una mera figura retórica sino que es una realidad con la que desgraciadamente tenemos que enfrentarnos con valentía, libertad y solidaridad. Hay que tener en cuenta que para que exista la solidaridad de cada cual, lo primero que se necesita es libertad, libertad para hacer lo que creemos es, en cada momento, el bien-hacer.

La propiedad privada constituye, pues, la base de toda actividad individual independiente; es el terreno fecundo donde germinan las semillas de la libertad, donde echa raíces la autonomía personal y donde se genera todo progreso, tanto espiritual como material

Ludwig Von Mises. Sobre Liberalismo y Capitalismo, Nueva Biblioteca de la Libertad, 10,  Madrid, Unión Editorial, S.A.,  1995,  p. 80

MEDIO AMBIENTE HUMANO

MEDIO AMBIENTE HUMANO          La meta del crecimiento cuantitativo  indiscriminado e ilimitado queda cuestionada por la capacidad del medio ambiente natural, altamente interrelacionado, para absorber  el alto grado de interferencia que implica la superproducción material con la tecnología actual. Sin embargo,  en el marco general de reconsideración de los fines del crecimiento… Seguir leyendo MEDIO AMBIENTE HUMANO

La soberanía del individuo

La libertad del productor nos lleva naturalmente a la condición del empresario, esa actividad, esa percepción que consiste en descubrir cómo satisfacer deseos ignorados de los consumidores. El empresario es aquel (siendo siempre, a fin de cuentas, un individuo) que adivina una necesidad generalmente desconocida –y por consiguiente insatisfecha- y que, a partir de esa idea o intuición personal y minoritaria, reúne los recursos necesarios para poner en marcha un método nuevo para satisfacerla. El empresario es un revolucionario tranquilo: revolucionario porque asume riesgos para satisfacer una necesidad que las empresas establecidas ignoran, y tranquilo porque interviene pacíficamente  en el mercado  porque su proyecto se deriva de su intuición profunda de la sociedad en la que vive. El empresario es un anarquista del establishment.

Lemieux Pierre, La soberanía del individuo, (Madrid: Unión Editorial, 2000, 2ª Edición), p. 69