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El patrimonio de cada quien, sea grande o pequeño, intelectual y físico, es un manantial inagotable de riqueza personal, familiar y social sabiendo cultivarlo creativamente con constancia, pericia y sana picardía servicial.
LA CREACIÓN DEL INSTANTE (MEMORIAS)
Empanada gráfica que, tras el esfuerzo de comprensión, deja un poso de escepticismo en quien creía entender los entresijos económicos.
Precursor de la ecología telúrica que cifra los orígenes en una borrachera de bondad que continuó espontánea en el trasfondo perenne de todo hombre y de toda la naturaleza creada.
Evocación de lo nimio, que se regenera y perpetúa en cada instante de todo el pasado ya presente que reverbera en el futuro que aún no es.
A la vera de la antena parabólica un par de golondrinas se contonean en su vuelo mirándola de reojo orgullosas despreciando olímpicamente tanta tecnología y tanto hierro con tan poco contenido y con tan poca vida.
Figurar en el listín telefónico, tener un par de amigos leales, ver crecer aquel árbol que planté, seguir siendo universitario con ímpetu renovado, ser un buen hijo de mis padres, un mejor padre de mis hijos, un esposo recio siempre más enamorado de la mujer, rescatar la fuerza escondida de la vida y permanecer impasible ante el viento huracanado: a eso aspiro.
Si acabamos de reflexionar sobre el futuro también conviene ahora abrir las puertas intelectuales al pasado recreándolo. Los economistas, como todos, estamos encarcelados en el tiempo presente cumpliendo nuestra cadena perpetua particular sin esperanza de indulto antes de la muerte. Estamos siempre, y todos han estado, prisioneros de esa dinámica temporal inquietante pero que muchas veces rebosa también esperanzas pacíficas y chispazos de luz renovadora. Es peligroso atiborrarse del presente porque esa obsesión por la temporalidad inmediata no nos deja ver el modo de vivir y de pensar de quienes nos precedieron. Para ellos, lo importante y decisivo no era muy distinto de lo que es esencial también para nosotros. El rabioso presente puede sofocar las reflexiones de otras personas iguales a nosotros pero en circunstancias distintas y de las que tanto podríamos aprender. Como explica Emilio Lledó en La memoria del Logos: Emparedados en el presente, urgidos y condicionados por el mundo que nos rodea, sólo podemos respirar por la historia, por la memoria colectiva. Y es a través de esa memoria como podemos escuchar la voz de los textos y descubrir que sus mensajes no son pura letra; porque nunca nadie escribió por escribir.[1]
Con el fondo de hormigón armado y las paredes recias de ladrillo, una pareja de gorriones acompasa su vuelo a tirones primaverales atraídos y distraídos por su instinto sexual reproductor.